Estos días he asistido asqueado a la operación de linchamiento mediático del diputado Francesc de Dalmases, a quien no conozco personalmente, como parte de la operación madre, que es el linchamiento de la presidenta del Parlament de Cataluña, Laura Borràs. Los linchamientos son un deporte nacional en Cataluña. Es un rasgo de mi país que me avergüenza y me repugna. El linchamiento, sea de la naturaleza que sea, es un comportamiento hipócrita, cobarde, malo, mezquino, propio de individuos y colectivos que necesitan escarnecer y satanizar a alguien, hasta convertirlo en el enemigo público número 1, por tal de sentirse parte integrante de la gente como es debido, de la gente de juicio. En 2004 escribí el libro ‘El caso Carod’, en defensa de Josep Lluís Carod-Rovira, cuando este político estaba sufriendo un linchamiento feroz por haber tenido la osadía de pedir a ETA que dejara de cometer atentados en Cataluña.
¡¿Cómo osaba un político catalán conversar con alguien sin pedir permiso a España?! En el caso Carod, además, como en el caso Borràs, los más inflamados linchadores no eran españoles, eran catalanes. Incluso la cúpula de Esquerra Republicana, de puertas adentro, estaba en contra de la acción de Carod. Carod tenía el apoyo de mucha gente, eso sí, pero de la de más arriba nada. Después llegó la presidencia de Montilla por gentileza de Esquerra, yo dije que Esquerra no prostituiría nunca más mi voto, y ahora se está incubando una operación similar de cara a las próximas elecciones catalanas.
En estos días también es insoportable escuchar los comentarios radiofónicos y televisivos de las emisoras públicas contra Laura Borràs. Parece mentira la cantidad de personas que llevan un dictador en el cuerpo y que se dedican a denostar y a sentenciar con la esperanza de que sus dardos envenenados creen un estado de opinión que aplaste para siempre a Laura Borràs. Visto que no pueden eliminarla de forma noble, es decir, por medio de los votos, se suman a la fabricación de infamias y, cobardes como son, cierran filas con los tribunales franquistas españoles en espera de que éstos les hagan el trabajo sucio. Pues bien, cuando a los linchadores se les acababa la munición y ya no encontraban excusas para seguir ennegreciendo a Laura Borràs en los telediarios y en las columnas y tertulias, apareció al rescate la fiscalía con nueva pólvora: petición de 6 años de cárcel, 21 años de inhabilitación y 144.000 euros de multa para Laura Borràs . “¡Oh, qué bien!”, gritaron algunos. Sobre todo aquellos que no aspiran a ser una nación real y que les basta con ser una nación digital. El problema es que Laura Borràs tiene una personalidad mucho más fuerte que todos sus linchadores unidos y no se deja abatir, lo que les obligó a ‘cocinar’ el caso Dalmases.
Digo ‘cocinar’, porque el caso Dalmases es un bluf, una mentira, una insidia, una maniobra periodística de fabricación casera tan falaz como todas las que salen de la afinadora de la fiscalía; la única diferencia es que ésta está fabricada por los socios ‘independentistas’ de los afinadores españoles. El procedimiento es sencillo: se elevan a la categoría de “presión” y “agresión” unas simples diferencias de criterio periodístico entre dos personas y ya tenemos la noticia. Y, cómo no, a partir de ahí todo el españolismo y todo el autonomismo en bloque, se apuntan al linchamiento.
Pere Aragonès, demostrando hasta qué punto apoya la orquestación de falsedades, calificó el comportamiento de Dalmases de “inaceptable”; ‘Crónica-El Español’, definía a Dalmases como “el gran masturbador”; el diario ‘El País’ atribuía a Dalmases el cargo de “cuidador de Laura Borràs” y, revistiéndolo de información, connotaba negativamente a este diputado diciendo que habita “en la planta noble del edificio de la Derecha del Eixample donde su familia vive desde hace un siglo”. “Hay abolengo”, remachaba. Periodismo de nivel, ya lo vemos. Insultos a Dalmases, por parte de todas estas almas puras que pasean su superioridad moral como quien pasea su falta de escrúpulos, ha habido a carretadas: desde “testosterónico” hasta “gángster”.
Realmente repugnante. Tan repugnante y falso como decir que Dalmases cogió a la subdirectora del programa FAQS, de TV3, y “la cerró entre cuatro paredes”. Incluso es falso que, en la discusión, le cogiera por la muñeca. Pero todo vale para destruir a un adversario político. Les ha faltado poco para decir que la secuestró.
Pero las cosas fueron de otra manera. Tras la entrevista que el FAQS hizo a Laura Borràs, Francesc de Dalmases, el diputado que le acompañaba, que es periodista –resalto este detalle, es periodista– expresó su disconformidad profesional con el planteamiento que el programa había hecho de la entrevista al considerar que se había vulnerado el principio de equidad, es decir, que no se había equilibrado ni el interrogatorio ni los interrogadores, en el sentido de que una cosa es preguntar y otra interrogar, hasta el punto de que Laura Borràs llegó a preguntar si estaba ante la fiscalía. En este punto, cabe decir que no es lo mismo ser entrevistado por un periodista, que serlo por un grupo de periodistas, como si se compareciese ante una comisión de investigación.
Sin embargo, si alguien me pregunta mi opinión personal sobre el incidente, diré que yo, en el sitio de Dalmases, no habría dicho nada. No era necesario. Laura Borràs no sólo salió imbatida, sino que tiene una personalidad y un intelecto lo suficientemente fuertes para no necesitar ayuda de nadie a la hora de responder educadamente y con inteligencia todas las trampas que quieran ponerle. Sin embargo, el señor Dalmases quiso expresar su disconformidad con los criterios deontológicos que se habían seguido en el caso de la presidenta del Parlamento y transmitió su parecer.
La pregunta es: ¿debía haberse callado? ¿No tenía derecho a opinar? ¿No tenía derecho a expresar su opinión en un camerino después de la entrevista? ¿Desde cuándo es delito que dos periodistas diriman su parecer divergente? ¿Y cómo deberían hacerlo, habiendo tanto en juego: con pasión, si es que son apasionados, o displicentemente tomando un té y unas galletas en la mesa de diálogo? ¡Dios mío, a qué extremos hemos llegado! ¿Todo vale contra Laura Borràs? ¿Todo? Pues sí. Los periodistas, los artistas, los dentistas, los pianistas… hablan sí, y cuando no están de acuerdo discuten. Siempre ha sido así y siempre será así. La discusión de Francesc de Dalmases, en sí misma, no tiene ningún tipo de importancia, es una más entre los millones de discusiones intrascendentes que hay cada día en Cataluña; si se ha sobredimensionado mediáticamente, es sólo para mantener vivo el linchamiento de Laura Borràs . Y esto sí que es corrupción.
Los peones de la Operación Borràs, personas modélicas, personas ejemplares, personas inmaculadas, personas de la liga de la buena palabra, consideran «gravísimo» que Francesc de Dalmases expresara su opinión y piden que sea sancionado por incumplir el código ético. ¡El código ético! ¿Qué código ético, señoras y señores? ¿De qué código hablan ustedes? ¿Desde cuándo la discrepancia es un delito? ¿Qué código sagrado dice que discrepar de Laura Borràs y hacerle juicios de intenciones es periodismo y discrepar de los discrepantes es un crimen? Someterse a entrevistas implica un riesgo, por supuesto que sí. Pero también hacerlas. En el primer caso, puede que no te guste el tratamiento o la interpretación que el periodista haya hecho de tus palabras; en el segundo, puede que el periodista tenga que asumir el cabreo del entrevistado una vez visto el resultado. En ambos casos, es una controversia que debe asumirse por la sencilla razón de que la vida es algo más que una agrupación de montañeros.
Llegados aquí, no deberíamos caer en la trampa de creer que todo ello es únicamente una operación para destruir a Laura Borràs. En absoluto. Aunque no estaría tan mal si sólo fuera eso. Hay una razón de fondo mucho más importante, sibilina y perversa: nos quieren sumisos, nos quieren obedientes, nos quieren callados, nos quieren arrodillados, nos quieren mudos y esposados. Ésta es la verdadera razón de fondo. Y lo más grave de todo, y eso, además de patético, sí es “gravísimo”, es que buena parte de las manos que mueven estos hilos no son españolas, son catalanas y hacen grandes negocios de partido con Pedro Sánchez a costa de Cataluña.
EL MÓN