Hola. Nunca me he quitado del cráneo lo que explica el poeta Jaime Gil de Biedma. Pasa durante la posguerra en la universidad franquista. Cada mañana dos profesores se saludan de la misma manera. «Hola, Amor», dice uno. «Hola, Vida», responde el otro. ¿Gays saliendo oralmente del armario? ¿Una relación homosexual hecha pública? No. Sencillamente se saludan por su apellido. Las palabras dicen lo que dicen pero también quieren decir otras cosas. Las palabras son sardinas frescas, espasmódicas, excitadas: se escurren de las manos. Las palabras bailan rock’n’roll, sardanas, reggaetton…. Las palabras hoy son rosas y mañana mazorcas. Las palabras son un problema para todos pero, especialmente, para los catalanes. Aquí nos aprisionan más que liberarnos. Porque las palabras son un pasaporte: lo tienes o no lo tienes. No salimos del franquismo. ¿Desean otra historia?
El sheriff literario Josep Vallverdú me la explica y la guardo en mi cráneo disco duro. En 1966 traduce al catalán el libro del historiador británico John H. Elliott: ‘The revolt of the catalans’. La censura dice: no. Que no se puede titular ‘La revuelta de los catalanes’. ¿Por qué? Porque las palabras… Y la dictadura titula: ‘La revuelta catalana’. Y así ha quedado por los siglos de los siglos. Amén. De catalanes a catalana. Del sustantivo al adjetivo. De las personas con nombres y apellidos a un hecho anónimo. Del nosotros hecho de sudor y sangre al objeto frío, esterilizado. Porque los catalanes no se sublevan y sólo hay revueltas indescriptibles, imprecisas, desconocidas. Así se escribe la historia. Así se vive o se muere. Las palabras son biológicas y deciden el destino. Las palabras pueden ser una cárcel. Las palabras pueden cerrar a cal y canto que hay detrás de un libro, una verdad, una vida. Una sola palabra puede asfixiar millones de palabras de aquellos catalanes de la Guerra de los Segadores. Una sola palabra puede estrangular aquellos catalanes, armados de palabras de razón, de verdad, combatiendo la decadencia del ‘establishment’ de los Austrias. Palabras contra las palabras del imperio de la ficción que crea Castilla (Consejo de Castilla) pasándose por el forro las Constituciones y los Derechos de los Catalanes. Castilla dice: no con palabras. Y redacta una España de cemento y pelas. Expolian, abusan, roban en Cataluña. América ya no da el dinero que daba. Castilla es ludópata. La España falsa que construye es una máquina tragaperras. Y Cataluña a pagar la fiesta, la enfermedad, la adicción. Sus palabras de espada y cañón no respetan las palabras de las leyes y las personas. Las palabras del conde-duque de Olivares, mano derecha de Felipe IV: «¡Al diablo las Constituciones!» Y rasga las palabras de las leyes, de la historia, de la realidad, de la verdad. E impone sus palabras letales. Los catalanes dicen: no. Comienza la Guerra de los Segadores. Ganan unas palabras clave: Castilla, Madrid, Monarquía. Pierden otras palabras: la Cataluña Norte; toda Cataluña, los catalanes. El país entra en el diccionario de la derrota absoluta. El próximo vocablo ya se prepara en Francia: Felipe V. Nos han ganado las palabras. Nos han definido la vida. Mudos y en la jaula.
Las palabras dicen lo que dicen pero también quieren decir otras cosas. Hoy el Consejo de Castilla es el Tribunal Supremo: el Estado nacional-judicial español. De Francia nos envían el monarca de la mala educación inmoral: Valls. Las palabras libremente tergiversadas, adulteradas, ficcionadas las puede decir el adjetivo del adacolauismo; las encarceladas, estranguladas, asfixiadas, los sustantivos de carne y hueso: Quim Forn. Nos dicen que unas palabras son superiores, las otras inferiores. Guerra de palabras: guerra de segadores léxicos. Comienza una nueva era por definir. La sentencia del juicio, los nuevos ayuntamientos, la Generalitat… Habrá que poner palabras al futuro. Ante el imperio de las palabras mentirosas y asesinas de siempre sólo nos quedan las palabras reales, verdaderas, de sudor y sangre. Ante los adjetivos amorfos los sustantivos de personas. Que no te corten la lengua. Que no te digan que no puede decir. Quizás somos una nación pero también somos una narración. Quizás somos héroes morales pero también somos héroes reales. Si estamos es porque somos una palabra, un nosotros hecho de palabras, un país de palabras. Y nunca se nos puede definir como un ‘Adiós’, si somos es porque repetimos: somos un ‘Hola’. La revuelta de los catalanes es también de las palabras: que las últimas no sean las de un epitafio. Que las primeras sean las de un nacimiento. Ante los mudos (y tartamudos) en la jaula, recuerden que al toro se le conoce por los cuernos, al catalán por la palabra.
ARA