131 PRESIDENTE DE LA GENERALITAT
“¡Defended lo que es vuestro!” Con este grito de coraje, el conde de Egmont avanzó hacia el cadalso, en medio de la Grand Place de Bruselas. Pocos instantes después, fue decapitado con un hacha, el 5 de junio de 1568. Minutos antes, el conde declaraba todavía ser leal a su rey, Felipe II, y a la religión católica. También imploró clemencia para su mujer y sus 11 hijos. No le serviría de nada. Felipe II y el duque de Alba, siniestro personaje donde se concentra la esencia de la trágica España negra inquisitorial, implacables, les confiscaron su fortuna –y Bélgica, hoy, todavía recuerda aquella violencia demencial española.
¿Qué había pasado? ¿Qué lleva a Egmont, el héroe de la batalla de Saint-Quintin y primo de Felipe II, al patíbulo?
“Sí, llevad vuestras armas, apretad vuestras filas, no me asustan. Ya estoy acostumbrado a alzarme ante las lanzas, contra las lanzas”, escribe Goethe. Éste es su Egmont, una vida por el ideal de la libertad. Terminada en 1788, en Roma (un año antes de la Revolución Francesa), después de un viaje a Italia, ya famoso en el mundo entero después de que su Werther destrozara todos los cánones románticos establecidos, Egmont es, probablemente, uno de los escritos más ambiciosos de Goethe, por definir la condición humana a través de la búsqueda de la libertad y de cómo un pueblo antepone cualquier otro objetivo para alcanzar esta condición, necesidad y motor de progreso de la humanidad entera.
Este grito a vivir libres hizo que, pocos años después, en 1811, Beethoven, para quien Goethe y Schiller, los dos grandes amigos, eran sus autores preferidos, decidiera componer una música incidental basada en su texto. ¿Cómo no podría haber interesado a Beethoven la defensa de la autodeterminación de los Países Bajos, de la libertad de culto, del espíritu de lucha por la soberanía con la que está descrito el personaje?
El Egmont de Beethoven –única composición del Maestro basada en textos de Goethe– es esto: la alegría y los sufrimientos de un pueblo frente a su opresor, la exaltación del sacrificio heroico del conde, los bellísimos ‘lieder’ de amor. Y, sobre todo, el canto final, la sinfonía de la victoria, como testigo esplendoroso del triunfo póstumo de Egmont.
Fue Maragall quien impulsó la recepción de la obra de Goethe en Cataluña. D’Ors llegaría a decir: “El poeta mantenía como una especie de consulado oficial de Goethe”. Josep Maria Llompart, Marià Manent y, sobre todo, Joan Alavedra fueron sus fervientes apóstoles. En 1932, centenario de la muerte de Goethe en Weimar, la Generalitat lo editó para acercar su figura a los niños de Cataluña. Joaquim Pena, uno de los prohombres del país, publicaba la traducción íntegra de Egmont en catalán, haciéndole hablar así: “¡Adelante, pueblo bravo! La diosa de la victoria te conduce. Y como el mar rompe sus días, romped, derribad vosotros el baluarte de la tiranía, arrastradla, ahogadla, expulsándola del terreno que ella ha usurpado… muero por la libertad, por ella he vivido, combatido, y a ella doy dolorosamente mi vida”.
¡Defended lo que es vuestro! La memoria de un instante que debería ser eterno.
Uno de los pensamientos de Goethe recogidos en el libro de la Generalitat para niños de 1932 dice: “Quiero a quienes quieren lo imposible”. Y con este grito es necesario que se levante la esperanza de nuestro patriotismo. La única forma de respetarnos a nosotros mismos.
EL PUNT-AVUI