La no unidad de España vista por un franquista

En 1943, el economista e historiador aragonés José Larraz López, miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, escribió, en referencia a la no unidad de España bajo los Reyes Católicos y durante los tiempos de la monarquía de los Austrias –es decir, entre los siglos XV y principios del XVIII– que mientras Galicia, Asturias, León, Castilla, Extremadura, Murcia y Andalucía formaban parte de un único Estado, con fronteras comunes, cortes comunes, idéntica legislación, los mismos tributos, idéntica moneda y también la propia política económica, no sucedía lo mismo en otros lugares de la Península.

Para quien fue procurador en Cortes y ministro de Franco en 1939, justo cuando acababa la guerra civil –por lo tanto, hombre comprometido hasta la médula con el pensamiento y la peor práctica política de la dictadura– la realidad política en los siglos referidos era muy distinta, tanto que no era posible hablar de la existencia de un mismo Estado, España, durante esas centurias.

Larraz (1904-1973) lo dejó bien claro en su interesante libro ‘La época del mercantilismo en Castilla, 1500-1700’, Madrid. Ediciones Atlas, 1943 al escribir: “Navarra, Aragón, Cataluña y Valencia estaban en unión personal, bajo el mismo rey de Castilla, pero eran Estados diferentes, con una legislación distinta [las Constituciones en Cataluña, los Fueros en Aragón y los Fueros, en el reino de Valencia], distinta moneda y fronteras aduaneras que las separaban de Castilla (…). La unificación jurídico-política no se produjo hasta los Borbones, y, siendo ésta la realidad, no es lícito designar, ambiciosamente, como español lo que hace referencia sólo a Castilla”.

Para Larraz, esta falta de integración de los pueblos mediterráneos en la política de Castilla entre 1500 y 1700 ayuda a entender muchas cosas, particularmente en términos económicos.

Contra lo que será dogma oficial del franquismo sobre la unidad de España bajo los Reyes Católicos, fe que mantienen intangible los creyentes nacionalistas españoles –y no sólo de derechas– y algunos historiadores, Larraz, insistiendo en la idea, dejó escrito: “Esta aclaración era necesaria porque la mayoría de los autores que se ocupan de la economía castellana de los siglos XVI y XVII se hacen presentes a los ojos del público como si se ocuparan de toda España, cuando, por lo general, suelen prescindir de Aragón, Cataluña y Valencia”, es decir, de los tres principales estados que formaron la perfecta confederación que llamamos Corona de Aragón.

Que tengamos que recurrir a un historiador de la época más oscura del franquismo, para combatir la colosal desinformación o ignorancia querida del españolismo actual debería avergonzar a buena parte de nuestra clase política, que una y otra vez, desde las supremas tribunas de las dos instituciones más representativas no se han cansado de proclamar la existencia de una España unitaria desde hace quinientos años. Suelen ser los mismos que recuerdan con añoranza los “25 años de paz” que vivió España cuando mandaban sus predecesores, y los mismos –algunos se encuentran hoy en un proceso acelerado de reconversión, algo siempre bienvenido– que, en su día, para defender la centenaria unidad de España, amenazada de muerte, apoyaron –entonces con ilusión– la aplicación sin paliativos del artículo 155 de una Constitución que querríamos en avanzado proceso de extinción.

En otro orden de las cosas, Larraz, yo diría que contra la corriente historiográfica más generalizada de aquella España dominada ideológicamente por la doctrina franquista, se atrevió a denunciar la política económica grandilocuente de la monarquía castellana en relación con América, basada en unos objetivos desmedidos, de “estimación hiperbólica de las posibilidades nacionales de carácter económico y de grandes errores en este ámbito”. La conclusión, en versión original, es sugerente: “Con Don Quijote solo no se puede mantener un dilatado imperio”.

EL PUNT-AVUI