El grupo ERC impulsa una iniciativa parlamentaria dirigida a que el Estado español reconozca el daño que el ejército colonial causó a la población del Rif por los bombardeos indiscriminados y el uso de armas químicas durante la guerra de independencia, entre los años 1921 y 1927, masacres y castigos que llegaban detrás de cada derrota española, en represalia, como venganza. ERC reclama que se indemnice a los familiares de las víctimas de los gases tóxicos y a quienes sufrieron sus secuelas. Destaca los numerosos casos de cáncer que se registraron en la zona en una proporción mucho más elevada que en ninguna otra parte de África.
El Rif es un territorio montañoso del norte africano, habitado por el pueblo amatzig, una población de cultura y lengua bereberes, una etnia diferenciada, históricamente hostil, marginada y castigada por la monarquía alauita que reina en Marruecos.
En 1921, después de años de insurrecciones y levantamientos en armas, Abdelkrim El Khatabi movilizó a miles de rifeños para sacudirse el dominio español. Aunque la guerra venía de atrás (desde 1909, con episodios como el desastre del Barranco del Lobo o la revuelta de la Semana Trágica catalana), este capítulo final, marcado por la rebelión del Abdelkrim, acarreó una serie ininterrumpida de fracasos y derrotas para la tropa ocupante, que recurrió al uso indiscriminado de armas químicas como el fosgeno, la cloropicrina, el difosgeno y el ‘gas mostaza’. Al final intervino Francia para sostener la difícil posición española. Abdelkrim se entregó a los franceses y mientras lo trasladaban consiguió huir a Egipto.
La guerra del Rif provocó, entre otras consecuencias, el endurecimiento de una casta militar con figuras criminales como Franco, Sanjurjo o Millán Astray. Este ejército, degradado, derrotado y corrupto, sin embargo salió de la contienda africana con la energía y la crueldad suficientes para, tras el alzamiento de 1936 contra la República, hundir a la propia metrópoli (y sus otras colonias) en otro baño de sangre.
La iniciativa de ERC tiene pocas posibilidades de prosperar. El Rif de los bereberes no es un Estado soberano, la república independiente que ensayó Abdelkrim, con autoridad y recursos suficientes para que la tomen en serio en ningún lado. Tampoco están los tiempos para que los españoles asuman la carga de su responsabilidad histórica en tantos genocidios y masacres como han cometido.
Los documentos de la iniciativa parlamentaria, que demuestran la violencia de los ataques españoles contra la población civil del Rif, no harán sonrojar a unos políticos, periodistas, tertulianos y demás fauna corrupta de un Estado que arroja el fardo de su pasado criminal a la corriente banal de la posmodernidad. El presentismo «democrático» lo encubre todo. Los españoles no se preocupan, como los turcos, de negar el genocidio de Armenia. Se te ríen a la cara y sostienen, como dijo hace poco Rajoy, que eso es historia. Agua pasada. Y sólo interesa el futuro.
La otra cara de esta farsa posmoderna la pone Ibarretxe en su empeño de ir de feria en feria pidiendo perdón y humillándose en nombre de la violencia vasca. Es un voluntarismo que le honra. Pero le cundiría bastante más si, como representante del Estado que es, hablara con voz española y reconociera a los rifeños aquellas atrocidades cometidas; y ya puestos, que siguiera con la contrición y el dolor de los pecados y añadiera a la cuenta de las salvajadas las hazañas franquistas de la guerra del 36, y se reuniera con los familiares de las víctimas de los fusilados y desaparecidos en las cunetas; y que no se quedara en el gas mostaza y la cloropicrina, y sacara de la sombra la cal de la tumba de Lasa y Zabala, y se lamentara de las torturas de los cuarteles y comisarías. Que todo va de seguido en esa trayectoria colectiva y nunca se ha dado una ruptura con esa historia siniestra, un reconocimiento de los excesos, una vuelta de la tortilla…
Que ya es broma macabra que, después de siglos de colonias, imperio, masacres, dictaduras, esclavismo, genocidios, degollinas, las víctimas reconocidas a las que los dignatarios piden público perdón y ante las que se humillan sean, precisamente, españolas.