Xavier Mina fue detenido en Labiano por un pelotón de la gendarmería francesa el 29 de marzo de 1810, hoy hace doscientos años. Este hecho alcanzará, como veremos, una indudable trascendencia en el desarrollo de nuestra historia contemporánea, acrecentada en sus efectos por el paso del tiempo. Mina, al igual que sus paisanos, se hallaba inmerso en la gigantesca tormenta generada por el despertar del mundo moderno, con el enfrentamiento ideológico y violento entre los partidarios de la libertad y los defensores del absolutismo feudal, a lo que se unió el choque bélico universal entre Francia e Inglaterra.
Es muy difícil que Xavier Mina hubiese sido traicionado por sus compañeros de armas. Los jefes del ejército insurgente eran en su mayoría de ideología antiabsolutista y más bien radical. Prácticamente todos murieron en combate o fusilados. Si no fue el fruto del azar, quien pudo tener interés en retirarlo de la dirección del ejército insurgente pertenecería a los círculos de los poderes políticos en liza y no sólo a los franceses, sin descartar a los religiosos.
Se acababa de publicar el decreto, dado en el Palacio de Pamplona el 16 de marzo de 1810, por el que se constituía el primer Consejo del Gobierno de Navarra, formado por diez consejeros navarros y presidido por el Gobernador de Navarra, general Jorge José Dufour, que se estrenó con la adopción del acuerdo de exigir la promulgación de la Constitución de Navarra y su incorporación al imperio francés. Ya para entonces Xavier tenía contactos con los políticos patriotas navarros, una de cuyas cabezas visibles era el diputado de Estella, Joaquín Jerónimo Navarro. De ahí que a Mina, después de que lo hicieran prisionero, se le trató con corrección y no lo pasaron por las armas, como había ordenado inicialmente el emperador Napoleón, aunque siete años más tarde fuera fusilado a manos de Fernando VII, aparentemente por ser libertador de México, cuando en realidad fue un asesinato político decidido y ejecutado por el absolutismo nacionalista español.
Una vez preso por los franceses, fue su principal rehén de cara a los navarros, y también de gran valor para los patriotas navarros que buscaban obtener un estatus político internacional para Navarra bajo el paraguas del imperio francés o de Inglaterra, con sus instituciones estatales y su ejército propio. Napoleón no supo resolver el problema político que se le planteaba, tras las continuas conversaciones y contactos habidos, al no decidirse a acordar por fin con los navarros, tanto los políticos patriotas como el ejército de Mina, la solución del reconocimiento de la soberanía política y de la Constitución liberal de Navarra.
Mina, contando con la ayuda británica, se disponía a abrir un puerto en la costa del golfo de Bizkaia para poder comunicar con el exterior los territorios de los Pirineos y de la cuenca del Valle del Ebro. Los contactos ingleses de Mina eran algo más que las meras necesidades coyunturales de una ayuda militar. Había previamente una coincidencia de intereses en la sociedad frente a un enemigo común. Los navarros habían visto cómo desde 1789 se eliminaba la estatalidad de la Baja Navarra, en 1794 se producía la guerra de la Convención y sobre todo se atacaba directamente a los intereses económicos de los productores y comerciantes navarros, que muy pronto resultaron gravemente afectados al quedar bruscamente cortadas las vías que habían hecho posible la llegada de las mercancías navarras a los mercados exteriores, fundamentalmente del Reino Unido. Francia había instalado aduanas en la muga como las que se mantuvieron hasta 1841 en el Ebro. Lo que supuso un enorme perjuicio a la economía navarra basada en la exportación de la lana y la importación de cacao, agravada por el bloqueo continental europeo impuesto por Francia al comercio con Inglaterra.
De ahí que la defensa del estatus económico y político de Navarra, y con él la garantía de la libertad de comercio, se convirtió en la prioridad más acuciante de los dirigentes políticos y comerciantes navarros de ideología liberal de comienzos del siglo XIX. El interés existente sobre el espacio circumpirenaico de las tres potencias en liza (España, Francia e Inglaterra) tenía diferentes motivos, algunas veces acordes entre algunas de ellas, pero no siempre coincidentes con los intereses de los ciudadanos pirenaicos (navarros-vizcaínos, aragoneses y catalanes).
Es precisamente en este contexto donde se mueve Xavier Mina. Su patriotismo equidistaba del nacionalismo francés, español e inglés, porque para él la patria es la libertad, o allí donde se garantizan los derechos del hombre, de lo que dejó constancia a lo largo de su breve pero intensa vida.
Los absolutistas del partido aristocrático se organizan, por su parte, para recuperar las riendas del poder político del que se habían visto apartados, aunque durante la francesada tengan que condescender con franceses y guerrilleros. Pero sobre todo permanecen agazapados hasta que llega su oportunidad con el ejército español dirigido por el general Carlos de España, un monárquico contrarrevolucionario francés, bajo el mando de Wellington.
En el campo la organización de los voluntarios armados de Mina, engrosada con numerosos jóvenes por el repudio a las exacciones francesas, llega a convertirse en una estructura militar formada por batallones que controlan todo el territorio. En la capital los patriotas navarros liderados por J.J. Navarro consiguen una interlocución directa y a la vez un cierto respeto de los franceses. Los intentos de llegar a un acuerdo a tres bandas son continuos con el horizonte de la independencia de Navarra en la órbita del imperio francés.
La ideología liberal en Navarra apostó mucho durante los años de la dominación francesa, pero, tras la derrota de Napoleón, enseguida se desencadenó la represión contra los jefes de la División de Mina y contra los liberales navarros que llevaron la administración entre 1808 y 1813, lo que supuso su aplastamiento y el surgimiento de las enormes dificultades del liberalismo navarro para reorganizarse y posibilitar en Navarra el ejercicio de la libertad individual y colectiva frente al absolutismo, los monopolios feudales, la reacción carlista y el nacionalismo centralista liberal. La fecha que hoy recordamos tiene todos los ingredientes para tenerla en cuenta como el comienzo del secuestro de los derechos a la libertad de los ciudadanos en Navarra, cuyos efectos perduran hoy en día.