“El pensamiento español está muerto. No quiero decir que no haya españoles que piensen, sino que el centro intelectual de España ya no tiene ninguna significación ni eficacia actual dentro del movimiento general de ideas del mundo civilizado”. Joan Maragall, 1895, ‘La indepèndencia de Catalunya’.
Quizá soy yo, pero me da la sensación de que últimamente se ha agravado una cierta deriva españolista de TV3 y Catalunya Ràdio. Españolista, no particularmente en términos ideológicos formales, sino de una forma más sutil, en cuanto a los referentes con los que cuenta a la hora de contarnos el mundo.
Quizá simplemente la miro más y ya era así, pero cuanto más avanza, me sorprende la obsesión con invitar a referentes españoles, y a menudo bastante provincianos, como si fueran la última maravilla del mundo. Sin ir más lejos, justo antes de escribir este artículo he visto que ayer Enrique Tomás fue invitado en ‘prime time’ y me ha recordado aquella intervención de Jordi Évole el otro día y en el mismo programa diciendo que era necesario españolizar TV3. En medio, he observado con cierta estupefacción cómo eran entrevistados por nuestra radio pública Ayuso y Almeida, gobernantes de la región de Madrid. Curiosamente, a Ana Pontón que ojalá esta noche salga ganadora de las elecciones en Galicia, una nación sin Estado con la que los catalanes de todos colores podemos empatizar, la última vez que la entrevistaron en TV3 fue hace cosa de dos años.
Evidentemente, las entrevistas con expertos internacionales, ya sean sobre el cambio climático o sobre la guerra de Ucrania son escasas. Y las recopilaciones de prensa, cuando salen de Cataluña, no tienen en cuenta aquel artículo de opinión del ‘Financial Times’, del ‘Guardian’ o de ‘Le Monde’, sino el enésimo texto surgido en madrigueras periodísticas donde el odio a la catalanidad es la norma.
¿Se puede independizar una nación que está mentalmente colonizada hasta este punto? Difícilmente. Pero es que incluso uno se plantea cómo puede sobrevivir a medio plazo. La españolización mental de nuestros medios, permea sobre nuestra política y sobre la opinión pública del país. El grado de sumisión de unas herramientas que deberían servir para construir una mirada propia al mundo y a nosotros mismos es sorprendente.
Todo esto me ha recordado el programa político que propugnaba Joan Maragall hace 130 años. Un programa de liberación nacional, basado en la liberación intelectual del país. Un programa en forma de artículo que, pese a algunos rasgos y afirmaciones propios de su tiempo, debería ser de obligada lectura.
Maragall proponía que nuestros artistas no pensaran constantemente en vender sus obras en Madrid, porque esto coartaba su independencia intelectual y, ‘de facto’, lingüística. Supongo que lo hacía porque creía que pensar que nuestro mundo es Madrid es cortarnos las alas y acomodarnos a la sumisión que esperan, al menos desde 1714.
Pero sobre todo, el artículo de Maragall es un llamamiento a liberarse de la prensa española hecha allá o aquí. Decía el poeta: “Que cada uno haga un acto de voluntad diciendo ‘No voy a leer ningún periódico de Madrid ni ningún periódico que inspire su criterio en lo de Madrid’. Esto a los intelectuales no les debe costar nada; porque periódicos de este tipo ya no leen, ni ganas, sino por excepción en caso de verdadera necesidad”.
Y añadía, para los justificacionistas de guardia que “si nos dicen que mientras dependamos administrativamente de Madrid siempre tendremos que saber algo, respondámosles que, por lo que nos interesa, todos los periódicos de aquí, hasta los de espíritu más catalán, nos dicen bastante y demasiado”.
Y lo remataba con un alegato político a favor de la independencia intelectual de Cataluña como paso previo e imprescindible para cualquier otra.
“Pensamos que el día en que Cataluña se hubiera librado del teatro y la prensa de Madrid (y de la de aquí que todavía se hace a la madrileña), nuestra independencia intelectual estaría muy avanzada; y que el día en que nuestra independencia intelectual sea cumpleta, lo demás será lo de menos, y Cataluña formará parte de Europa”.
¿Es más probable que podamos conseguir la independencia si nuestros referentes son propios e internacionales o si son españoles? ¿Qué podamos salvar la lengua si nuestros referentes vienen de las tierras de habla catalana? ¿Qué podamos afrontar los retos globales como el cambio climático o la llegada de la inteligencia artificial si conocemos la opinión de los mejores articulistas y las mejores cabeceras del mundo o nos cerramos con los expertos de la villa y corte? ¿Que podamos denunciar el expolio fiscal si somos más conscientes de que toda la ayuda europea a Ucrania es poco más del doble del déficit que sufre Cataluña cada año?
El deber de los medios públicos catalanes no es empujar hacia ese objetivo político o aquél, pero sí lo es empujar para que este país mire al mundo con sus propios ojos y no como una rama regional española.
El deber de los medios públicos y de los intelectuales catalanes debería ser convertir el grueso actual del artículo de Joan Maragall en programa de acción, y ayudar al país a su independencia intelectual, en pie de igualdad con las otras naciones de Europa y del mundo. O como diría el gran Ngugi Wa Thiongo, en lograr nuestra descolonización mental.
Y la de cada uno de nosotros, hacer nuestro el acto de voluntad que Joan Maragall reclamaba hace 130 años: “No voy a leer ningún periódico de Madrid ni ningún periódico que inspire su criterio en lo de Madrid”. Sería todo un adelanto.
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