La inacabada reforma de Japón

A menudo se afirma que las revoluciones no ocurren cuando la gente está desesperada, sino en tiempos en que aumentan las expectativas. Tal vez eso explique por qué tienden a terminar decepcionando. Las expectativas -que se fijan demasiado altas para comenzar- no se cumplen, lo que causa rabia, desilusión y a menudo acciones de aterradora violencia.

El cambio de gobierno de Japón en 2009 -cuando el Partido Democrático de Japón (PDJ) rompió el monopolio de poder casi ininterrumpido del Partido Liberal Democrático (PLD) desde 1955- no fue una revolución. Sin embargo, más bien como la elección del primer presidente negro en los Estados Unidos, generó una abundancia de expectativas populares, prometiendo un cambio radical con respecto al pasado.

Esto fue aún más cierto en el caso de Japón que en el de los Estados Unidos. El PDJ no sólo puso muchos nuevos rostros en el poder, sino que iba a transformar la naturaleza de la política japonesa. Finalmente Japón se convertiría en una democracia completamente funcional y no un estado unipartidista de facto administrado por burócratas.

A juzgar por la prensa japonesa, así como la fuerte caída del PDJ en las encuestas, la desilusión ya se ha asentado. La burocracia permanente demostró ser resistente y los políticos del PDJ, no habituados al poder, cometieron errores. Uno de los peores fue el anuncio del Primer Ministro Naoto Kan en junio de un alza del impuesto al consumo justo antes de las elecciones para la Cámara Alta, en las que el PDJ perdió estrepitosamente.

La otra decepción ha sido la incapacidad del gobierno de hacer que Estados Unidos saque su base aérea de los marines fuera de Okinawa. Con esta promesa el PDJ quiso demostrar la nueva asertividad del Japón, en un primer paso por alejarse del estatus de mero «portaaviones» de los Estados Unidos, como un ex primer ministro del PLD describiera una vez a su país.

Si el status quo de Japón ha de cambiar, un factor es la distorsionada relación con EE.UU. La excesiva dependencia en el poderío estadounidense ha torcido el desarrollo de la democracia japonesa de maneras que no siempre se reconocen lo suficiente en los Estados Unidos.

El estado unipartidista de Japón bajo el conservador PLD fue producto de la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría. Al igual que Italia, su viejo socio del Eje durante la guerra, Japón se convirtió en un estado de primera línea en la batalla contra las potencias comunistas. Y, como en Italia, un partido de derechas respaldado por EE.UU. dominó la política por décadas para impedir toda posibilidad de que la izquierda llegara al poder. Incluso los ex criminales de guerra japoneses, uno de los cuales se convirtió en primer ministro a fines de los años 50, se convirtieron en serviles aliados de los Estados Unidos en las guerras (caliente y fría) contra el comunismo.

De hecho, la dependencia japonesa de los Estados Unidos fue incluso mayor que la de Italia y otras potencias europeas. Las fuerzas armadas europeas se enmarcaban en la OTAN. Japón, cuyas fuerzas armadas cargaron con toda la culpa de llevar al país a la catastrófica Guerra del Pacífico, ni siquiera tenía que poseer un ejército o marina tras la guerra. Durante su ocupación de Japón en los años 40, los estadounidenses escribieron una nueva constitución pacifista, que volvió inconstitucional el uso de las fuerzas militares japonesas en el exterior. En cuestiones de paz y guerra, Japón renunció a su soberanía.

La mayoría de los japoneses se contentaron con ser pacifistas y concentrarse en hacer dinero. Los gobiernos japoneses podían dedicaron su energía a acrecentar la riqueza industrial del país, mientras Estados Unidos se encargaba de la seguridad y, por extensión, gran parte de la política exterior japonesa. Fue un arreglo conveniente para todos: los japoneses se enriquecieron, los estadounidenses tenían un obediente estado vasallo y otros asiáticos, incluso la China comunista, preferían la Pax Americana a un resurgimiento del poderío militar japonés.

Sin embargo, se pagó un alto precio político. Si una democracia depende en exceso de una potencia externa y está monopolizada por un partido cuyo papel principal es ser intermediario en los tratos entre las grandes empresas y la burocracia, termina atrofiándose y corrompiéndose.

Italia, bajo los demócrata cristianos, tuvo el mismo problema. Sin embargo, el fin de la Guerra Fría en Europa cambió el status quo político, no hay duda de que con resultados dispares. Los viejos partidos perdieron poder, lo que es bueno. El vacío fue llenado en Italia por el ascenso de Silvio Berlusconi, lo que puede haber sido menos bueno. Por el contrario, en el Extremo Oriente la Guerra Fría no ha terminado por completo. Corea del Norte sigue causando problemas y China es nominalmente un estado comunista.

Pero se trata de un mundo muy diferente al que quedó en ruinas en 1945. Por una parte, China se ha convertido en una gran potencia y Japón, al igual que otros países asiáticos, debe adaptarse a las nuevas circunstancias. No obstante, si bien es la única democracia asiática capaz de contrapesar el poder de China, el sistema establecido tras la Segunda Guerra Mundial no es el más adecuado para esta tarea.

Esto fue reconocido por el PDJ, al que le gustaría ver a Japón desempeñando un papel más independiente en lugar de un mero protectorado de los Estados Unidos y, por tanto, siendo un actor político más asertivo en Asia. Por ello el primer paso simbólico era lograr que EE. UU. trasladara a sus marines de Okinawa, isla que ha soportado por demasiado tiempo la carga de la presencia militar estadounidense.

Estados Unidos no lo ve así. El PDJ amenazó con cambiar arreglos antiguos y cómodos por los cuales les dice a los japoneses más o menos qué es lo que deben hacer. Como resultado, EE.UU. mostró poca paciencia con los japoneses en lo concerniente al asunto de Okinawa y apenas ha ocultado su poco aprecio por el gobierno del PDJ, alimentando la desilusión popular con su desempeño hasta el momento.

Estados Unidos parece preferir un estado unipartidista obediente a un socio difícil, con defectos, pero democrático en Asia. La administración Obama, que lucha por cumplir sus propias promesas de cambio, debería ser más comprensiva con su contraparte japonesa. Si Estados Unidos habla en serio acerca de sus intenciones de promover la libertad en el exterior, no debería entorpecer los esfuerzos de uno de sus aliados más cercanos por fortalecer su democracia.

Ian Buruma es profesor de Democracia y Derechos Humanos en el Bard College. Su último libro es Taming the Gods: Religion and Democracy on Three Continents (“Amansar a los dioses. Religión y democracia en tres continentes”).

Copyright: Project Syndicate, 2010.
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Traducido del inglés por David Meléndez Tormen