Hace unos años en México, durante la presidencia de Vicente Fox, el Congreso de diputados creó una comisión para la elaboración de una ley de lenguas indígenas. Uno de los ponentes de la ley vino a Barcelona para captar y entender el modelo de normalización lingüística del gobierno catalán. Me tocó a mí atenderle. Tras ser informado de las prioridades del modelo catalán (escuela, medios de comunicación y administración) el diputado en cuestión, miembro de una de las minorías nacionales más importantes del Yucatán, me preguntó: ¿y la justicia? Le respondí que evidentemente era una asignatura pendiente, que el alto número de magistrados y miembros de la judicatura venidos del resto del Estado añadía dificultad a este ámbito y que la prioridad era la escuela.
El diputado del PRD se me quedó mirando y después de un silencio sostenido me dejó una frase sobrecogedora: «No hay nada peor que ser juzgado en una lengua que no dominas y que en algunos casos ni entiendes». Y remata: «¿Sabes el número ingente de indígenas condenados a prisión, y en épocas pretéritas colgados o fusilados, por la indefensión de no dominar el español?». Uuc-Kib Espadas, diputado en ese momento y hoy antropólogo de prestigio, tenía razón. No hay mayor indefensión en un juicio que no dominar la lengua de los jueces y fiscales.
Todo esto viene a cuento tras escuchar a Jordi Turull responder a los togados del Supremo. Es evidente que la situación de los catalanohablantes del Principado de Cataluña dista mucho de la situación de muchos ciudadanos del Estado de México que aún hoy no dominan el español. Por suerte nuestra en Cataluña los catalanohablantes dominamos con más o menos fluidez las dos lenguas oficiales (aranés aparte). Pero seguro que a Jordi Turull, al resto de miembros de nuestro Gobierno y a todos los catalanes que pasarán por ese juicio les sería mucho más cómodo expresarse, y en el caso de los primeros defenderse, en catalán.
El nacionalismo español, empeñado en la deshumanización de los catalanes, intenta siempre ridiculizar o hacer reducción al absurdo cualquier demanda de derechos lingüísticos de las minorías nacionales que hay en el Estado. Para ellos este mal no requiere ruido, y que nadie dude que para ellos el plurilingüismo es un mal. Esta semana también nos ha quedado claro que una irregularidad más se añade a lo largo corolario de anomalías de este proceso judicial, y es la lingüística. Ser juzgado en el Tribunal Supremo en lengua española y no en el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña y con la posibilidad de defenderse en catalán es un mensaje en sí mismo del trato colonial del conjunto.
Seguro que algunos comentaristas de la caverna española han vilipendiado las catalanadas de los líderes independentistas. Pero ya les gustaría a ellos hablar inglés como nosotros hablamos el castellano. Porque por mucha demagogia que destilen sobre una hipotética desaparición de la lengua española en Cataluña, la realidad es otra: la lengua española es la lengua de más de la mitad de catalanes y la lengua hegemónica en los medios de comunicación social, entre otros, y tiene una buena salud de hierro. El castellano en Cataluña más que aprenderse, se respira. Esto no quita, y por eso llora la criatura, que una mayoría de catalanes, hablen la lengua que hablen habitualmente, defiendan el uso y la pervivencia de la lengua catalana. Esta mayoría es un obstáculo al proyecto uniformizador del nacionalismo español. Y en este juicio, como en muchos otros casos, han enseñado la patita. Vidal Quadras lo dejaba claro hace poco en la red: aplicar el 155 durante una generación y controlando la escuela y los medios de comunicación. Una especie de solución final en el tema lingüístico. La pregunta es cómo puede haber todavía gente en Cataluña que se pregunte por qué queremos ser independientes.
Por cierto, la ley de lenguas indígenas fue aprobada en el Congreso de San Lázaro. Pero usando el privilegio que otorga el sistema presidencialista, Vicente Fox la vetó.
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