La Fábrica de Harinas de Castejón, hoy convertida en Bodega Marqués de Montecierzo, es un gran ejemplo de rehabilitación y reutilización, para otra actividad, de un antiguo edificio industrial, manteniendo en gran parte su primigenia estructura arquitectónica. Tras una historia llena de vicisitudes como harinera durante casi cincuenta años, es hoy dedicada a la producción de vino (Fig. 1).
Fig. 1 La actual Bodega Marqués de Montecierzo en el edificio primitivo de la Fábrica de Harinas. Foto cedida por J. Lozano
Su historia comienza, ahora hace 100 años, en 1916. Ese año, el comerciante riojano Evaristo Pérez-Iñigo Sacristán compró un terreno de casi cuatro hectáreas situado en las cercanías de la Estación de Ferrocarril de Castejón propiedad de la condesa de Cifuentes, la madrileña Mª Dolores Queralt y Bernaldo de Quirós, con objeto de construir una harinera. Evaristo Pérez-Iñigo era un conocido y próspero comerciante de Logroño que, a comienzos del siglo XX, poseía un establecimiento de coloniales o ultramarinos en la capital riojana. Pronto, añadió una pequeña tahona a su establecimiento con lo cual se introdujo en el mercado de la harina y la panadería. En 1910 creó con otros dos socios, los hermanos Leopoldo y Leopoldina Moreno de Calahorra, la Sociedad “Evaristo Pérez-Iñigo y Cia” y compró dos fábricas de harinas en Logroño, en 1910 la de Eusebio Sobrón y en 1913 la de Eugenio Fernández, ambas contando ya, con la moderna maquinaria sistema austro húngaro para la molienda mediante cilindros. Pero, la sociedad quería seguir creciendo y su intención era hacerlo a todo lo largo de la ribera del río Ebro.
Castejón era, hasta la llegada del ferrocarril, una pequeña población de apenas tres o cuatro edificaciones, lindante con la provincia de Logroño aunque perteneciente a Navarra, con la consideración de ser un barrio de Corella. Por allí pasaba el camino real de Pamplona a Madrid y para el paso del río Ebro, al no tener puente, contaba con servicio de barca y barquero, de ahí su nombre primigenio de Castejón de la Barca. Durante la tercera década del siglo XIX se desarrolló y se puso en marcha en Inglaterra un novedoso sistema de transporte, la locomotora de vapor. Rápidamente se extendería por todo el mundo y sólo treinta años después de la inauguración de la línea Liverpool-Manchester, llegaría a Nafarroa el primer ferrocarril. En 1861, la Compañía del Ferrocarril que iba a unir Zaragoza con Pamplona inauguró en Castejón una de sus estaciones, realizando además un gran puente sobre el Ebro. Dos años después la Compañía del Ferrocarril de Tudela a Bilbao, pasando por Logroño y Miranda, aprovechó el mismo punto para su propia estación convirtiendo el lugar en un importante nudo ferroviario. En 1878 todas estas pequeñas compañías fueron absorbidas e integradas en una única Compañía de Ferrocarriles del Norte. Como en tantos otros lugares, en los alrededores de esa estación fue instalándose la población, creciendo y extendiéndose, hasta constituir un importante núcleo poblacional. En 1927 y con un censo cercano a los dos mil habitantes, Castejón se constituyó en municipio, segregándose de Corella (Fig. 2).
Fig. 2 La Harinera en los aledaños de la Estación de Castejón. Foto cedida por J. Lozano
La nueva fábrica de Castejón, terminada en la primavera de 1918, constaba de un cuerpo central con sótano y tres pisos en donde se situaba la propia maquinaria para la producción de harinas. En el sótano un motor eléctrico de 88 caballos iba a dar movimiento al eje central, del que partía hacia los pisos superiores todo el sistema de poleas, capaz de poner en marcha las sofisticadas máquinas, de limpia, molido y cernido que constituían el moderno sistema austrohúngaro de molienda. Este sistema, a partir de maquinaria desarrollada por ingenieros austríacos en las últimas décadas del siglo XIX, se había generalizado por todo el mundo, con la más importante y novedosa característica del cambio de las clásicas piedras de los molinos por cilindros metálicos. La maquinaria, en este caso marca Daverio, molinos, planchisters, triarbejones etc. estaba colocada, como era menester, estratégicamente en los tres pisos superiores, funcionando de forma continua y prácticamente autónoma, capaz de producir hasta 35 toneladas de harina cada 24 horas. Por su tamaño y capacidad productora, podría considerarse como la fábrica de harinas más importante de Navarra y una de las punteras en el estado. Iba a hacerse cargo de su dirección Julián Pérez-Iñigo, uno de los hijos de Evaristo, fundador de la sociedad. A ambos lados del cuerpo central se encontraban sendos edificios de dos plantas dedicados uno de ellos a silo para el almacenamiento del trigo y el otro, al envasado y almacén de los productos finales, harinas y salvados. Cerrando las instalaciones para formar un patio interior, se hizo un pabellón que alojaba oficinas, talleres de carpintería, portería, vivienda del administrador, de los molineros etc. Detrás del propio edificio industrial se habilitaron dos muelles de carga junto a un apartadero de la vía del cercano Ferrocarril del Norte. La corriente eléctrica para hacer funcionar el motor y proporcionar la iluminación necesaria a todo el complejo se tomaba de la cercana línea general de la Sociedad Hidráulica del Moncayo. Esta sociedad con la energía producida en sus saltos de Vozmediano en el río Queiles, los del Ebro y la térmica de Tudela, en esos años suministraba de electricidad a todas las poblaciones e industrias del entorno (Fig. 3).
Fig. 3 Vista aérea del conjunto fabril delante de la Estación. Foto cedida por J. Lozano
Además de la fabricación de harinas y como actividad diferente, se instaló en un pequeño local adosado a la trasera del edificio, una máquina para fabricar hielo en bloques. La fabricación de hielo industrial consistía en introducir unos recipientes metálicos rellenos con agua dulce en una solución de salmuera a la que se añadía habitualmente amoniaco como refrigerante, hasta conseguir la congelación del bloque. El hielo en bloques, utilizado sobretodo como conservante en la industria alimentaria, tiene las grandes ventajas de su lento deshielo y su facilidad para el almacenamiento y transporte (Fig. 4).
Fig. 4 Fabricando hielo en bloques. Foto cedida por J. Lozano
Como vamos a ver, la ideología política de sus dueños iba a influir de forma directa en la historia y la actividad de la harinera en los años siguientes. Su director gerente, Julián Pérez-Iñigo Ubis era un miembro destacado del Somatén de Castejón, cuyas reuniones se celebraban en la propia fábrica. El Somatén fue una organización paramilitar que instituyó Primo de Ribera durante su dictadura. La misma tenía como objetivo ser la “reserva” y el “hermano” del ejército para la defensa de la independencia de la Patria y organizar y encuadrar a los hombres “de bien” para fortalecer al equipo gobernante. Sus miembros organizados en grupos en cada pueblo o valle, incluso estaban autorizados a utilizar armas de fuego (Fig. 5).
Fig. 5 Julián Pérez-Iñigo, director de la harinera (tercero por la derecha) y otros miembros del Somatén de Castejón en el patio de la instalación. Foto cedida por J. Lozano
Tras el periodo de la segunda república, el inicio de la guerra civil causada por el golpe de estado militar, en julio de 1936, paralizó por completo la actividad fabril de la harinera. A partir del verano de 1937, e imaginamos que por iniciativa o al menos con el consentimiento de los dueños de las instalaciones, la fábrica se utilizó como prisión-alojamiento de varios batallones de prisioneros, los llamados Batallones de Trabajadores (BBTT), disciplinarios o de castigo. Por los fríos y húmedos sótanos de la harinera pasaron hasta tres mil quinientos prisioneros entre 1937 y 1940. Tras las largas jornadas de trabajo en el desdoblamiento de la línea de de ferrocarril entre Castejón y Zuera o en la construcción de la nueva línea Castejón-Soria, entre la primera localidad y la soriana Olbega, los prisioneros republicanos, muchos de ellos procedentes de compañías de gudaris vascos, terminaban siendo “alojados” en los silos de la fábrica. Al hambre y el frío se añadía el hacinamiento, completándose el necesario caldo de cultivo para el desarrollo de enfermedades, especialmente de la tisis o tuberculosis, que se llevó por delante o dejó con secuelas importantes a muchos de los presos.
Pero la guerra se alargaba y pronto se hizo manifiesta la necesidad de retomar la actividad de la molienda de cereales para así poder suministrar a la población de unos mínimos del alimento básico, el pan. Y la Harinera de Castejón iba a hacerlo con una historia personal, cuando menos curiosa, la historia de Bernardo Colomer.
Bernardo Colomer Vidal había nacido en 1891 en la localidad valenciana de Aielo de Malferit en el seno de una familia adinerada. Su delicada salud le impidió cursar estudios y para los 18 años se inició como aprendiz en la fábrica de harinas que construyó su padre en L’Alcudia de Crespins, junto a Canals, al sur de la provincia de Valencia. Como tantos empresarios, nada más producirse el golpe militar en julio de 1936, salió huyendo de Valencia con su familia. Tras permanecer varios meses escondido en casas de amigos, en febrero de 1937 logró llegar a Marsella. Pocos meses después pudo reunirse allí con su mujer e hijos, atravesar todo el sur de Francia y entrar en San Sebastián. Allí, Bernardo encontró trabajo de guardián en un banco y sus hijas pudieron acudir gratuitamente a un colegio perteneciente a la misma orden religiosa del que estudiaban en Valencia. Casualmente una monja de esta orden, suponemos que oriunda de Castejón, conociendo el oficio de harinero de Bernardo, lo puso en contacto con el dueño de la fábrica de harina que desde el inicio de las hostilidades había quedado paralizada en Castejón. A Bernardo le entusiasmó el proyecto de alquilar y reflotar aquel negocio y, tras localizar en Andalucía a su amigo Vicente Simó y proponerle una sociedad, se reabrió la empresa harinera. Durante el resto de la contienda se dedicaron los dos socios en cuerpo y alma a su negocio, al que fueron acudiendo operarios huidos de la zona Republicana. Al terminar la guerra, Bernardo volvió a Canals y acordó con su socio mantener la atención de la fábrica acudiendo a Castejón en turnos de dos meses cada uno. Sin embargo poco después, en 1941, murió su socio Simó y él mismo, sólo un año después, en 1942, víctima de la cardiopatía que arrastraba desde su nacimiento.
Tras esos oscuros y dramáticos años, la fábrica de harinas, continuó su actividad, bajo la dirección de Ambrosio Del Valle, yerno del socio fundador Leopoldo Moreno. En 1956 se constituyó la Sociedad Harinas de Castejón S.A. con la práctica totalidad de las acciones propiedad de los miembros de dicha familia Moreno. A partir de entonces, la harinera de Castejón tuvo sus mejores años, con una capacidad de molturación de algo más de treinta toneladas diarias, longitud trabajante de 15,60 metros (la capacidad de las fábricas de harinas se mide sumando la anchura de todos sus cilindros de molienda) y una capacidad de almacenamiento de trigo de dos mil toneladas. A pesar de esta gran capacidad de producción, los empleados eran tan sólo tres molineros y 8 peones, además de otros 3 administrativos y el gerente. La importante y casi total mecanización del proceso de la fabricación de harina mediante el sistema austrohúngaro, permitía una gran producción con poco personal (Fig. 6).
Fig. 6 Un operario en una de las salas de cernido y limpia. Foto cedida por J. Lozano
En la campaña 1965-6 se produce la última temporada de molturación tras someterse la empresa, voluntariamente, al Decreto Ley de Ordenación Triguera, con lo cual debía cesar su actividad, recibiendo la correspondiente indemnización. Ese año la fábrica, como tantas otras en Navarra, cerró y desde entonces la instalación permaneció en estado de abandono, pasando la propiedad por varias manos.
Fue en 2002 cuando Joaquín Lozano, de Alfaro, que provenía del mundo de la viticultura y que poseía varias hectáreas de viñedo en la zona, decidió comprar el viejo y ya deteriorado edificio de la fábrica de harinas para instalar allí una bodega. Él mismo, sin más ayuda que la de sus hijos, rehabilitó la instalación, manteniendo su estructura arquitectónica y siguiendo estrictos criterios de reciclaje de materiales. Así mismo conservó, en la medida de lo posible, la maquinaria de la harinera como muestra de la actividad pasada. Los sótanos en donde se almacenaba el trigo mantienen un nivel de temperatura y humedad muy constante y son perfectamente aptos para el envejecimiento del vino en las barricas. A los criterios de sostenibilidad y reciclaje en la recuperación del edificio se suma el valor del cultivo y producción de sus excelentes caldos siguiendo la normativa de producción ecológica (Fig. 7).
Fig. 7 Antiguas máquinas para la fabricación de harina en la sala de catas de la bodega. Foto R. Aginaga
La Bodega Marqués de Montecierzo de Castejón es un gran ejemplo de rehabilitación y reutilización, para otra actividad, de un antiguo edificio industrial, manteniendo en gran parte su estructura primigenia. En las visitas guiadas a la misma, cuidadas con mimo, Joaquín se esmera en relatar, además, los claroscuros de su historia a lo largo del pasado siglo.