La discusión es nuestra coartada nacional

A menudo me encuentro con personas que se muestran preocupadas por el comportamiento de la clase política con relación al Proceso y que me piden juicio con la esperanza de que les dé una respuesta aliviadora. Su inquietud proviene de que ven que tenemos la libertad a tocar y que, sin embargo, hay partidos que se pasan el día con la calculadora en la mano. El razonamiento lógico sería: si quieres la libertad y sabes que solo te será imposible, tragándote unos cuantos sapos, únete a los cautivos que también la quieren y con la fuerza de todos la conseguiréis. Pero no. Somos catalanes, y un catalán, para ser genuino, tiene que mostrar sus habilidades en el arte de tropezar con él mismo . Un catalán de verdad se enfurece como todo el mundo si le ponen palos en las ruedas, eso sí, pero no por miedo a que éstas se rompan, sino porque los palos ya se los pone solo y no soporta que nadie le supere.

El catalán como es debido, además, tiene una irrefrenable tendencia a la confusión, lo que se explica porque, digan lo que digan los gastrónomos, el plato por excelencia de la cocina catalana es la olla de grillos. ¡Oh, la olla de grillos! ¡Cómo nos gusta! Nos gusta tanto, que lo celebramos hablando todos a la vez, sin respetar turnos de palabra, sin escuchar al interlocutor y aprovechando el instante en que éste respira para colocar nuestro discurso y dejarlo con la palabra en la boca. Y cuando nosotros tenemos la palabra jugamos a la posesión. Como si se tratara de la máxima futbolística que dice que si tú tienes el balón el otro no te puede meter gol, ya no callamos hasta que vaciamos el buche. Y es que los catalanes nos realizamos hablando. En el centro y en el norte de Europa se realizan haciendo, a nosotros, en cambio, nos basta con hablar. Y hablamos, y hablamos, y hablamos… ¡Caramba, si hablamos! Somos infatigables. Razonadamente, hablamos poco; pero parlotear…

Por eso, cada vez que hay que hacer una pregunta rehuimos la respuesta clarificadora de SI o NO. Nos gusta el follon. Debemos decir SÍ-SÍ, o SI-NO, o NO-NO, y por eso también en la consulta interna de Unió Democrática los independentistas se vieron obligados a votar NO, que quería decir SÍ, y los españolistas votaron SÍ como sinónimo de NO. ¿A que es bonito eso? Discutir como matamoscas es una magnífica manera de pasar el rato, los días, los meses y los años. La discusión es nuestra coartada nacional. La usan indistintamente los que tienen miedo de levantar anclas y los que no quieren que las quitemos. ¡Qué gran hallazgo, la discusión sistemática y perenne! ¡Y que entretenida es! Basta encontrar un matiz, sólo un matiz diferencial, para echar a los demás de nuestra barca o para que los demás nos echen fuera de la suya. El caso es permanecer en puerto discutiendo y declarandonos enemigos de las listas unitarias incluso cuando está en juego el bien más preciado de un pueblo, que es la libertad. La manera catalana de hacer, llegado el caso, consiste en que cada uno hace su propia lista y luego pide a los otros que se unan. Y como el matiz diferencial convierte la unidad de acción en una quimera y siempre hay fuerte marejada o mar gruesa, o mar brava, o mar deshecha… nunca es el momento de zarpar, nunca nos falta un pretexto para aplazar la travesía. Los catalanes somos viejos lobos de puerto.

EL SINGULAR DIGITAL