La lectura es la carta ganadora

Todos somos, en buena parte, lo que hemos leído y lo que hemos asimilado. Los editores sostienen que durante los dos años pandémicos se han comprado más libros y se ha leído más. Sería una derivada positiva del maléfico virus.

El jesuita Miquel Batllori pone en boca de un filósofo francés del siglo XVIII que la verdadera aristocracia es la de aquellas personas que en un periodo largo de su vida han leído de forma desmesurada. No revela el nombre porque sospecho que habla de él mismo. La lectura es porosa y se introduce en el pensamiento de forma suave e imperceptible. Es como la lluvia fina que cae silenciosa sobre los sedientos campos sembrados.

Uno de los privilegios de los que he gozado durante el más de medio siglo de escribir en este diario es el de haber tenido tiempo para leer, cuando el periodista no era rehén de la actualidad, ni de los clics, ni de las redes, ni de las prisas. Corre todavía por Twitter la proclama de Bruno Le Maire, ministro de Finanzas de Macron, a favor de la lectura. Decía hace un año a los jóvenes de su país que “la lectura es una actividad solitaria que les abre al resto del mundo. Lean, aléjense de las pantallas, salgan de las pantallas que les devoran mientras que la lectura les alimenta…”. Palabras de un ministro de Finanzas.

Uno de los inconvenientes del pensamiento rápido al que estamos sometidos es la simplicidad del lenguaje. En su ensayo sobre Tolstói y Dostoyevski, el crítico George Steiner define al primero como el heredero de las tradiciones de la épica y al segundo, uno de los más importantes temperamentos dramáticos después de Shakespeare. Tolstói, la mente embriagada de razón y de hechos. Dostoyevski, el que desprecia el racionalismo y se mueve en el subsuelo de la condición humana. Rusia y el mundo serían otra cosa sin estos dos grandes personajes contradictorios.

No me imagino a estos dos gigantes de la literatura universal en el ámbito de las redes sociales. Se habrían cansado de la frivolidad y de la poca sustancia con que, con frecuencia, se utiliza la palabra como si fuera un estropajo para humillar al que piensa distintamente.

Un gran lector viaja a gran velocidad intelectual y un adicto a las redes recorre los mismos circuitos obsesivos, moviéndose en el ámbito del desprecio al otro desde el anonimato o camuflado en un pseudónimo.

LA VANGUARDIA