La semilla de la libertad

El 1 de octubre hizo evidente cuán imparable es la voluntad de la ciudadanía cuando actúa coordinadamente en defensa de un objetivo compartido. Queríamos votar y votamos. El Estado español, con toda su capacidad de coacción y violencia policial, no pudo impedir que más de 2.300.000 mujeres y hombres votáramos en unas 6.000 urnas repartidas en cerca de 2.000 colegios electorales abiertos por todo el país.

Del referéndum se han escrito muchos elogios, pero de entre todos ellos sobresale la capacidad de la sociedad de desobedecer pacíficamente una prohibición injusta e injustificada. El Referéndum, como le recordamos a los magistrados del Tribunal Supremo, fue el acto de desobediencia civil más grande que Europa ha vivido; «El momento gandhiano de Cataluña», describe Ramin Jahanbegloo, director del Centro Mahatma Ghandi.

Ante la desobediencia civil masiva, el Estado optó por la violencia y rechazó el diálogo y el acuerdo. Una violencia que desde el otoño de 2017 no ha hecho más que crecer.

Violencia fueron las porras del 1-O y también nuestra prisión provisional; lo son las acusaciones de rebelión y sedición que han llevado la mayoría de los miembros del Gobierno legítimo y a la presidenta del Parlamento a la cárcel o al exilio, y por las que nos piden decenas de años de condena; lo es la existencia de cientos de personas encausadas como castigo por el 1-O; lo son los intentos desesperados de mezclar terrorismo e independentismo a las puertas de la sentencia del Tribunal Supremo, lo es la voluntad de construir nuevas causas judiciales con detenciones espectaculares y filtraciones interesadas y falsas para construir un relato criminalizador contra los detenidos y el movimiento soberanista en general.

Desde la prisión, compartimos la indignación por estos hechos, lo sufrimos en primera persona y conocemos la creciente preocupación ciudadana por el juego sucio que el Estado nos impone. Os animamos, sin embargo, a no resignaros, a seguir exigiendo lo que consideramos que es justo y, sobre todo, a mantener viva la llama de todas nuestras legítimas aspiraciones nacionales y democráticas. No nos resignamos ni renunciamos a ninguna de ellas: seguimos determinados a creer en el futuro luminoso y posible que nos quieren negar.

Os animamos, como tantas veces lo habíamos hecho antes de ser encarcelados el 16 de octubre del 2017, a volver a salir a la calle cuando estéis convocados por nuestras entidades y, sobre todo, a no dejaros llevar por la rabia del momento. El presente es duro y probablemente las sentencias y las próximas decisiones judiciales y policiales todavía lo harán más amargo. Pero el futuro sólo seguirá siendo nuestro si somos capaces de seguir manteniendo viva la semilla de la no-violencia.

Aprendamos las lecciones del 1 y el 3 de octubre para responder a los retos venideros. Demostremos que nosotros combatimos la injusticia y la violencia del Estado sólo desde la no-violencia. Sólo así desmontaremos su falso relato y podremos, de nuevo, derrotar su violencia, desenmascarar sus mentiras.

No tenemos ningún problema en denunciar una y mil veces la violencia y en defender que el único camino por donde el soberanismo debe seguir transitando es el de la no-violencia. Pero no aceptamos lecciones de quienes amparan la violencia desde el Estado, de los que nos niegan a todos los independentistas el derecho a la presunción de inocencia y, aún menos, de aquellos que sin escrúpulos ni moral manipulan imágenes y víctimas del terrorismo de hace casi treinta años para hacerse un espacio en la pugna electoral.

La única violencia que en Cataluña hemos vivido desde el 2017 es la que ha amparado y promovido el Estado. Gritar libertad, manifestarse en contra de decisiones políticas y judiciales, exigir la autodeterminación, desobedecer leyes injustas y prohibiciones arbitrarias, denunciar los montajes policiales, defender las urnas o votar en un referéndum no es violencia. Que no nos confundan.

El 1-O aprendimos cuán poderosa es la práctica de la no-violencia. Gracias a ella pudimos doblegar la decisión de todo un Estado de prohibirnos votar y sobre todo hicimos inútiles todos los esfuerzos de los poderes del Estado y de sus altavoces mediáticos para vincular la defensa del derecho a la autodeterminación y el proceso soberanista con la violencia.

La no-violencia es la clave de bóveda que sostiene nuestra causa, que no es otra que la causa de la libertad y la democracia. No es pasividad, renuncia o inactividad. No hay nada que desnude más la violencia del Estado que el hecho de que la nuestra sea una actitud tan contundente, masiva e imaginativa como pacífica. La no-violencia es la semilla de un proceso que, si lo seguimos haciendo juntos, sin renuncias ni miedo, dará tarde o temprano el fruto deseado de la libertad. Gracias por estar ahí y no desfallecer.

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