La partición del Sudán

Desde ayer y hasta el día 15 de este mes, tendrá lugar en el sur de Sudán el referéndum para decidir si esta región cristiana y africana se convierte en un nuevo estado independiente y se separa de una vez del norte árabe y musulmán. La celebración de este referéndum es consecuencia del llamado Protocolo de Machako de 2002 y los acuerdos de paz del 09 de enero de 2005, mediante los cuales el sur del Sudán accedió a una amplia autonomía, tras la supresión de 1983, y el norte adquirió el compromiso de permitir la celebración de un referéndum de autodeterminación a los seis años. Y en eso estamos, esperando a la constitución del 54 estado africano, con una población de cuatro millones, que dejará atrás la unión con los cuarenta millones de habitantes del norte. ¿Pero cuál es el origen de este conflicto?

El siempre bien informado Xavier Batalla, publicó el pasado sábado un artículo, «Una nación por nacer», en el que explicaba algunas de las razones que han llevado hasta la actual situación, especialmente el cambio de posición que China, aliada incondicional del norte incluso durante la crisis del Darfur de 2003, y que desde hace algún tiempo coincide con EEUU en el interés por construir un oleoducto de 1.400 kilómetros que conectará el sur del Sudán con el puerto de Lamu, en Kenia. Es decir, por el territorio del nuevo Estado. El ejercicio del derecho a la autodeterminación no es precisamente un acto de justicia ni un reconocimiento especial por los muchos años de opresión del sur por el norte. Tiene un interés económico evidente, que en el caso de EEUU también va ligado a la voluntad de debilitar el régimen islámico que alojó a Bin Laden durante un tiempo. Si bien es verdad que la lucha por el petróleo es la nueva guerra fría, el conflicto del Sudán arranca de mucho más lejos.

Como es habitual en África, muchos de los conflictos actuales arrancan del proceso de descolonización. En Sudán, además, se une una cierta épica, como el asedio de Jartum que Hollywood aprovechó para hacer espectáculo. Sudán es el estado más grande de África, con una extensión de 2.503.890 km2, y como todos los estados del mundo, o casi, es de carácter multiétnico, lo que va acompañado de la presencia de un montón de lenguas: el árabe (el oficial), el inglés (colonial), el Nubio, el Ta Bedawie, varios dialectos del nilótico y el Nilo-Hamitico, entre otros. La descolonización pasó por encima de las unidades étnicas o lingüísticas y constituyó Estado a punta de compás o de pistola o de ambas cosas a la vez. El territorio de Sudán se convirtió en un codominio angloegipcio en 1899, pero las reivindicaciones nacionalistas no dejaron de manifestarse (expulsión de tropas y funcionarios egipcios en 1924, creación del Partido Nacional Unionista en 1946 con el apoyo de la burguesía panarabista, etc.), hasta que en 1948 consiguió una semiautonomía. La caída del rey Faruk en Egipto (1952) permitió conseguir el autogobierno sudanés en 1953 y la independencia definitiva en 1956. Y es en este preciso momento cuando arranca el enfrentamiento entre el norte y el sur. Han tenido que pasar más de cincuenta años, dos guerras civiles y una crisis humanitaria inmensa (unas 300.000 víctimas) para poder llegar a la solución de separar lo que nunca se debería haber juntado. Pero es que la lógica colonial no responde nunca a la razón nacional. Y así le ha ido al mundo.

Agua, recursos naturales y energéticos y religión. Esta es la triple sentencia de muerte de la libertad en África y, también, en Oriente Medio. La partición de Sudán no resolverá el conflicto de fondo, entre otras razones porque el nuevo Estado será tan débil democráticamente como lo es el actual Sudán unificado. Pero para China este inconveniente no es ningún problema, ¿verdad? Y para los EEUU, acostumbrados a predicar el relativismo político cuando se trata de defender intereses económicos, tampoco. Espero que el día 16 de enero el Sudán del Sur se convierta en el 193 Estado miembro de la ONU, y que la región de Abyei, la más rica en petróleo, decida unirse al sur, si bien soy consciente de que la democracia tardará en llegar. Dos décadas de guerra civil y la pobreza extrema, a pesar de la riqueza natural, no las supera ninguna independencia. Basta pensar en Eritrea para saberlo. Y es que la independencia no es ninguna solución si no va acompañada de libertad y bienestar. Pero, en fin, lo que deseo es que acabe bien lo que la colonización destrozó irremediablemente.

 

Publicado por El Singular Digital-k argitaratua