Me imagino que también les pasa a muchos de ustedes: leer cada martes a Marta Rojals es un placer intelectual enorme, un gozo lector que por unos minutos da la sensación de que es capaz de detener el tiempo. Ahora lo recuerdo de memoria y tal vez no sea la frase exacta pero me parece que fue Anton Chejov quien, al preguntarle qué era un escritor, dijo que no lo sabía muy bien, pero que seguro que era alguien que no haría nunca de vendedor de perfumes. Marta es así. No transige con florituras, nunca vende perfumes y siempre va directa a la yugular. Pero con una elegancia asesina que a mí, qué quieren que les diga, me causa mucha envidia.
Esto viene a cuento porque ayer nos regaló otro de sus articulazos (1) en el que ponía contra las cuerdas a Miquel Iceta. Si no lo leyeron ya pueden hacerlo. Al señor Iceta se le ocurrió decir que cuando pase esto de la pandemia ya no tendrá ningún sentido continuar hablando del proceso, frase estúpida a la que Marta Rojals replica con la contundencia de un huracán: ‘Después del coronavirus, la independencia será más que nunca una cuestión prioritaria, sobre todo para que no vuelva a suceder que ante una crisis monstruosa nos usurpen la capacidad de decisión como si fuéramos criaturas, o que nos hagan tragar muñecos disfrazados con medallas donde habría de haber científicos, o que nos envíen la ultraderecha uniformada a hacer el mierda por nuestras calles, residencias y hospitales’.
No hace falta, pues, que insista en esta parte de la ecuación, que el dirigente del PSC ya ha quedado bien servido. Pero hay otro componente de la frase de Iceta que me gustaría comentar hoy: de qué manera el sistema español de partidos genera y prioriza la mediocridad y las fantasías electoralistas, antepone al bien común la profesión y el modus vivendi y, en definitiva, aleja del sentido común más básico a personas que si no trabajaran de políticos podrían ser incluso interesantes.
Esto, por desgracia, no pasa en Madrid y punto. También en nuestros países nos hemos contaminado ampliamente, tanto que estoy convencido de que es este, de hecho, uno de los problemas más grandes que ahora mismo tenemos todos. En los momentos más intensos del proceso hacia la independencia la fuerza de la calle obligó al partidismo a rebajarse al mínimo imaginable y con ello todos vivimos el estallido de otra manera de hacer política, mucho más interesante y emocionante. Que es verdad que no acabó logrando el resultado que todos queríamos, pero que nos llevó, de momento, al punto más avanzado en donde hemos estado nunca, un punto donde espero y estoy seguro que volveremos tarde o temprano, si sabemos reconducir la batalla cainita por un menguado poder regional.
De hecho, ya hace tiempo que es muy visible que en el Principado no tenemos un govern sino tres, el del PDECat, el de Esquerra y el del president Torra, que prácticamente es él solo. Tres gobiernos que demasiado a menudo se miran de reojo. Torra es quien lo hace menos, precisamente porque es el menos político y el que menos interés tiene en seguir viviendo de la política…
Porque este hecho, vivir de la política, es lo fundamental, lo que diferencia más la estructura española de partidos de la que tienen países donde la democracia es más abierta, donde los partidos no se entienden como un corsé de control de los votantes sino como una expresión ordenadora de la pluralidad. Aquí se prioriza el aparato sobre las bases, la obediencia a la democracia y el silencio al mérito. Y así nos va.
Digo que así nos va porque estos días, en medio de la gravedad sin parangón de la pandemia, se ve con una claridad absoluta esto de que hablo. Por un lado hay unos ciudadanos ahogados, nerviosos, horrorizados, y por otro una capa política que ni en medio de la muerte más generalizada no para de hacer cálculos y ver oportunidades. Cálculos para ganar las elecciones, es decir, para tener más poder a repartir entre los suyos. Oportunidades de derrotar al otro. Me hago cruces cuando intento entender cosas que, sin embargo, ya sé que son incomprensibles.
Como ésta que contaba antes de que el govern catalán en lugar de remangarse todos juntos se miran de reojo todo el rato a ver quién se mancha menos o quien acapara más titulares favorables. O como la que representa, vuelvo al principio, Iceta.
Al principio de la pandemia me llegó un mensaje que me aseguran que circulaba entre la militancia del PSC, que decía que «Pedrito [se ve que a la ‘autoridad competente’ ellos le llaman así] nos llevará a ganar la Generalitat». Es eso que decía antes: la pandemia como oportunidad y eso que expresa la frase del no-presidente del senado español afirmando el fin del proceso, gracias, ¡oh!, en la pandemia. Aquel mensaje reclamaba acusar a Torra de todo y más, como efectivamente después se ha comprobado que han hecho. A veces con derivaciones sensacionales que ni restregando tus ojos llegas a entender. Resulta que la presidenta de la Diputación de Barcelona, en representación por tanto de la Diputación que gobierna precisamente con el PDECat, ataca al presidente de la Generalitat cargándole el mochuelo de las muertes en las residencias. Es para alquilar sillas.
Ya sé que no puedo generalizar y que hay gente para todo. Sería injusto, y no me gustaría no reconocerlo, que hay políticos que estos días se dejan la piel y las horas, incluso la salud, conscientes de su papel como servidores de los ciudadanos. Esto es así. Pero, por desgracia, no es todo. Porque, por increíble que parezca, estas semanas lamento constatar que prácticamente cada día muchas de las decisiones de la mayoría de gobiernos y partidos se toman teniendo en mente consideraciones más vinculadas con la demoscopia y el disfrute de las instituciones que con otra cosa.
Un último ejemplo. Cuando trato de que me cuenten desde el entorno de los comunes cómo es que de pronto se han vuelto militaristas y cómplices en la ejecución de un nuevo 155, me responden que el gobierno de izquierdas y la coalición es demasiado importante, que saben que tienen una gran presión de los poderes fácticos para romperla y que por eso decidieron adoptar medidas que la extrema derecha no podría cuestionar, con la única intención de proteger su continuidad. Y cuando les recuerdo que nada diferencia la extrema derecha de las acciones de extrema derecha, en lugar de razonar, discutir o pensar prefieren acusarme de radical.
Es clamorosamente evidente que esta pandemia nos obligará a revisar muchas cosas de nuestra vida cotidiana, sí. Espero que una de estas cosas sea la partitocracia y la dependencia que de ella tiene el sistema político.
VILAWEB