Como reflejo de la revolución industrial de fines del siglo XVIII, la actividad prácticamente manufacturera de la ferrería Larraun en las cercanías de Orbaizeta se transformó en actividad industrial. Los restos de la Real Fábrica de Municiones de Orbaizeta son el mejor y más valioso exponente de la llegada de este sustancial cambio social a nuestra comunidad. Su convulsa trayectoria a lo largo de cien años de funcionamiento, consecuencia de la titularidad estatal de la instalación, llena de asaltos, destrucciones y reconstrucciones y de unas difíciles relaciones con los habitantes de la zona, la hacen además, ser un gran protagonista de nuestra historia reciente, un lugar de memoria (Fig. 1).
Fig. 1 El conjunto fabril a principios del siglo XX. Foto Marqués del Villar
Podría decirse que la importante factoría siderúrgica de Orbaizeta tuvo su origen en la ferrería Larraun, situada a orillas del río Legartza a unos cinco kilómetros al norte de la población, ferrería de la que se tiene noticia documentada desde 1432 cuando la reina Blanca de Navarra dio la autorización para su construcción. Tras la conquista de Navarra por las tropas castellanas, en 1523 la ferrería fue confiscada a su entonces arrendatario Sancho de Yesa al que se acusaba de participar en el intento de reconquista de 1521. Durante los siguientes dos siglos y medio la actividad de la instalación, propiedad del pueblo de Orbaizeta, fue irregular, con distintos arrendatarios como Juan de Olagarai, Micaela de Amasorrain o el vizconde de Echauz, hasta llegar al año clave de 1784 en que tanto la ferrería como todos los montes de Aezkoa pasaron a la corona española. El ejercito español en aquellos años se abastecía de las municiones fundidas en algunas ferrerías privadas pero fundamentalmente de las reales fábricas de Cádiz, Girona y Eugi en Nafarroa. La fábrica de Olaberri en Eugi estaba acabando con todas las reservas forestales de la zona y fue el rey Carlos III quien tomó la decisión de buscar otro emplazamiento cercano. De esta forma la corona española confiscó no sólo la ferrería de Larraun sino todos los montes colindantes pertenecientes al comunal del valle de Aezkoa. El encargado de elegir el lugar para la nueva Real Fábrica de Municiones, Jose Sangenis director de la de Olaberri, no supo prever, sin embargo, que la cercanía de Larraun con la muga iba a ser clave en las importantes vicisitudes que iba a padecer la fábrica en los años venideros. La polémica “cesión” fue realizada bajo presiones y amenazas a los vecinos de los pueblos afectados y se puede decir que fue prácticamente gratuita, dejándoles solamente los derechos a los pastos y al lote anual de leña como contrapartida. Las disputas entre aezkoanos y militares hispanos fueron continuas en los años siguientes por diversos motivos, prohibición de pescar a mano, multas por quema de rastrojos, negativa a que el ganado de Cize y Garazi pastara en los altos según tenían establecido previamente ambos valles etc etc.
Cuando el ejército español se hizo cargo de la ferrería hidráulica de Larraun se encontró con una modesta y frágil construcción en la que predominaba la madera, con algunos muros de piedra pero argamasados solo con barro. Este primer núcleo fue arreglado convenientemente pero en la actualidad no quedan restos del mismo. El segundo núcleo, de nueva construcción, se iba a dedicar sobre todo a fabricar municiones para las colonias de ultramar. El proyecto, redactado por los maestros de obras Melchor Marichalar y Josef Sagastibelza, constituyó algo muy novedoso para la época, muy diferente a los talleres artesanales existentes hasta entonces, no solo por su tamaño y organización sino por las sustanciales mejoras técnicas (Fig. 2). La gran obra fue iniciada en 1788 y sólo un año después, tras los cambios en las relaciones con Francia consecuencia de la Revolución, se incluyó en la instalación un cuartel militar. El presupuesto inicial de un millón doscientos mil reales de vellón se disparó y para 1790 ya se habían gastado seis millones de reales. Sólo cuatro años después del inicio de la actividad llegaría la primera vicisitud y en octubre de 1794 la fábrica fue totalmente destruida por el ejercito francés en la guerra de la Convención.Tras algo más de un lustro de inactividad al comenzar el siglo XIX se procedió a su reedificación, obras también muy costosas y que duraron otros cuatro años. Rehabilitada y alquilada al Marqués de Sargadelos volvió a la producción hasta que en 1808 las tropas napoleónicas volvieron a apoderarse de la instalación. Los franceses ampliaron la producción construyendo nuevos edificios para los martinetes pero, en 1813 tuvieron que abandonar precipitadamente el lugar ante el empuje de Espoz y Mina que finalmente incendió y destrozó la fundición para liberarla. Aunque había voluntad por parte del ejército en volver a rehabilitar la fábrica, por motivos fundamentalmente económicos las obras se retrasaron hasta 1929. Cinco años después iba a ser, una vez más, ocupada por las tropas de Zumalakarregi en el curso de la primera carlistada. Abandonada por los carlistas sólo dos años después, con el final de esta guerra iban a llegar los años de mayor brillantez en la productividad de la fábrica. En 1869 un incendio fortuito destruyó una buena parte de las instalaciones y en el curso de la reconstrucción llegó la primera república y como consecuencia la disolución del Cuerpo de Artillería y la paralización de la producción (Fig. 3). Nuevamente ocupada por el ejército carlista en 1873, casi todos sus empleados huyeron. A pesar de algunos intentos de recuperar la actividad finalmente el 13 de enero de 1882 se firmaba la Real Orden de cierre de la factoría. La Fábrica de Municiones de Orbaizeta terminaba su tortuosa trayectoria sin cumplir los cien años de existencia y bastantes menos de actividad fabril. Los habitantes de Aezkoa sufrieron los daños colaterales de todos estos conflictos, incendios, robos, saqueos etc. Su cierre, además, no conllevó la devolución de los montes a la Junta del Valle, a pesar de que en el documento de “cesión” se especificaba que la misma estaba exclusivamente sujeta al funcionamiento de la fundición. Para más sorna, el estado español en 1893 sacó las instalaciones a subasta pública y algunos vecinos y otros foráneos adquirieron los títulos de propiedad de fincas y edificios. Aezkoa tardaría, todavía, un siglo en recuperar sus montes tras un largo y agrio contencioso, lo que ha mantenido vivo entre muchos de sus habitantes un sentimiento de animadversión hacia la fábrica.
Fig. 2 Los distintos niveles representados en el alzado en 1849. Cortesía de M.Txapar
Fig. 3 Logotipo de la fábrica. Cortesía de M.Txapar
El núcleo industrial fue construido con criterios de austeridad y practicidad prescindiendo de cualquier elemento decorativo, de forma robusta, conforme a lo que algunos autores denominan arquitectura industrial borbónica. Los dos hornos, los talleres de refinería, cerrajería y moldeo y el edificio de los martinetes formaban una línea central situándose a cada lado de la misma las carboneras y los depósitos de mineral. Desde el punto de vista técnico quizás lo más llamativo fuera el ingenioso sistema hidráulico utilizado para mover los distintos mecanismos de trabajo. Un pequeño canal de madera recogía el agua de la regata Itolatz para llevarla al embalse formado por otra presa en la regata Txangoa y desde allí un canal principal, éste de piedra, llegaba hasta la instalación con la suficiente altura para en su caída mover las ruedas de los martinetes o del bocarte. Una tercera regata, la de Iturroi, fue canalizada de forma subterránea por debajo de la plaza principal para llegar a las ruedas que movían los fuelles de los hornos. Los grandes hornos de Santiago y San José mantienen hoy un aceptable estado de conservación (Fig. 4). Situados, como decíamos en el centro del complejo se podían cargar desde las carboneras a un lado o los depósitos de mena al otro, situados ambos a un nivel superior. Un tercer horno, más pequeño y situado en otro edificio, llamado de Sta. Bárbara sirvió para ensayos y de él apenas quedan restos. El bocarte era una curiosa máquina hidráulica que con el giro de varias muelas trituraba las escorias para poder recuperar restos de hierro que luego se refundirían. Toda el agua utilizada en el sistema iba a volver al río Legartza que canalizado atravesaba toda la instalación. La magia del precioso túnel formado por los veintiún arcos de sillería sobre las cristalinas y saltarinas aguas del Legartza ha servido de inspiración a pintores, fotógrafos, poetas y músicos, siendo sin duda la imagen más conocida y recordada de la fábrica.
Fig. 4 Los hornos. Foto VME
Los dos principales yacimientos que abastecieron a la fábrica de mineral de hierro eran los de Arroiandieta en Luzaide y Olaldea en Orotz Betelu, en donde trabajaban 25 y 10 mineros respectivamente, tanto en labores de extracción como en la necesaria calcinación del mineral realizada sobre grandes pilas de leña o en hornos como el que se conservó en Olaldea hasta los años sesenta del siglo XX (Fig. 5). Ambos yacimientos se encontraban bastante alejados de la fábrica a 16 y 22 kilómetros respectivamente por lo que la nómina de arrieros y obreros ocupados en el acarreo de menas llegó a los sesenta en cada uno de ellos. Otras minas de menor importancia pero más cercanas se encontraban en Txangoa y Mendilatz. El carbón vegetal, combustible utilizado en hornos y fraguas, procedía de los hayedos cercanos en donde se producía en las típicas txondorras o pilas piramidales. Además se requería ladrillo refractario para el recubrimiento interior de los hornos y fabricación de moldes, ladrillo que se realizaba en al cercana tejería de Zalbidegia.
Fig. 5 Horno de calcinación de mineral en Olaldea 1952.Cortesía de A.Legaz
En sus años de mayor producción la fábrica llegó a tener más de trescientos empleados, entre los propios trabajadores de la fábrica, más carboneros, arrieros, mineros etc. La gran mayoría de los obreros eran civiles aunque sometidos a una férrea disciplina castrense por los mandos militares y no tardó en habilitarse un calabozo dentro del cuartel militar de defensa. Aunque algunos de ellos eran de poblaciones cercanas para el resto hubo de habilitarse los servicios necesarios para una población estable. De esta forma, se construyeron viviendas para obreros y directivos, iglesia, escuela, posada, tienda de víveres que junto con el cuartel militar de defensa se situaron en torno a una plaza central aledaña a la fábrica, aunque a un nivel más elevado (Fig. 6). Así llegó a formarse una unidad autosuficiente, cerrada, un complejo fábrica-población que cubría todas las necesidades de los obreros. Inicialmente la asistencia sanitaria corría a cargo del médico de Hiriberri que hacía una visita semanal pero pronto se vio la necesidad de contar con un cirujano fijo. La frecuencia de accidentes era muy alta, especialmente quemaduras y el cirujano debía hacerse cargo de la asistencia y del mantenimiento del botiquín. Funcionario y por supuesto sometido al mandato de la dirección militar, debía dar partes diarios de los enfermos o accidentados y no podía ausentarse de la fábrica en ningún momento si no había un sustituto. En cuanto a la asistencia espiritual, también inicialmente, los días festivos acudía a dar el oficio el cura párroco de Orbaizeta. Cuando se decidió que la parroquia dedicada a Sta. Bárbara, patrona de los artilleros, debía ser cubierta por un vicario fijo, se valoró o prácticamente se exigió que el mismo tuviera conocimiento de la lengua vascongada. Sólo así, se consideró que, podía darse un servicio adecuado a una población mayoritariamente euskaldun, proveniente de Orbaizeta, de Baigorri o de otras zonas de Nafarroa, Baztan, Bortziriak o Malerreka. La escuela contaba con un maestro que también era el escribiente a cargo de todas las labores administrativas de la fábrica. Las necesidades de ocio de los operarios eran cubiertas casi exclusivamente en la posada o mesón, que servía además de economato y cuartel, pero también se tiene constancia de la existencia de un pequeño frontón para el juego de pelota. El curioso frontis, en la pared lateral de una de las viviendas estaba formado por planchas de metal, probablemente ejemplo único de frontis metálico en toda Euskalherria. En 1921 sus piezas metálicas se desmontaron y emplearon en la cimentación de la presa de Irabia.
Fig. 6 Plaza, iglesia y palacio. Foto Marqués del Villar
Cerrada como decíamos en 1882, sus instalaciones sufrieron el abandono durante muchos años y fueron literalmente engullidas por la vegetación. Varios de los edificios de la plaza, de titularidad privada desde la subasta de 1893, siguen en uso en la actualidad sirviendo de vivienda para varias familias. En el año 1986 el Gobierno de Navarra a través del Servicio de Patrimonio Arqueológico y del de Juventud organizó varios campos de trabajo en los que, con metodología arqueológica, se procedió a la limpieza y señalización de los distintos edificios y sus restos. Sin embargo la falta de continuidad en las labores de estudio y protección han hecho que nuevamente los valiosos restos se encuentren otra vez en franco deterioro. En 2008 fue declarado Bien de Interés Cultural siendo junto con el Trujal de Cabanillas las dos únicas muestras de lugares industriales dentro de los 158 bienes declarados en la Comunidad de Navarra. A pesar de esto, el lugar no tiene ningún tipo de protección ni vigilancia, sus visitantes cada vez más abundantes campan a sus anchas por entre las ruinas recibiendo escasa información de algunos paneles, hoy ya deteriorados. Sólo la iniciativa privada de algunas personas, amantes y conscientes del gran valor de los restos, es capaz de organizar de forma desinteresada visitas guiadas por entre los grandes muros de piedra. Hace apenas un año el Ministerio de Fomento del Gobierno de Madrid ha puesto sobre la mesa una importante subvención para la realización de un proyecto de mejora en el lugar. Con la participación del Gobierno de Navarra y de la Junta del Valle de Aezkoa, el proyecto acaba de iniciarse con el arreglo de la casa palacio, quedando pendiente la consolidación de los restos de la propia fábrica (Fig. 7).
Fig. 7 La emblemática arcada sobre el río Legartza. Foto VME.
Una buena parte de los aezkoanos de hoy son conscientes de lo que significan los arcos de piedra sobre el río Legartza para dar a conocer la historia de este bonito rincón del pirineo. Algunos aún sienten el resquemor de una instalación que se tuvo como ajena a los intereses del valle y a los de toda nuestra comunidad. Para unos y otros la Fábrica de Municiones de Orbaizeta no deja de ser un lugar de memoria y por ello es importante poner en valor sus restos y su convulsa historia.
Bibliografía básica
- TXAPAR, Malli (2011) Historia de la Real Fábrica de Municiones de Orbaizeta. Edit. Pamiela. Iruñea.
- RABANAL, Aurora (1987) Las Reales fábricas de municiones de Eugui y Orbaiceta en Navarra. Edit. Príncipe de Viana. Iruñea.