La presencia de la literatura catalana como invitada de honor en la Feria de Frankfurt-2007, será una gran oportunidad para los Países Catalanes. Es la feria literaria más importante del mundo, mucho más que la mejicana de Guadalajara, y, por lo tanto, la proyección internacional que supone es extraordinaria. Si a ello le añadimos que la literatura catalana forma parte de una cultura minorizada y que esa minorización es fruto de la hostilidad de sus dos poderosas vecinas, la española y la francesa, la invitación no puede ser más oportuna.
Esa invitación, sin embargo, como no podía ser de otra manera tratándose de una nación sin Estado, se ha convertido en una fuente de conflictos y ha sacado a la luz las miserias que conlleva toda subordinación excesivamente prolongada a la voluntad de un tercero. Ignoro cómo se resolverá esta situación el año en que las invitadas de honor sean las letras vascas, pero sus autores y su gobierno deberían ir pensando en ello para no caer en debates absurdos y ofrecer espectáculos tan patéticos como el que ahora tiene lugar en Cataluña. Ciertamente, no es ninguna novedad que una de las trampas en las que caen todas aquellas personas y pueblos que carecen de reconocimiento jurídico es la justificación. Unas y otros gastan altos grados de energía recabando datos, pruebas, razonamientos, etc., con el fin de convencer al mundo de que su existencia es real.
Digo esto, porque el debate sobre si a Frankfurt deben ir solamente los autores que escriben en catalán o también los que lo hacen en español es fruto de una trampa semántica, tendida por el Partido Socialista, con dos objetivos: colocar a «sus autores» -que, en general, son la inmensa mayoría de los que escriben en español- y frustrar toda proyección internacional de Cataluña diferenciada de España. La trampa, por consiguiente, consiste en cambiar «letras» por «cultura». De ese modo, lo que es irrefutable en el primer caso -que las letras catalanas son únicamente las que están escritas en catalán- pasa a ser objeto de debate en el segundo. ¿Percibe el matiz, el lector?
Para hacerlo más comprensible, citemos a tres personajes cuyo lugar de nacimiento no concuerda con la lengua de su obra: el vasco Miguel de Unamuno, el occitano Georges Brassens y el griego Georges Moustaki. ¿Cuál ha sido la contribución de esos autores a las lenguas de sus países de origen? Ninguna, ciertamente, porque la lengua en la que han escrito su obra ha sido otra. Unamuno lo ha hecho en español y Brassens y Moustaki en francés. Estamos hablando, pues, de autores cuya obra ha enriquecido el patrimonio de las letras españolas y francesas, pero que no ha significado absolutamente nada para las letras vascas, occitanas y griegas.
Otro ejemplo, en este caso catalán, lo tenemos en autores como Tísner o Pere Calders, que vivieron veinte años exiliados en Méjico. Para ganarse la vida escribieron cosas diversas en la lengua de aquel país, pero nunca dejaron de hacer literatura en catalán. Así pues, sus trabajos en español no son patrimonio de las letras catalanas del mismo modo que sus obras en catalán no lo son de las españolas. No admitir esa evidencia nos llevaría al absurdo de decir que libros como Paraules d’Opoton el vell y Prohibida l’evasió, de Tísner, o Cròniques de la veritat oculta y Gent de l’alta vall, de Calders, son literatura y cultura mejicana.
Tiene gracia, además, que aquellos autores catalanes que han optado libremente por la lengua poderosa, la española, con el fin de «abrirse», dicen, pero ocultando el móvil económico, pretendan ser invitados de honor el mismo año en que lo es la lengua que menospreciaron. Y si no es así, salvo las honrosas excepciones de Javier Cercas y Juan Marsé, ¿a qué viene ese silencio cómplice ante el plan del PSC, consistente en mostrar las letras catalanas como un subsistema pintoresco de las letras españolas?
Dice José Montilla que «no se debe marginar a los creadores catalanes que se expresan en castellano». Caramba, ahora resulta que los marginados son los poderosos. El pretexto, claro, es que en Cataluña hay muchas personas cuya lengua materna es el español. Muy bien, ¿y qué? ¿Qué tiene eso que ver con la invitación a una literatura? En Cataluña se hablan 300 lenguas. ¿Significa, eso, que son 300, las lenguas que deberán ser invitadas de honor? ¿No será que el ministro Montilla -cosa preocupante para alguien que se proclama de izquierdas- considera que la suya es una lengua superior y que las otras son lenguas inferiores? Él, probablemente, responderá que las otras no son lenguas oficiales y que, por lo tanto, no pueden ser conceptuadas del mismo modo. Pero, ¿y por qué no? ¿No habíamos quedado que el PSC no es un partido nacionalista? ¿A qué viene, de pronto, esa defensa tan visceral de la nación española? Es más, si la lengua española forma parte de Cataluña, dado que viven en ella muchos hispanohablantes, y Cataluña, según el PSC, es España, ¿cómo es que no son también españolas y oficiales las otras 298 lenguas maternas de los miles de ciudadanos que viven en esa parte de España?
Tal incongruencia nos demuestra a que extremos llega la manipulación política en esta cuestión, por medio de argumentos burdos e insostenibles que jamás podrían imponerse si no fuera porque cuentan con la fuerza de un aparato estatal. Y es que la ocultación nacional de Cataluña, como la de Euskal Herria, es para España una razón de Estado. De ahí que esté dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de impedir que el mundo sepa que, dentro de lo que ella considera su territorio, hay personas que viven felizmente las 24 horas del día sin pensar, sin hablar y sin escribir en español. Para alguien que en tierras de ultramar aniquiló cuantas lenguas encontró, con el fin de imponer la suya, la pervivencia desafiante del catalán y del euskera en suelo peninsular es una humillación insoportable.