Esta expresión, que no sé de donde procede en su origen, tiene un significado evidente: lo que importa es el objetivo al que se quiere llegar, el Norte que guía nuestras acciones. Yo la recuerdo de joven y, muy probablemente, proceda del ámbito de la ideología política del entorno del «glorioso Movimiento Nacional español». Lo digo porque los símbolos estelares siempre han sido muy queridos a la parafernalia del fascismo hispano; no hay más que recordar los famosos «luceros» donde estaba su sitio «en la noche clara» con «impasible el ademán».
Creo que, a pesar de todo, es una imagen valiosa. En efecto, vivimos en un país y en una situación en la que se multiplican reivindicaciones y movimientos de índole muy variada: la amnistía, el diálogo, el proceso, la paz, la democracia, el respeto… Todas son cuestiones que evidentemente preocupan, y en profundidad, a nuestra sociedad. Pero en todos ellos echo en falta «la Polar», «el Norte».
El origen de nuestros problemas radica en la dependencia y en la sumisión a intereses extraños; más incluso, en instancias que conscientemente trabajan en contra de los de nuestra sociedad. El primer ejemplo, y más nítido, se produce en el entorno lingüístico, pero no hay que olvidar el resto de ámbitos: políticas de «ordenación del territorio» e infraestructuras de (tele)comunicaciones, de recursos escasos como el agua o la pesca, de (des)localización de sectores productivos etc. etc.
Es evidente que en Vasconia a comienzos del siglo XXI no tenemos una sociedad con organización política «normalizada». No somos, ni nos dejan ser, del mismo rango que nuestros vecinos españoles y franceses. Nos predican, desde fuera y, por desgracia también desde dentro, que los estados tienden a desaparecer, que su función se extingue… Pero constatamos que la única manera que tiene una sociedad para ser sujeto político activo en el mundo de hoy es ser un Estado. Con las limitaciones clarísimas que les marca nuestra época, pero serlo en la misma medida e igualdad de facultades que lo son otros.
Por todo ello, pienso que no podemos olvidar «la Polar», «el Norte». La «Justicia» (española o francesa) muestra con desparpajo su «imparcialidad», desde casos como el del Proceso 18/98, o los de De Juana Chaos, Parot, hasta los últimos detenidos en el cementerio de Polloe en Donostia. El Poder Judicial es una rama de la soberanía del Estado. La integridad del poder y sus partes, todo lo independientes entre sí que se quiera pero partes del mismo, debe estar al servicio de la sociedad. y al servicio de la nuestra solo habrá un poder democrático si existe la soberanía propia, el Estado propio. Todo lo limitado que se quiera a nivel internacional, pero en igualdad de condiciones que el de los otros.
Por eso, pienso que no debemos olvidar «la Polar», el Norte», y que nuestra acción más efectiva desde el punto de vista social y político, enmarcando en su contexto las dramáticas situaciones concretas que sufrimos, debe de ir encaminada explícitamente a la consecución del Estado propio, en Europa y en el mundo: el Estado de Navarra.