La parábola del falso arcángel y del carnicero

En un partido tan dotado para la comunicación como Ciudadanos se debe comenzar siempre con esta premisa: nunca nada se deja al azar. Ni el color de la camisa del carismático líder. Blanco. El blanco es color de verano, claro, y como tal puede parecer inocuo, pero no lo es cuando se trata de atribuir a Albert Rivera un poder sobrenatural al tiempo de evidenciar que su misión es divina. En dos países tan marcados todavía por el catolicismo victorioso como lo son Cataluña y España no es muy difícil de escenificar una epifanía, una aparición, un ungimiento de orden superior. Y así, pues, la aparición de Albert Rivera con camisa blanca y sonrisa grave en Alella era la de un arcángel bajado del cielo para mostrar un camino. ¿Por qué en Alella? Justamente porque era imprevisible. Así era la mejor manera de asociar su travesía de la ciudad a una aparición sobrenatural. ¿No es Verdad que la Virgen o cualquier santo pueden aparecer en el lugar más insospechado?

Su esencia sobrehumana también estaba puesta en evidencia, y con qué elegancia, por su manera de deshacer los lazos amarillos. Cuando sus secuaces necesitan cutters o cuchillos, él sólo tenía que tocar los nudos para que casi se deshicieran solos. Y poco importa si eran lazos de nudos ligeros puestos pocas horas antes por militantes de Ciudadanos a fin de facilitar el trabajo del jefe. La intención era de poner en evidencia que igual que muchos reyes de antaño, por poder divino, podían curar enfermos con solo tocarlos, Albert Rivera tocando los lazos amarillos, los ordena deshacerse.

Cerca de él, o más bien tras él, Inés Arrimadas parecía disponer del mismo poder sobrenatural pero con una intensidad inferior. Por eso iba vestida de rojo: para subir la intensidad del blanco arcangélico. En Alella, ese día, era la fiel acompañante terrenal, la primera apóstol, pero en ningún caso podía competir en sublimidad virginal con su superior. La pureza no se comparte, tan sólo, a veces, se distribuye desde arriba.

Y así iban, ofreciendo falsa concordia y pretendida neutralidad constitucional y al mismo tiempo posando ante las cámaras para hacer saber al mundo que ya no falta mucho para que se vuelva a instaurar un reino querido por Dios. El arcángel está preparado para ocupar el trono asignado por el Omnipotente. Después de todo, si Dios existe no puede ser sino español, pues de no ser español no valdría la pena que existiera. Y dado que ser español es el mayor honor concebible, Dios dispone necesariamente de este honor y, por tanto, Dios existe. De nada.

Pero el arcángel, en Alella, topó con un carnicero. El ser diáfano venido del más allá celestial tropezó cuando, frente a él, surgió el ser de carne venido de la tierra más yerma, de la tierra más firme. O sea, la realidad. El blanco de la camisa virginal contra el blanco del delantal de quien toca sangre, tripas y carne abierta en canal. Y ganó la tierra cuando, sin saberlo y sin que ningún equipo de comunicación profesional lo hubiera preparado, el carnicero cerró el paso al arcángel. El lazo amarillo bajo el puño del hombre de sangre permaneció donde estaba y nada pudo hacer el arcángel para doblegarlo a su poder.

Y de repente el arcángel estaba desnudo, y de pronto las alas del arcángel perdían plumas a puñados. Y de pronto, igual que un estafador cualquiera, se vio que su poder radicaba exclusivamente en la fe de quien lo veía y en ningún caso en su esencia ni en sus artes. El arcángel no era más que un vago prestidigitador que aburre al público a base de repetir siempre los mismos trucos. Y para remachar el clavo de esta vacuidad, mientras peroraba ante las cámaras intentando imponer su imagen de justiciero alado, tras él una bandada de duendes amables, discretos y disfrazados de mujeres del pueblo anulaban su hazaña. Los duendes, seres de la tierra salvaje y a la vez protectores de los hogares, devolvían a la villa el amarillo robado. Y así, cuando Albert Rivera y seguidores aún no habían abandonado Alella, Alella ya volvía a estar exactamente como estaba antes de que llegaran. En definitiva, la divina aparición de Albert Rivera en Alella fue tan sólo un visto y no visto. Una fantasmada. Debe de ser duro luchar contra la tierra y los seres que la protegen.

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