Uso ‘ligereza’, en este texto y hoy, como sinónimo de ‘frivolidad’ pero también, y ya sé que es estirar mucho la semántica, como sustituto de ‘poca consistencia’. Y lo utilizo para expresar la irritación que siento con los dos partidos independentistas que hoy comparten el gobierno, en vista de los juegos partidistas que han comenzado a jugar estas últimas horas, en relación con la situación del vicepresidente Oriol Junqueras y de la maniobra para inhabilitar el president Quim Torra.
En estas últimas horas, unos y otros han tomado o han anunciado decisiones delicadas sin consultar al otro socio ni respetar su voluntad. Y eso, aunque haya sido una práctica habitual desde 2015, y más aún desde 2018, simplemente no es correcto. Especialmente en un momento tan trascendental como este. Ni el presidente del parlamento debería tomar decisiones que afectan a la defensa del president Torra sin comunicarlo ni la consejera de la Presidencia debería anunciar cosas que afectan a los derechos y la defensa del vicepresidente Junqueras sin hablar con él o sus abogados. Simplemente no es serio.
Que la unidad independentista es ficticia y forzada lo sabemos todos. Y la prueba más decepcionante es que los dos partidos ni siquiera han sido capaces de ponerse de acuerdo en las líneas de defensa de los presos. Los presos políticos catalanes -y me refiero sólo a los del juicio del Supremo- han podido ser durante estos dos años compañeros de celda, han podido compartir situaciones difíciles y humanamente terribles, pero no han compartido ninguna estrategia y demasiado a menudo se han dividido voluntariamente siguiendo la línea partidista. Una imagen triste y difícil de asumir por aquellos que queremos la libertad de los prisioneros, lleven la etiqueta que lleven y hayan trazado la estrategia que hayan trazado.
En la defensa de los presos y los exiliados hay dos líneas básicas que se han enfrentado y que corresponden a dos proyectos políticos de futuro diferenciados, es cierto. No es exactamente que los dos partidos sean homogéneos, como ya no lo eran en octubre de 2017, pero, para entendernos y simplificando mucho la cosa, la forma de encarar el conflicto de Carles Puigdemont y la de Oriol Junqueras son evidentemente diferentes. A partir del primer minuto. Porque ir a buscar la justicia europea o aceptar la justicia española tiene implicaciones. Implicaciones a la hora de la defensa personal de cada caso, pero también implicaciones a la hora de orientar un proyecto político coherente con la situación creada.
Yo no me considero neutral en este debate: siempre he estado convencido, y ahora más que nunca, de que la estrategia de continuar acorralando al Estado español en el espacio libre europeo, en Bélgica, Escocia, Suiza, Alemania y finalmente en las instituciones de la Unión, es la estrategia más coherente con los objetivos republicanos y la que da y puede dar los mejores frutos. Pero esta consideración no me llevará nunca a menospreciar o a entorpecer, en definitiva no me hará nunca combatir como si fuera un enemigo, los esfuerzos de aquellos otros independentistas que creen que la mejor opción posible, ahora mismo, es encontrar alguna fórmula de relación con el Estado que supere las consecuencias de la situación creada en 2017 por la proclamación de independencia.
Y es por eso por lo que no puedo entender de ninguna manera que entre ellos, precisamente entre ellos, se dediquen a ponerse zancadillas como unos irresponsables, mientras el lunes una sesión clave del Parlamento Europeo y mientras la presidencia de la Generalitat se encuentra sometida a un acoso político como no se había visto nunca.
Hemos llegado a un punto, tras la sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea, en el que se puede revertir el dolor de estos dos años largos con victorias muy importantes y decisivas. Y por eso ahora más que nunca la gente no se merece tanta ligereza de los partidos. No se la merece esta gente que nunca ha fallado, tampoco la gente que ha sostenido el proceso de independencia en la calle y en las urnas, ni la gente que viajó a Bruselas, a Madrid y Estrasburgo, ni la gente que les votó y les hizo ganar el 21-D el 28-A, el 26-M y el 10-N, ni la gente que fue a pie al aeropuerto, ni los chicos de Urquinaona, ni los de todas las manifestaciones y jornadas, ni la gente de la ANC, de Òmnium, de los CDR y todos los demás grupos y asociaciones, ni los que cortan cada día la Meridiana ni los de la Encrucijada de Girona, ni todos los que en cualquier rincón de los Países Catalanes continúan paseándose, seguimos paseándonos, cada día con un lazo amarillo en la solapa.
VILAWEB