La irrupción de los jabalíes

Dos jabalíes irrumpen en la calzada en un entorno urbano.

Dos jabalíes irrumpen en la calzada en un entorno urbano. Freepik

Leí un artículo de Xosé Antón Jardón, “O trunfo dos porcos bravos”, escrito con su tradicional retranca y publicado en un periódico digital gallego, que me encantó. A pesar de mis carencias literarias en el campo de la ironía y el sarcasmo, intentaré imitarlo.

Los jabalíes saltaron de los montes y bosques circundantes a las calles de las aldeas y a los aledaños de los caseríos para alimentarse de lo que la espesa floresta les negaba. Aunque el tránsito por la incipiente urbanidad aldeana no semejaba natural, no le concedimos importancia, porque considerábamos que estaban movidos por el azar. Aparentaban ser una especie de babiecas desnortados huyendo de perros mansos, que sólo fingían perseguirlos. Abonamos convenientemente los matorrales y espesuras para que construyeran zulos donde esconderse y procrear, despreocupándonos de su proliferación y de la oleada de las especies invasoras hasta engullir la vegetación autóctona, ésta en inminente riesgo de fallecimiento.

Allanaron las carreteras provocando accidentes y no respetaron los vehículos blindados del júpiter tronante de Fraga ni de su delfín tartúfico, Feijóo.

Más tarde, los suidos bravos acompasaban sus sabrosos y cimbreantes traseros por las avenidas de muchas ciudades como perro por su casa. Entonces subieron a las portadas de los periódicos, que adornaban sus páginas para convencernos de que eran jabalíes olvidadizos, que habían perdido su código memorial.

En los últimos años, cuando comenzaron a hocicar en los parques y recipientes de basura de todas las rúas y arterias de los barrios urbanos, los medios de comunicación lanzaron mensajes tranquilizadores de que eran seres inofensivos a los que debíamos acostumbrarnos. Solamente había una excepción a esta regla. La capital se vió libre de esta invasión, porque el oso los acogió y el madroño les rindió sus frutos, encontrando en ella su ecosistema natural.

Mas esta plaga de puercos salvajes siempre fueron lo que nunca dejaron ser, animales domados por los dueños del poderoso caballero quevedesco que se insertaron discreta y sigilosamente en el corazón de la sociedad. Aprendieron los comportamientos, modales y lenguaje de la gente común y a muchos de sus integrantes lograron embaucarlos. Ningún gurú, sesudo tertuliano, perspicaz intelectual, tuitero influencer o líder sagaz se percató de la maniobra o tal vez sí, pero calló para respetar la sempiterna ley de que “quien paga, manda”.

Finalmente ocurrió lo que se esperaba de los citados mamíferos artiodáctilos, osados paseantes de lacones y jamones, defecaron en las travesías urbanas sin que ningún guardia municipal osase multarlos, aprendieron rápidamente a andar de pie, depilaron sus serdas y se vistieron con trajes y corbatas de seda cual personajes repetables, aunque permanecieron con sus miradas torvas, actitudes histriónicas, tonos amenazantes y delirios aviesos y valleinclanescos. Diseminaron bulos en todas direcciones, sin darnos cuenta que un mentiroso nunca cambia, pero mejora su estrategia y sin entender que hay algo peor que ser explotado y es votar por el explotador.

Fueron capaces de embaucarnos, usando incluso proclamas ecofascistas, y hasta le permitimos sentarse en la cúspide institucional de estados y naciones para encumbrar y enriquecer a unos pocos a costa de muchos miserables sin importarnos su conducta arrogante, zafia, chulesca, prepotente, irrespetuosa, intolerante y esperpéntica. Blandían motosierras trepidantes y plateadas al grito de libertad en el momento de hurtarnos la última pecunia que tanto esfuerzo nos costó conseguir.

Otros enarlobaban cual espadas flamígeras rotuladores negros como su alma y nuestra expectativa de futuro, promulgando ucases a diestro y siniestro cual gigantesco aspersor de jardín y convirtiendo el mundo en un salón del oeste donde el pistolero más rápido y fuerte impone su ley. Algunos de manera más sibilina procuraban eliminar al adversario suministrándole alimentación nutricional de polonio o de forma abrupta invadiendo su territorio. También pulula entre entre esta fauna asilvestrada quien arremete contra la morisma, paradójicamente tocinofóbica, retrotrayéndonos a los tiempos filipinos de las guerras alpujarreñas en el siglo XVI y a los años de nuestra niñez, cuando leíamos los cuentos del Guerrero del Antifaz o Roberto Alcázar y Pedrín. Valle Inclán disfrutaría trasvasando del mundo real a sus comedias bárbaras estos variopintos personajes de sainete.

Estos mamíferos podrían definirse como animales bípedos, de crestas con pelo da la dehesa y religión demonazi, que habitan en erizados territorios y, una vez entronizados en la cumbre, atacan al ser humano.

A la altura de este artículo vienen a mi mente estas palabras del filósofo Mariano Rodríguez González, pronunciadas en una entrevista en la revista Tempos Novos, 329, outubro, 2024: “Como sigamos así, nunca gobernarán los mejores o de virtud probada, sino que ganará, a largo plazo, el descerebrado sofista que mejor seduzca al ignaro a seguir viviendo en la inversión de lo real. Para cumplir su promesa el político, que carece de vergüenza, podrá llegar a matar, o sea, a suprimir lo real”.

Excursión histórica. Estos puercos asilvestrados actuales no tienen nada que ver con del grupo de diputados, actuantes en el primer bienio de la Segunda República Española, bautizados por el filósofo José Ortega y Gasset como “los jabalíes”. Formaban un conjunto heterogéneo de diputados de extrema izquierda que destacaron por su recia política antigubernamental en las Cortes, incidiendo especialmente sus intervenciomes en el federalismo, la demagogia y el anticlericalismo. Entre ellos se encontraban Angel Semblancat, Salvador Sediles, Antonio Jiménez, Rodrigo Soriano, Eduardo Barriobero, Emilio Niembro, José Antonio Balbontín, Botella Asensi, Pérez Madrigal, Eduardo Ortega y Gasset y Ramón Franco. Son reseñables los tres útimos. Joaquín Pérez Madrigal en su deriva ideólógica pasó de la extrama izquierda a franquista converso y desde 1955 hasta su muerte en 1988 en un católico firmemente integrista. Por el contrario, Eduardo Ortega y Gasset, hermano del filósofo, se mantuvo en su primigenia ideología. Asistió y se adhirió en 1930 al Pacto de San Sebastián, defendió a los encausados por la Revolución de Octubre de 1934 y en 1936 se exilió a París, Cuba y finalmente Venezuela, donde falleció en 1965. En un artículo publicado en Venezuela se mostró partidario de una confederación de naciones hispánicas. Ramón Franco, héroe del Plus Ultra en su viaje oceánico, hermano del futuro dictador Francisco, alias El Perenne, salió elegido diputado en 1931 dentro de las filas de ERC y en 1936 se adhirió a la sublevación rebelde, muriendo en un accidente aéreo en 1938. Más conocida es la ajetreada biografía del donostiarra Rodrigo Soriano Barroeta-Aldamar, que murió exiliado en Chile en 1944 y mantuvo una fuerte polémica con el peneuvista José María Lasarte por cuenta del movimiento Galeuzca, con el que Rodrigo no estaba conforme.

Consejo final. Frente a saludos fascistas, estridencias demonazis y la banalización del mal, más memoria histórica.

https://www.noticiasdenavarra.com/opinion/tribunas/2025/03/13/irrupcion-jabalies-9388214.html