La ingenuidad

Que el proceso independentista que se había iniciado con el “queremos votar” acabe con llamamientos a la abstención en las elecciones españolas promovidas, por ejemplo, por la dirección de la Assemblea Nacional Catalana representa la confirmación de toda una secuencia política que nunca huyó de la ingenuidad. Es probable que ni la sociedad catalana ni mucho menos la clase política que lideró el camino hacia el 1 de octubre aún haya procesado que ni siquiera en Europa occidental y en un contexto supuestamente pacífico y democrático puede haber una secesión sin conflicto ni sacrificio.

La completa desorientación del movimiento tanto en sus bases como en sus cuadros, la falta de respuestas sobre qué camino tomar, las luchas internas, la fragmentación y el abandono de la causa son en mi opinión expresiones de esta incapacidad para asumir la realidad política. Y la realidad es que no hay alternativa a una independencia dura si se quiere mantener la nación. Si bien las deficiencias en el proyecto cultural y lingüístico del catalanismo ya eran evidentes al inicio de la década pasada, el salto adelante que se pretendió aún partía de una confianza en la fortaleza y en el carácter mayoritario e integrador de la comunidad nacional, una mayoría, que era la que quería expresarse en torno a un objetivo específico y que era supuestamente tan rotunda que no podía ser frenada con elementos coactivos.

Desde 2017 hemos visto no sólo que una aplicación leve de estos elementos coactivos por parte del Estado español era suficiente para atemorizar a la población y especialmente a sus dirigentes políticos, sino que desguazado el objetivo de Estado soberano la nación se colaba entre nuestros dedos. Ni independencia, ni lengua, ni cultura, ni cohesión. Al fallar el marco político que debía convertir el sistema lingüístico y cultural en hegemónico, un horizonte al que ya se había renunciado de entrada precisamente por miedo a inquietar a aquellos que nunca se habían sentido integrados en la comunidad, nos abocamos a esta enajenación y a esa división que lleva a la evaporación del vínculo nacional. Así, en este ciclo funesto de renuncias a la identidad y al ideal de la libertad propiciado por los gestores de las instituciones después de 2017, quizás sólo contrarrestado por gestos como la salida de Junts del govern de la Generalitat en otoño de 2022, hemos llegado al punto de que la alternativa a los partidos tradicionales no es ni la lista cívica, ni la ANC 1 o la ANC 2, sino el espacio que representan Silvia Orriols y al Frente Nacional de Cataluña, los cuales, asimismo herederos de la citada ingenuidad, prefieren responsabilizar contra una comunidad marginada y empobrecida que contra los verdaderos poderes que amenazan la continuidad de la catalanidad.

Pero la candidez con la que se condujo la causa independentista está aún por purgar a un nuevo nivel. Uno de los pecados originales que explican la presente confusión radica en la ilusión de impulsar un movimiento de emancipación nacional y, al mismo tiempo, colocar cuadros en las instituciones de la autonomía española. Ha sido bajo esta premisa, impensable si comparamos el proceso catalán con otras naciones que efectivamente han culminado una secesión, como se han generado las contradicciones más abominables, como la de blanquear el PSC y la represión con pactos en las diputaciones provinciales, consejos comarcales y varios ayuntamientos entre ese partido y las fuerzas independentistas.

Pues bien, la siguiente fase derivada de esa incapacidad de abandonar el autonomismo por parte de los actores independentistas será que el españolismo forzará a que las abandonen. Lo harán por la vía expeditiva de un nuevo 155 o a través de una maniobra electoral que incite, ya que no se saldrá del autonomismo, a votar a aquellos que pueden gestionar con mayor eficiencia las migajas del autogobierno (una posibilidad que la campaña independentista por la abstención sirve en bandeja). Dicho de otro modo: que el país no será gobernado por las clases medias y altas de la comunidad nacional, sino que será directamente comandado desde Madrid en un marco español de asimilación. Esperamos que, si esto ocurre, se inicie la reacción, pero también que esta reacción no llegue cuando ya seamos una clara minoría en nuestro propio territorio.

EL PUNT-AVUI