Yo no he creído nunca en la llamada mesa de diálogo Cataluña-España. No he creído ni creeré. Y no porque no crea en el diálogo, sino precisamente porque creo en él como principio supremo entre personas o colectividades democráticas. Las personas y las colectividades democráticas dialogan sobre sus conflictos, y si llegan a un punto muerto, porque las discrepancias son insalvables, ponen las urnas y dejan que éstas decidan. Esto con España es imposible. Quizás dentro de unos siglos, pero ahora es imposible. España todavía está en esa fase de emplear la violencia cada vez que alguien le lleva la contraria; es un Estado violento, con un sentido posesivo y totalitario de las cosas, para el que aceptar la libertad de Cataluña constituye una humillación. Un Estado así, alérgico a la palabra, nunca se sienta a negociar nada. ¡Nunca! Sólo se sienta para ganar tiempo, para tratar de embaucar con migajas a la otra parte y para firmar acuerdos que sabe perfectamente que nunca cumplirá. Hablar con España de algo que no sea la libertad de Cataluña equivale a perpetuar su cautiverio. Siempre ha sido así. Y sólo defenderán esta trampa los que ya se sienten cómodos con su DNI de cautivos. Es decir, los cautivos acomodados.
Porque, ¿qué ocurre cuando el diálogo no es entre iguales? ¿Qué pasa, por ejemplo, cuando el diálogo entre blancos y negros es sólo una concesión blanca de cara a la galería, para que no se diga? ¿Qué pasa cuando los blancos ‘dialogan’ desde una silla de árbitro de tenis mientras los negros lo hacen sentados en una sillita de niño? ¿Qué pasa cuando los blancos advierten que se puede dialogar de todo menos del fin de la subordinación de los negros? ¿A eso se llama ‘diálogo’?, ¿o timo? Será timo si los negros, en lugar de denunciar la prepotencia blanca, se dedican a cantar las excelencias del Bwana de turno intentando hacer creer a los suyos que esa mesa y ese Bwana les harán libres. Si crees que eres cojo, andarás como un cojo.
Pero hay mucho menos cojos de los que quieren y dicen. Se vio en los inmensos aplausos con que fueron acogidas las palabras de Clara Ponsatí en Perpinyà el 29 de febrero pasado, cuando dijo esto: «No hay que dejarse embaucar por fotos de mesas o de un diálogo de engañifa que sólo buscan ganar tiempo a Pedro Sánchez. […] No nos harán libres las renuncias, los miedos, las promesas vacías de diálogo de los mismos que nunca cumplen promesa alguna».
Y es cierto. España, esté gobernada por quien esté gobernada, nunca, nunca, nunca ha cumplido promesa alguna hecha a Cataluña. Tampoco las cumplió nunca con sus colonias de ultramar, y como demuestran los exiliados, los presos políticos y los miles de catalanes perseguidos por el solo hecho de haber puesto las urnas, sigue siendo la misma de siempre. Más hipócrita que antes, pero la misma. Fijémonos, además, cómo el PSOE no se cansa de decir que la mesa «va para largo». Es decir, una reunión al mes alrededor de la mesa de picoteo, «¡qué bueno, este queso!», y un ‘ir tirando’ hasta el final de la legislatura española. Y después, con unas urnas adversas: «Lo siento chicos, pero ya no tenemos el Gobierno»; o con unas urnas favorables: con un palmo en las narices y morcilla a los catalanes. Y mientras tanto habrán pasado cuatro años de bla, bla, bla, de tren arriba, tren abajo, de grandes declaraciones, de fotos con apretones de manos y sonrisas dentífricas… y tal día hará un año… o veinticinco.
A veces, una simple ilustración doméstica hace las cosas más comprensibles. Imaginemos dos cónyuges uno de los cuales da la relación por terminada, se quiere divorciar, pide al otro hablar y se encuentra que éste se lo niega. El primero insiste e insiste y, al final, el segundo acepta sentarse y dialogar, pero no sobre los términos del divorcio, sino sobre aspectos domésticos de la convivencia, tales como «tú cocinas y yo lavo los platos». Con ello, el cónyuge posesivo no conseguirá que el otro cambie de parecer, pero sí habrá conseguido tenerlo lo bastante entretenido como para que no se dé cuenta de la tomadura de pelo. En otras palabras, la decisión del PSOE de sentarse en una mesa de diálogo no es fruto de las ganas de resolver nada, responde sólo a la necesidad de aprobar unos presupuestos y al hecho de no poder resistir más la fuerte presión del «sit and talk». Pedro Sánchez necesita hacer creer en Europa que es un político dialogante que reparte sonrisas, pero en realidad no está dispuesto negociar de modo alguno la independencia de Cataluña como hizo David a Cameron con Escocia, y su mejor aliado es el tiempo. Haciendo mesas de picoteo mantiene distraídos a los catalanes y al patio europeo. Y como cuenta con la claque españolista de los Comunes y de Podemos, que con todo el descaro del mundo califican la mesa «de oportunidad histórica para solucionar el conflicto político en Cataluña», pues adelante que vamos de bajada. Pero es mentira, y Jéssica Albiach, Joan Mena, Ada Colau… lo saben de sobra. Son los aliados de la mentira, porque son los cautivos acomodados. El dueño no necesita negociar nada con el esclavo; y si lo hace, será sólo para negociar la longitud del látigo.
Por otra parte, no se puede hablar de diálogo si una de las partes tiene un poder absoluto sobre la otra y mantiene a disidentes en el exilio, a disidentes secuestrados, a disidentes encausados, a disidentes inhabilitados, a disidentes con multas millonarias, y, por si fuera poco, amenaza de restringir aún más las libertades. Alguien así es lógico que no quiera estar controlado por un mediador, que es la figura imprescindible en este tipo de conflictos. No quiere testigos porque tiene muchísimo que esconder, y una cosa que ocultar por parte del PSOE son los miles de porras que ha puesto sobre la mesa prestas para ser descargadas en la cabeza de los catalanes insumisos en caso de que osen ser libres. Llamar a eso «mesa de diálogo» es una auténtico engaño que no tiene otro objetivo que desactivar el independentismo haciéndole creer que «ahora sí que por fin vamos bien». Porque, que nadie lo dude, si antes no íbamos bien era por culpa del PP, de Vox y de Ciudadanos, ¿eh? ¡No por culpa del PSOE! Y ahora, ¡qué ocurrencia!
Pero mientras algunos ríen las gracias de Pedro Sánchez, él y su partido se burlaban de nosotros el 29 de febrero. Modelo de cínicos, dicen que «la independencia de Cataluña no tiene sentido porque las fronteras están desapareciendo» y al mismo tiempo, aquel 29 de febrero situaban cientos de policías con metralletas en la Jonquera para impedir la libre circulación de catalanes. Y el 3 de marzo, el sindicato Jusapol, que reúne Guardia Civil y Policía Nacional, perseguía, amenazaba e insultaba violentamente a la diputada Laura Borràs en las puertas del Congreso, en Madrid, con gritos de «puta catalana» sin que los policías del Congreso hicieran absolutamente nada. No sólo eso, sino que cuando Laura Borràs les pidió protección, estos se la negaron y la dejaron sola con su jefe de prensa.»¿Por qué quieres protección, si son policías?», le dijeron. Pues bien, ¿verdad que no ha intervenido la fiscalía contra esta acción xenófoba, machista y fascista de los cuerpos policiales del Estado? Está claro que no. En los estados totalitarios la función de la policía no es proteger, es reprimir.
Esta es su mesa de diálogo, una mesa para hablar de cosas que no necesitan mesa especial alguna ni nada que se le parezca porque son exactamente las mismas cosas de orden doméstico que se han hablado y que se pueden hablar entre el Estado y las Comunidades Autónomas. En ningún caso es una mesa de diálogo entre el Estado español y la nación catalana. Y no lo es porque, según el Estado, esta nación no existe, lo que nos lleva a la pregunta: ¿cómo puedes hablar con alguien que dice que no existes? Este es, por tanto, el engaño. El timo de la mesa de picoteo de Pedro Sánchez. Ahora mismo, por cierto, me ha parecido oír su voz: «¿me puedes pasar las croquetas, por favor?»
EL MÓN