En 1994, dos años después de la operación Garzón y cuando el independentismo era una tendencia emergente pero minoritaria, Francisco Ribera, ‘Titot’, el cantante y alma de los Brams, escribía esta letra de la canción ‘La diplomacia de la rebeldía’, que tuve la suerte de escuchar en varios conciertos y de aprender, incluso, su versión en euskera, ‘Bihurkeriaren diplomazia’. Del independentismo de aquellos años, y los anteriores, se pueden hacer tantas críticas como se quieran hacer, pero no se podrá negar nunca que se anticipó al soberanismo de hoy con la enmienda a la totalidad de la trampa autonómica.
Hoy ser independentista es cómodo y bienvisto, y es una opción que se puede expresar abiertamente. La cosa es bien diferente de la de aquellos años, los ochenta y los noventa, cuando, a pesar de todo, hubo una gente que mantuvo la dignidad de un país que era engañado sistemáticamente, una gente que nunca aceptó las rebajas de la libertad ni de la democracia. A los que lo hicieron cuando todo era mucho más difícil, les debemos un intenso agradecimiento. Y no creo que hoy tengan el reconocimiento que se merecen de parte de los independentistas de nuevo cuño.
En el Principado, aquel independentismo histórico, por decirlo de alguna manera, desembocó sobre todo en dos espacios políticos que, simplificando un poco, podemos identificar como el de ERC y el de la CUP. De ERC ya he hablado, directa o indirectamente, en alguna ocasión -y volveré pronto-, pero hoy quiero hablar de la CUP, para destacar lo que encuentro más interesante. Lo haré sintetizando mi visión en cuatro valores que me ayudan a confiar en ella.
Autenticidad. La CUP, como pozo de sedimento del independentismo combativo y transformador, es auténtica de base. Quiero decir que no es un proyecto inventado, improvisado y oportunista, que quiere aprovechar que la cosa va de una manera determinada para sacar provecho. La CUP es un plato cocido a fuego lento, con una tradición de debate y de autocrítica muy arraigada, que ahora empieza a recoger el fruto del trabajo de muchos años. Y no se presenta con ganas de agradar, sino con voluntad de transformar. A diferencia de algunas otras izquierdas aparentemente transformadoras, la CUP no estudia la manera de decir lo que la gente quiere oír, sino que dice lo que piensa, aunque no guste a mucha más gente. Y esta autenticidad se construye en el trayecto, en el camino hecho cuando el independentismo era estigmatizado y las salas de actos no se llenaban como ahora.
Preparación. También fruto de este trayecto largo y paciente de la izquierda independentista rupturista, la CUP ha llegado al momento actual con un buen puñado de cuadros preparados para hacer frente, responder a los envites de hoy y hacer aportaciones de calidad. Los diputados que hay en el parlamento en esta legislatura son un buen ejemplo, pero en los municipios y en las comarcas hay más gente preparada. Merece la pena recordar los debates que la izquierda independentista ha hecho durante este último decenio sobre la idoneidad de presentarse a las elecciones parlamentarias. Y una de las razones que había frenado este paso hasta ahora era la necesidad de que el proyecto estuviera más maduro y se pudiera extender primero por la base municipal; había que evitar construir un gigante con pies de barro. Tengo la impresión de que, gracias a haber sabido esperar el momento, se ha llegado con gente capacitada y con las ideas más claras.
Generosidad. En los primeros pasos en la política parlamentaria, la CUP ha tenido que responder a diversas situaciones con una actitud que será determinante del proceso de independencia: la generosidad. Muy lejos de la mayoría parlamentaria y con poca capacidad de marcar el ritmo, la CUP podría optar por rentabilizar electoralmente su presencia en el parlamento. Podría dedicarse a hacer una política de lucimiento de cara a la galería y sin mojarse ni remangarse. Pero, por ahora, ha optado por cerrar filas en las etapas del proceso que se van superando y, al mismo tiempo, marcar distancias en todo aquello que no comparte del modelo social, económico e institucional. Y entender que el proceso hacia la independencia es de todo el pueblo, transversalmente, y que paralelamente cada uno debe proponer su modelo de país, es la mejor garantía de llegar al momento de la verdad con más opciones de salir victoriosos.
Constancia. La constancia quiere decir, como recordábamos antes, los años de trabajo de base y de no precipitarse, pero también es una actitud de presente y una guía para encarar la construcción de un nuevo Estado catalán. La CUP es consciente de que el adversario nos prepara un camino lleno de trampas y provocaciones que debemos saber interpretar adecuadamente. Y que hay que construir el relato de la independencia no como oposición a un Estado, sino como construcción de un nuevo modelo de sociedad que necesita un marco institucional que la proteja y la haga crecer en libertad. Y entiendo la constancia como el término opuesto a la precipitación y a la improvisación. No he oído que la CUP exija proclamar la independencia mañana mismo, y eso me hace confiar en que su papel, con los objetivos legítimos, es constructivo y sensato.
Estos cuatro activos que encuentro en la CUP constituyen, en mi opinión, la diplomacia de la rebeldía. Para mí, la presencia de la CUP en el Parlamento en un momento como el actual es un hecho de justicia histórica con el independentismo que no cedió nunca cuando la represión y los riesgos eran muy fuertes. La diplomacia de la rebeldía es una actitud que nos ayudará a salir de la jaula autonomista. El diputado David Fernández apeló la semana pasada al parlamento: ‘Con el placer y la necesidad de la desobediencia, con la diplomacia de la rebeldía y reproduciendo ese gesto, haremos con la sentencia que nos entregaron ayer lo propio que yo y 40.000 personas hicimos entonces [en referencia a los insumisos al servicio militar]. A la papelera de la historia, de la ignominia y de la vergüenza’.
‘No daré tampoco la conformidad ni a sus leyes, ni a su Estado, ni a mi españolidad. Y en cualquier caso les respondería con la diplomacia de la rebeldía’ (Brams, ‘La diplomacia de la rebeldía’)