El histórico (y aquí el adjetivo no es un tópico) abucheo que tuvieron que afrontar los príncipes de Asturias la semana pasada en el Liceo marcará el principio, o tal vez el final de algo. Por eso se trata de un hecho histórico que parece evocar el célebre ‘Memorial de Agravios’ que la burguesía catalana hizo llegar al tatarabuelo de Felipe de Borbón, Alfonso XII, en 1885. Por supuesto, ni el contenido ni la ‘mise en scène’ de la cosa son comparables de ninguna manera: en un caso estamos hablando de un documento argumentado y, en el otro, de un poco de diversión espontánea y efímera. Aún así, conviene no olvidar unas cuantas cosas al respecto. La primera y más importante, que esto pasó en el Liceu, lugar no frecuentado habitualmente por radicales de extrema izquierda, maulets alocados y practicantes del escrache. Estamos hablando de un lugar donde suele ir gente de orden: las cosas tal como son (bueno, en este caso concreto, tal como son, tal como han sido y como probablemente serán mientras el mundo sea mundo). Esto quiere decir, lisa y llanamente, que el abucheo al que estamos haciendo referencia no es precisamente una bronca cualquiera, el alboroto rutinario e inocuo que se han de tragar todos los que cortan el bacalao vayan donde vayan, hagan lo que hagan y digan lo que digan. Estamos hablando de un hecho que, teniendo en cuenta el contexto, es insólito.
En segundo lugar, esto no ocurre tampoco en un momento políticamente normal. El azar -no lo desprecien nunca, ¡el azar!- ha querido que mientras el rey cazaba elefantes, su nieto se agujereaba el pie con una escopeta y una tal Corinna zu Sayn-Wittgenstein (née Corinna Larsen) hacía bricolaje en la Zarzuela, los catalanes dijéramos basta con una determinación nunca vista en nuestra historia reciente. No prueben de hacer zurcidos argumentales: esta conjunción es puramente casual. El descrédito de la monarquía ha llegado ahora como podía haber llegado hace unos años con -por ejemplo- la publicación de las peculiares relaciones financieras del rey con Manuel Prado y Colón de Carvajal (la historia es demasiado larga para hacer aquí un resumen abreviado). El caso es que la convergencia de estos dos factores se puede gestionar en diferentes direcciones y de muchas maneras.
La secesión de Cataluña podría servir tanto para reforzar la monarquía (entendida como patrimonio identitario español) como para expulsarla expeditivamente (interpretando que esta nueva situación reclama un nuevo régimen). Pero también podría ocurrir que la monarquía intentara articular el posible nuevo estatus político de Cataluña de una manera similar a la de la monarquía británica en relación a Canadá, a Australia e, incluso -y de eso se olvida mucha, demasiada gente-, a una posible Escocia independiente. He aquí las tres posibilidades que tiene Felipe de Borbón sobre la mesa. Bueno, en realidad son dos, ya que supongo que descarta la segunda. Pero la primera es mucho más incierta que la segunda en la medida que sus posibles aliados (Aznar y los numerosos ‘palmeros’ mediáticos) son abiertamente partidarios de una república centralista similar a lo que fue el régimen de Franco. ¿Jugará, Felipe de Borbón, la carta que queda, o simplemente estará al acecho? ¿Apostará, aunque sea a la fuerza, por un modesto equivalente de la Commonwealth? No lo sé.
El análisis llega exactamente hasta aquí. El resto son predicciones que no me veo capaz de hacer. De una cosa sí estoy seguro, sin embargo: la monarquía, es decir, Felipe de Borbón, se verá obligada a tomar una decisión que tanto podría precipitar su fin como reforzarla desde todas las perspectivas, especialmente la de «solución menos mala» para los intereses de España, y también para los de una Cataluña que opta por la secesión pero que no desea un ruptura traumática. La pitada del otro día en el Liceo puede interpretarse, obviamente, como una muestra de descontento… pero en diferentes sentidos. Repito que aquello no era de ninguna manera una fiesta independentista ni tampoco una reunión de indignados, y por eso hay que hacer una lectura más sutil y cuidadosa. Silbaban, sí, pero, teniendo en cuenta quienes eran, ¿qué estaban reclamando, exactamente? ¿La República Socialista Catalana? ¿La nacionalización de la banca? Hombre, no jodamos… En estos tiempos extraños conviene poner la oreja y, si es posible, no regurgitar lugares comunes ni ver cosas que no son. El mundo que representa el Liceo en 2013 tiene poco o nada que ver con la literaria Mariona Rebull y la bomba que estalló el 7 de noviembre de 1893, evidentemente, ni con el ‘Memorial de Agravios’ de 1885. Esos silbidos sugieren cosas muy ambiguas. No nos autoengañemos, pues.