La España destruida

No es extraño que, a pesar de la época de recortes, la Federación Española de Fútbol se plantee conceder una prima de 600.000 euros a los jugadores de la selección si ganan el Mundial de fútbol, ya que sólo una victoria de la roja podría atenuar la sensación de fracaso y el clima de desesperación que está corroyendo el proyecto nacional español. La crisis de todo orden, especialmente económica, pero también institucional, política y de autoestima, representa un cambio de orientación radical en la dialéctica entre el nacionalismo español y los otros proyectos nacionales peninsulares respecto de lo sucedido estos últimos años y, en particular y por lo que nos afecta, en la relación entre España y el catalanismo.

Aunque durante LA PRIMERA DÉCADA del siglo XXI en Catalunya hemos asistido al crecimiento de posiciones independentistas, hasta hace sólo un par de años este soberanismo se confrontaba con una España confiada, soberbia, marcada por la bonanza económica y por la creencia de que recuperaba presencia y músculo en el concierto internacional. La última legislatura de Aznar y la primera legislatura de Rodríguez Zapatero coincidieron con los años de crecimiento del PIB superiores al 5%, con los momentos en que Aznar decidía con Bush los destinos de la humanidad en las Azores o en la que a Zapatero se le llenaba la boca con la Alianza de Civilizaciones. Entonces España tenía «el sistema financiero más sólido del mundo» y superaba a Italia en renta per cápita y, también, la selección de baloncesto ganaba mundiales y la de fútbol volvía con la Eurocopa en el bolsillo.

AHORA LA MESA DEL PARLAMENTO DE CATALUÑA ha aceptado a trámite una iniciativa de consulta popular sobre la independencia de Catalunya, pero este proceso se producirá en un pulso con una España deprimida, nuevamente acomplejada, plagada de debilidades y ante una sensación general de hundimiento y de cambio de ciclo cercana al síndrome que invadió a los españoles en 1898, cuando el desastre de Cuba aceleró la descomposición del régimen de la primera restauración borbónica. La historia nos enseña, precisamente, que los momentos de crisis de España son los momentos en que se refuerzan las aspiraciones nacionales catalanas: así sucedió en el siglo XVII, se materializó en el impulso del catalanismo contemporáneo después del 98, y durante los años 30 del siglo XX, cuando la República Catalana se proclamó dos veces en plena vorágine de la recesión mundial iniciada con el crack del 29.

EN ESTE SIGLO XXI, el soberanismo CATALÁN ha crecido porque la España robusta y orgullosa, coronada por su Madrid apoteósico, había tenido la tentación de desterrar las naciones periféricas del proyecto de Estado. El proceso independentista, sin embargo, se acabará de consolidarse con una España inmersa en la catástrofe. Nadie quiere ser arrastrado al naufragio y menos si en vez de percibir a Cataluña como la fuente de salvación la siguen tratando como la víctima a extorsionar. La cuestión es que, cuanto más se dibuje la voluntad de ruptura catalana, y teniendo presentes los complejos mesetario, con más intensidad comenzará a asociarse por parte española que Catalunya es la responsable de la profundización de la crisis.

En esta tesitura, NO DEJAN de sorprenderme las visiones amables que se predican desde el independentismo sobre las relaciones con España tanto en el proceso hacia la soberanía como en el contexto de una futura constitución de un Estado catalán. Me refiero a la bondad que transpira tanto el documental de Dolors Genovés ¿Adeu, España?, Como los comentarios que han escrito en las páginas de este diario algunos admirados y queridos opinadores como Salvador Cardús, Ferran Mascarell o Alfred Bosch. En Cataluña seguiremos un proceso independentista escrupulosamente democrático y respetuoso con las libertades, pero una España hundida y acorralada reaccionará de una manera furibunda que, precisamente por el carácter odioso que expresará, contribuirá a aumentar la mayoría social catalana en favor del Estado propio.

LA EJECUCIÓN de los temores ESPAÑOLES más atávicos que implica la independencia catalana, lo que ellos consideran un atentado contra sus esencias metafísicas, el drama identitario interior que representará ver el mapa peninsular no ya sin la franja de Portugal sino también sin la franja catalana, llevará al estamento político, económico y cultural español a la locura durante varias generaciones. Esto con el añadido de que tampoco podrán reaccionar como lo han hecho históricamente (es decir, con violencia) porque el marco de la Unión Europea lo impide.

LA IMPOTENCIA ANTE LAS ASPIRACIONES democráticas catalanas acentuará, pues, la bilis, la catalanofobia y reducirá, por tanto, las posibilidades de conciliación. Y esta coyuntura no cuenta con que la independencia de Cataluña podría acelerar procesos independentistas en otros territorios peninsulares, sea en el resto de los Países Catalanes o sea en Euskal Herria, de manera que el imaginario español, este imaginario que continúa basándose en el ¡A por ellos! y en su uniformismo nacional de raíz imperial, se vería abocado a asumir su condición territorialmente amputada, económicamente yerma y emocionalmente derrotada.

EN EFECTO, ¿qué ES ESPAÑA SIN las naciones peninsulares periféricas que desde el centro han intentado asimilar durante siglos? Un zombi político. Por debajo de Serbia, que, al menos y a pesar de la descomposición de Yugoslavia, sabían a qué identidad nacional pertenecían. Supongo que lo que quedara de España (Castilla y los territorios conquistados a Al Ándalus en la Edad Media) tardaría varias décadas en reimaginar y, en esta transición, no mostrarían ningún tipo de empatía por sus vecinos .

POR ESO DESDE EL INDEPENDENTISMO CATALÁN no nos podemos seguir engañando: España no es ni Canadá, ni el Reino Unido, ni la coqueta y civilizada Dinamarca. Con una estructura de identidad nacional como la española (que tiembla sólo por incluir la palabra «nación» en un preámbulo) la independencia no se hace para regenerar España sino que se hace contra España, con amenaza directa a su ser nacional y a su manera de proyectarse al mundo. La independencia no se leerá desde el centro de otra manera que como la destrucción de España, sin ningún matiz de simpatía ni ningún espacio de colaboración. Por estos motivos me temo que la resistencia española será feroz. Siempre en un marco democrático y sin violencia, pero feroz. Deberíamos empezar a considerarlo.

Publicado por Avui-k argitaratua