La pasión del infinito

Estatua de Giordano Bruno en la plaza Campo de ‘Fiori de Roma, el lugar donde fue quemado por la Inquisición. / GETTY

Recorriendo las calles del antiguo Palermo, cuando llegaba a una pequeña plaza rodeada de edificios tan deteriorados que parecían afectados por un sismo reciente, encontré una pintada que me llamó la atención: «Infame Chiesa. W Giordano Bruno!» Pensé que casi cinco siglos después de su muerte Giordano Bruno continuaba despertando entusiasmo. Al menos en algunos. Y pensé en el entusiasmo que a mí mismo me suscitaron sus textos, leídos por primera vez. ¿Cómo llegué, Bruno? Creo que de vez pasar, cuando estudiaba en Roma, por delante de su estatua, erigida en Campo de ‘Fiori, en el mismo lugar donde fue quemado por la Inquisición.

Leí, en italiano, un grueso volumen que contenía varias obras del filósofo, entre ellas la deslumbrante ‘Los heroicos furores’. En la larga introducción me informó de algunos aspectos de una vida legendaria: el nomadismo de Giordano Bruno por universidades de toda Europa, su apasionada defensa de la libertad de pensamiento, el escándalo que le acompañaba a menudo, la persecución a la que fue sometido, el juicio, la ejecución pública con ánimo de ejemplaridad. ‘Los heroicos furores’ tiene un estilo algo arcaico y repetitivo, pero atrae porque tiene una fuerza interior única. Destronado el geocentrismo y derribadas las jerarquías medievales, el ser humano es elevado a protagonista de un viaje épico hacia el infinito.

En un mundo de cautela moralista y sequedad espiritual como el nuestro no deja de sorprender la desbocada libertad de un hombre como Bruno. Es cierto que, en general, todo el humanismo renacentista transmite una frescura intelectual envidiable. Aun así, probablemente Giordano Bruno es el caso extremo.

Su escritura y su vida parece que palpitan al mismo ritmo, que es frenético, indómito, portador de una música que quiere abarcar el universo. No es extraño que aún hoy alguien, una mano anónima, en una noche siciliana, quiera dejar constancia de un nombre, Bruno, que evoca la pura rebelión.

ARA