La independencia de Portugal y no de Cataluña

El Imperio español vivió su cénit en 1580 con la anexión de Portugal. “El mundo no es suficiente”, rezaba el lema que Felipe II asumió tras la conquista del país vecino, en clara referencia al emblema de su padre Plus ultra (Ir más allá). La propaganda de Felipe II desempolvó la idea de que Portugal siempre había formado parte del Reino de León. La vieja idea de un único Estado ibérico fue una constante en la Edad Media, pero no se fraguó hasta el año 1578, cuando Felipe II -emparentado con la dinastía portuguesa por vía materna- desplegó una contundente campaña a nivel diplomático para postularse como el heredero de la corona portuguesa. La muerte del rey don Sebastián en la Batalla de Alcazarquivir (1578) dio origen a una crisis dinástica. Felipe II de España reclamó sus derechos al trono portugués. El Rey Prudente contaba con el apoyo de buena parte de la nobleza portuguesa, pero el levantamiento popular promovido por un hijo bastardo del infante Luis de Portugal, obligó al Imperio español a enviar un ejército. Felipe II fue coronado en las Cortes de Tomar en abril de 1581 como Felipe I de Portugal.

El imperio donde no se ponía el sol suponía, en la práctica, un conjunto de reinos y territorios con sus propias estructuras institucionales y ordenamientos jurídicos, diferentes y particulares, que se hallaban gobernados por los monarcas españoles o por sus representantes. El Rey Felipe II nombró a un virrey, que solía rodearse convenientemente de funcionarios locales. Los oficios públicos se reservaban para los súbditos portugueses tanto en la metrópoli como en sus territorios ultramarinos.

La relación entre Madrid y Lisboa se mantuvo estable sin revueltas ni apenas incidentes durante los reinados de Felipe II y Felipe III, pero el progresivo debilitamiento del Imperio español empezó a sembrar la discordia entre la nobleza portuguesa, harta de tener que disputarse cada vez más cargos con otros súbditos de la monarquía.

Como las necesidades de la Hacienda eran acuciantes, el conde duque de Olivares presentó oficialmente en 1626 un proyecto innovador, la Unión de Armas, según el cual todos los reinos, estados y señoríos de la monarquía hispánica contribuirían en hombres y en dinero a su defensa, en proporción a su población y a su riqueza. Portugal era un problema fiscal para Castilla. No aportaba ingresos regulares a la hacienda central y sus defensas en la península tenían que ser costeadas por Castilla. Por ello Olivares insistió en que Portugal debía integrarse en la Unión de Armas a cambio de que los portugueses ocuparan un papel más protagonista en la monarquía. Pero en paralelo a esta oferta, Olivares desarrolló una estrategia de infiltración de sus hombres en el Gobierno portugués. Designó para este propósito a Margarita de Saboya como virreina y a un grupo de castellanos como sus consejeros. En 1634 y 1637 se produjeron dos revueltas populares, especialmente en la región del Alentejo, como respuesta al desembarco de funcionarios castellanos y al aumento de la carga fiscal;pero fue en la crisis de 1640 cuando la aristocracia portuguesa se levantó aprovechando la guerra de España con Francia y la sublevación de Cataluña. En suma, prendió la mayor crisis del Imperio español en su historia cuando Cataluña, Portugal, Nápoles y Sicilia emprendieron, con suerte desigual, sendas rebeliones contra Felipe IV.

Durante el mandato de Felipe IV se limitaron los privilegios de la nobleza portuguesa. Los impuestos aumentaron y la población se empobrecía. El sentimiento de autonomía fue creciendo hasta que se produjo la revuelta. El detonante del levantamiento portugués se debió a la exigencia de Olivares de que 6.000 soldados portugueses y la mayor parte de la nobleza en edad de combatir se sumaran a la guerra en Cataluña. El pueblo llano se decantó en bloque por los nobles rebeldes e hicieron triunfar el levantamiento. En su lugar aclamaron al duque de Braganza como rey, con el título de Juan IV de Portugal, alegando viejos derechos dinásticos.

Frente a la rebelión general, Felipe IV empezó a preparar la reconquista, pero la corte madrileña consideró que el frente portugués era de menor importancia comparado con otros en los que combatía, como el catalán, por lo que la contienda se limitó a una serie de correrías fronterizas y escaramuzas. En los veintiocho años de guerra, apenas hubo cinco batallas. La longitud de la frontera y la ausencia general de grandes accidentes geográficos que impidiesen cruzarla favorecían estas correrías. A la prioridad que la corte madrileña atribuyó a otros frentes se unió la mala situación de la hacienda real, incapaz de destinar a la guerra con Portugal medios suficientes y de calidad para lograr el sometimiento del reino. El ejército de Extremadura contaba en los primeros años de la guerra con unos siete mil ochocientos soldados y el del Alentejo, que se le oponía, con unos seis mil;este tamaño resultaba insuficiente para emprender el cerco de las principales fortalezas de la frontera. La aportación de tropas extranjeras tampoco mejoraba la situación de los contendientes a causa de la dificultad crónica para pagarlas. Los enemigos de España, sin embargo, se apresuraron a prestar ayuda a los portugueses.

El esfuerzo bélico de Portugal consiguió vencer en las sucesivas tentativas de invasión de los ejércitos de Felipe IV de España. En 1668 se firmó el tratado de Lisboa por el cual España reconocía la soberanía del país vecino. La victoria de los restauradores portugueses se debió en gran medida a la sublevación de Cataluña, ya que todos los mejores soldados castellanos estaban allí. También influyó la ayuda de Inglaterra, Francia y Holanda a la causa portuguesa.

España no pudo luchar en dos frentes a la vez (Cataluña y Portugal) y acabó concediendo a Portugal la independencia. Cuatro siglos después, Cataluña emprende una nueva rebelión contra el yugo de España. ¿Triunfará esta vez?

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