Un fantasma recorre Europa, es el fantasma de la identidad. ¿Qué significa ser francés, se ha preguntado en voz alta un ministro de Francia, el señor Besson, jefe de la cartera para
¿Estamos ante un debate inútil, como han dicho algunos? ¿Qué significa ser catalán? -traemos el debate a nuestra casa-. Sí, es cierto, nuestro paisaje humano ha sufrido un cambio espectacular en los últimos diez años; estos días hemos visto estampas de las calles de Vic, y una cosa ha quedado clara: no sé si saben qué es ser catalán todos aquellos hombres y mujeres venidos de todo el mundo que viven allá, pero la mezcla es evidente, perfectamente visible. Hay gente de todo el mundo, y quizás no saben nada de la tierra que los acoge. ¡Aquí se esconde el gato, amigos míos! ¿Qué identidad pues, se supone que tienen que ‘rehacer, transformar o enriquecer’?
Las escuelas hacen su trabajo, la inmersión lingüística funciona, es cierto, pero no sé si todo esto servirá para nada: ¿estamos formando nuevos catalanes?, ¿estamos integrando?, ¿Integrando en qué? ¿O quizás sólo estamos pasando el tiempo elaborando bellos discursos perfumados mientras que lo que era la identidad catalana se está desintegrando, arrinconada en una esquina? ¿Moriremos por delicadeza?
Porque aquí está el núcleo del asunto -a mi parecer-: los más optimistas dicen que la identidad catalana cambiará, que está cambiante, ya está siendo rehecha a partir de un núcleo de factores fruto de un gran mestizaje. ¡Magnífico -si fuera cierto! Pero, ¿estamos seguros? Yo no soy partidario de las identidades fuertes, monolíticas, cerradas, etc. Pero tampoco soy partidario de desaparecer. ¿Y tú?
¿Enriquecen? ¿O ignoran y, por lo tanto, borran? Dice Tahar bien Jelloun que la identidad es una casa abierta que se agranda y enriquece cada día. Muy bien. Todo esto es muy bonito. Precioso. ¿Pero si en la casa abierta no entra nadie? Porque todo esto está abierto, muy abierto y ventilado. Entrad, entrad, creced y multiplicaos, etc.
¿Entra alguien en la casa de la catalanidad? ¿Y acepta los principios básicos? ¿Y cuáles son estos principios, esos deberes? ¿Lo es el catalán, nuestra lengua? ¿O ya es sólo un complemento, un accesorio? ¿Y qué otros atributos tiene la catalanidad? ¿Qué símbolos, rasgos, representaciones, recuerdos, emblemas, referentes, singularidades forman parte de la catalanidad? ¿Por qué no los enumeramos y así sabremos qué es lo que tienen que enriquecer y rehacer nuestros simpáticos recién llegados?
Pero este es el problema de las naciones sin estado: no pueden ejercer la coacción educada y deferente hacia su identidad, la cual, es cierto, una vez aceptada y comprendida, puede modificarse y prosperar de un modo nuevo, realzada con una savia regeneradora.
¿Y si los que entran para engrandecer y enriquecer la casa de la catalanidad se mean en la piscina, dejan los grifos abiertos o embadurnan de mierda las paredes? Nuestra identidad no tiene las herramientas para hacerse respetar que sí tiene una identidad encarnada en una estructura estatal. Que no nos quieran, pues, tomar el pelo con requiebros especulativos.
Se nos dice que nos enriquecerán, que la catalanidad del siglo XXI será una cosa muy diferente de la del siglo XX. Muy bien, pero primero hay que plantear bien las cosas, exigir un mínimo de deberes. Sin histerismos, sin ponerse nerviosos ni ahogar nadie con la senyera, sin puritanismos de estampa, pero tampoco dejándonos llevar por la tibieza y que la senyera acabe siendo la alfombra con la que se limpian las suelas de los zapatos los señores recién llegados.
Todo el debate que afirma que tenemos que ser inclusivos, abiertos, respetuosos y todo su catecismo quizás ignora que hay identidades más débiles, encarnadas en sociedades con mal de huesos, identidades con anemia y un punto crónico de tristeza.
A todas esas identidades las costará hacer su camino en el desmadre de razas y culturas que se nos presenta. Todos queremos perdurar, y una vez que esto se nos asegure, todos queremos acoger y mejorar, engrandecernos y beneficiarnos de todo el que puedan aportar a la catalanidad todas las culturas que han llegado, que llegarán y que dirán ‘ya estoy aquí’.
Y sobre esto de la catalanidad de los catalanes, la cita y acabo: «El catalán es poetastro y musical. Es casi seguro que nuestro país contiene una considerable cantidad de poetastros -muchos más que cualquier otro país de este continente. Después están los musicólogos, que también son considerables. (.) El catalán no quiere molestia de ningún tipo. No cree en nada -sin ni siquiera haber reflexionado-. Algunos -pocos- llegan a hacer el pan. La mayoría se lo comen, como es visible y normal.» Josep Pla, Últimos escritos.