La dignidad del pensamiento

El filósofo Víctor Gómez Pin (Barcelona, 1944), catedrático emérito de la Universidad Autónoma de Barcelona, y autor, entre muchos otros títulos, de El hombre, un animal singular (2005), Filosofía. Interrogaciones que a todos nos conciernen (2008) y Tras la Física. Arranque jónico y renacer cuántico de la filosofía (2019) ha escrito un nuevo ensayo (El honor de los filósofos) para poner en valor la dignidad inalienable de matemáticos, novelistas, físicos y pensadores de todo tipo que, fieles a su búsqueda intelectual, sufrieron el castigo, más o menos cruel, de una sociedad que para no ver peligrar sus cimientos prefirió escarmentar a sus mujeres y a sus hombres más brillantes.

Por el ensayo aparecen, en una suerte de dramatis personae que va mucho más allá del mero perfil biográfico, personajes tan dispares como Spinoza, Leibniz, Descartes, Olympe de Gouges, Tomás Moro, Einstein, Simone Weil, Voltaire o Émilie du Châtelet. Todos ellos cumplen las virtudes, según Gómez Pin, del rigor, la firmeza, la prudencia, la autoestima y la andreia, una fuerza vital que le empuja, en los momentos más complicados de su existencia, a mantenerse fieles a su empresa creativa. “Los héroes –así los define Gómez Pin– que protagonizan el libro fueron deshonrados en vida. La honra que reivindico para los que fueron víctimas de ingratitud, cuando no de anatema directo, consistió en mantenerse fieles a la exigencia del pensamiento”, nos dice el autor.

De todos los pensadores de los que Gómez Pin habla en el volumen –de seiscientas páginas–, tal vez el que estaba más olvidado, por lo menos cuando el filósofo catalán estudió en la Sorbona, es Miguel Servet (1511-1553). “Siempre suele aparecer como médico, famoso por sus hipótesis sobre la circulación de la sangre, y se menciona muy a menudo su condición de víctima. Pero se olvida que es víctima –fue conducido a la pira en 1553– porque, entre otras cosas, se enfrenta a Calvino teoréticamente, de una manera extraordinariamente conceptual. Y aún hoy no ha sido suficientemente reconocido como pensador”, se lamenta.

El verdadero combate de todos ellos es contra la ortodoxia y contra la inercia. Pero el ensayista sostiene que “si el pensar puede llevar a la hoguera, el no pensar quizá supone una amenaza mayor”. Cuando el contexto es desfavorable para los filósofos, incluso cuando hay que decidir entre la vida o la muerte, los pensadores aquí reunidos se mantienen obstinadamente fieles. Fieles a los símbolos, a los juicios, a los frutos de las ideas.

Hoy en día decimos que la filosofía no pasa por un buen momento, que es atacada por el poder ya que prácticamente la han excluido de la formación secundaria. Pero Gómez Pin nos recuerda que nunca ha disfrutado de una buena situación. Aristóteles tuvo que exiliarse dos veces de Atenas. Spinoza acaba solo, excomulgado por su comunidad y repudiado por todos. Los restos de Voltaire fueron mutilados y trasladados de un lugar a otro en la semiclandestinidad. Olympe de Gouges, cuando toma consciencia de la deriva de un proceso revolucionario del que se sentía partícipe, ya es demasiado tarde. Es guillotinada el 3 de noviembre de 1793. Giordano Bruno, por defender una visión heterodoxa de la astronomía, sufre la persecución de la Inquisición y un proceso que el Vaticano ha mantenido en secreto hasta bien entrado el siglo XX. Sócrates es condenado a muerte por la democracia que él mismo ha defendido. Oscar Wilde, después de ser adorado por la alta sociedad de su tiempo, es llevado a la cárcel de Reading como resultado de un juicio, más o menos maquillado, que persigue su homosexualidad. El matemático francés Jean Cavaillès, colaborador de la Resistencia durante la ocupación nazi, finalmente es detenido y condenado a muerte. Cuando el oficial alemán que lo va a ejecutar le pregunta por las razones subjetivas que le habían movido a la acción responde que, dado su amor a Kant y a Beethoven, con su postura militante “demostraba que realizaba en su vida el pensamiento de sus maestros alemanes”.

Y, entonces, ¿pensar no es la mejor herramienta para hacer de nuestra comunidad, presente y futura, un lugar menos hostil y más tolerante con la diferencia? ¿O es que, siempre, el pensador es algo así como un mártir que debe sacrificar su bienestar, incluso su supervivencia, para intentar abrir brechas en los dogmatismos que detecta y denuncia con sus obras?

“El mártir puede tener una causa totalmente alienada. Puedes ser un mártir convencido del fascismo. Los filósofos mueren defendiendo su dignidad teorética”, nos responde Víctor Gómez Pin. El autor cita una frase de Max Horkheimer que resume muy bien su punto de partida: “En el acto de pensar está encerrada toda la esperanza”. Gómez Pin, de hecho, considera que la filosofía es “una guerra contra determinadas modalidades del principio de esperanza, que hacen cerrar los ojos ante lo que es contrario a la dignidad humana”. Por eso, insistirá, es tan importante subrayar que la filosofía no busca la utilidad. No se trata de alcanzar un destino, ni un rendimiento. La filosofía no aspira a nada, se complace a sí misma. Es en la propia actividad del pensamiento, siempre a contracorriente, donde se encuentra su razón de ser. Desde el mismo individuo, que resiste a los embates de las ideologías y de las doctrinas que ayuda a poner en duda, se erige la libertad. Una libertad, nos dirá el ensayista, que consiste en “no abandonarse al gradiente de la abulia, la pereza o simplemente el nihilismo”.

El honor de los filósofos para Víctor Gómez Pin es, entonces, esa apuesta por el pensamiento radical, ese empeño en alimentar la capacidad de la lucidez, de tal manera que ni la amenaza de marginación, persecución o muerte los detiene en su perseverancia.

Para Gómez Pin son tan pensadores, pues, Albert Einstein, Alan Turing o ­Catón el Joven como Nietzsche o Descartes. En todos ellos se encierra una ­reflexión sobre la naturaleza que des­plaza lo estipulado, el conocimiento clau­surado y consensuado, hasta que la cuestión de la physis se transforma en la cuestión del ser humano. Un ser humano que, sin renunciar a su condición animal, abre nuevos interrogantes sobre la ­epistemología, la ética, la estética o la lógica. Ese posicionamiento nos conduce a preguntarnos, como seres de lenguaje, sobre la percepción que tenemos del entorno y de nuestro papel en el mismo. Pensar nos hace ser. Por eso la renuncia a pensar supone la renuncia a la propia existencia.

Y ese “pensar con radicalidad” del que se ocupa Víctor Gómez Pin nos permite empapar las cosas con ideas, y es que, como ya señalaba Aristóteles, todos los seres humanos, en razón de su naturaleza, son movidos por el deseo de simbolizar y razonar. No siempre es cómodo, no siempre es fácil, no siempre es aceptado. El pensamiento, para el autor de El honor de los filósofos , no anula las cadenas empíricas. Lo que hace es poner de relieve lo insoportable de las mismas. “La disposición misma del filósofo es contraria a que el pensamiento acate juicios de autoridad u opiniones generalizadas, o incluso convicciones científicas que supongan una limitación a su despliegue”, añade. Pero ello nos podría llevar a pensar que el creador –de ideas, de metáforas, de fórmulas matemáticas– se regocija en su soledad, en su dolor, en su castigo. Y lo que hace es comprender que en su determinación está la belleza de su obra, pese a que, como pasa tantas veces, “la verdad genera una repulsión proporcional a la atracción que ejerce”.

Hablamos de una verdad que, evidentemente, no es inamovible. Todo lo contrario. Lo sabe bien Víctor Gómez Pin que, desde hace años, coordina el prestigioso Congreso Internacional de Ontología, que suele celebrarse, entre otros lugares, en el País Vasco. Por allí han pasado múltiples premios Nobel, como François Englert, Gerard ‘t Hooft, Claude Cohen-Tannoudji, Christian de Duve, Willis Lamb, Ilya Prigogine, José Saramago o Frank Wilczek. Seguramente todos ellos estarían de acuerdo en una de las conclusiones del ensayo: “El pensamiento satisfecho es pensamiento acabado”.

VÍCTOR GÓMEZ PIN. El honor de los filósofos. ACANTILADO. 598 PÁGINAS. 26 EUROS

LA VANGUARDIA

 

 

VÍCTOR GÓMEZ PIN: «En filosofía no puede haber fidelidades: hay dialéctica» /

ARA

11/09/2020

‘El honor de los filósofos'(Acantilado), último y ambicioso libro de Víctor Gómez Pin, demuestra que incluso en las situaciones más extremas ha habido personas que se han dedicado a la creación y la especulación, haciendo del pensamiento una ética radical

A lo largo de la historia ha habido figuras del pensamiento, de la ciencia y del arte que han ejercido la facultad de reflexionar hasta las últimas consecuencias, insobornablemente. Arriesgando la vida, si era necesario (y perdiéndola, muy a menudo). A algunas de ellas, por causa de su razón y resistencia revolucionarias, los tocó tragarse la cicuta, murieron quemadas en la hoguera, sintieron cómo la cabeza se les separaba del cuerpo bajo el filo de la guillotina o se consumieron en las cárceles nazis. ‘El honor de los filósofos’ es un libro apasionante, cuya elaboración ha servido para que el autor haya reconsiderado una de sus ideas antiguas: la que, siguiendo a Aristóteles, defiende que sin libertad no hay pensamiento. Toda la obra es una vívida demostración de que, en las situaciones más extremas, ha habido personas que han continuado especulando o creando. Hombres y mujeres de razón que han hecho del pensamiento una ética intrépida y radical.

 

-«La filosofía es una guerra contra la estulticia, Porque la estulticia trivializa lo que se contrario a la dignidad humana». ¿Se puede pensar, pues, en condiciones infrahumanas?

-Sí, sin duda. Aristóteles consideraba que la esclavitud deshumaniza, que el esclavo pierde la condición humana (Marx tenía mucha simpatía por esta idea). Pues bien, estaba escribiendo ‘Tras la física’ [Abada, 2019] y me di cuenta de que algunos de los protagonistas de la obra estaban privados de libertad por completo. Y es que, a veces, si tienes que esperar que llegue la libertad en acto, probablemente deberás diferir eternamente el pensamiento propio. Aquí es donde comenzó la reflexión de este libro.

 

-Un libro que, como reconoce, también podría haberse titulado ‘El honor del espíritu humano’.

-En efecto. Muchos de los protagonistas de estas páginas -Filosofos, científicos, artistas- llegaron hasta donde lo hicieron, a pesar de las terribles circunstancias que tuvieron que sufrir, por honrar el espíritu humano.

 

-A menudo, cuando nos referimos a cuestiones éticas y morales, utilizamos conceptos griegos. Aquí hay uno clave: el de ‘andreia’. Defínala.

-La ‘andreia’ de los griegos es la capacidad de los humanos para confrontarse con el tiempo y la muerte. Es la entereza que tienen hombres y mujeres ante lo más temible. Sócrates e Hipatia son dos ejemplos claros. Jean Cavaillès, filósofo francés, confesó a su verdugo de la Gestapo que él defendía el legado de Kant y de Beethoven.

 

-No todos los personajes de la obra mueren aplastados por la historia. Plinio el Viejo lo hizo en un Vesubio desatado, buscando la verdad.

-La naturaleza, implacable, provoca dos cosas: estupor o miedo. El estupor, según Aristóteles, es el origen de la filosofía. Plinio el Viejo quedó estupefacto ante aquel fenómeno natural, y esto lo llevó a la filosofía. Los que le rodean no tienen más que miedo. Pero él experimenta estupor. Este autor latino me parece el símbolo absoluto de la estupefacción, y, pues, del pensamiento. A la vista de Pompeya, uno de los lugares más civilizados de su tiempo, ¡Plinio quiere conocer la naturaleza!

 

-Giordano Bruno, Miguel Servet fueron víctimas del dogmatismo de su época…

-Galileo, en cambio, tuvo más suerte. Bruno y Servet sufrieron el rigor de su tiempo. Como, siglos más tarde, Condorcet, que quería una sociedad justa, sin diferencias. Pues bien, fue víctima de la misma Revolución. Él, que encarnaba el espíritu de las luces.

 

-Las mujeres a menudo han sido excluidas del canon científico y filosófico. La obra glosa algunas muy interesantes: Olympe de Gouges, Émilie du Châtelet, Simone Weil…

-Simone Weil es más conocida. Olympe de Gouges es un personaje extraordinario: tenía todas las armas de la feminidad y, a la vez, todo el talento. Fue decapitada, y luego el Eestado no permitió que sus restos reposaran en el Panteón. En cambio, Émilie du Châtelet, traductora de Newton, fue víctima de la naturaleza misma. ¡Es ella quien enseñaba matemáticas y física a Voltaire! Una mujer fascinante.

 

-Es muy interesante la querella entre Rousseau y Voltaire.

-En filosofía no puede haber fidelidades: hay dialéctica. La confrontación entre Voltaire y Rousseau es estrictamente filosófica. Para Voltaire la naturaleza no es ni buena ni mala: es implacable. Por ello deplora la idea rousseauniana de la armonía antigua de la naturaleza, que se rompe cuando el hombre empieza a hablar. La rebate diciendo que Rousseau parece que sienta añoranza de la animalidad. ¡En cambio, lo que no es nada filosófica es la persecución de los newtonianos a Leibniz!

 

-Por cierto, Voltaire denunció la falta de reconocimiento del Estado francés respecto a la figura de Descartes.

-A Voltaire, que discrepaba filosóficamente de Descartes, la escandaliza que no reciba, en su país, los honores que merece. ¡Unos honores, cabe decirlo, que tampoco tuvo él! Ambos sufrieron un destino análogo: chocaron contra la Iglesia. El cadáver de Descartes aparece sin cabeza; el de Voltaire, sin dientes.

 

-Nietzsche es un filósofo que siempre termina sacando la nariz en los grandes debates sobre moral o ética.

-Es un pensador irreductible. Siento devoción por él; en especial, por su ‘Genealogía de la moral’. Allí denuncia la falacia de aquellos cuyo único objetivo es poder decirse a ellos mismos que están en el lado bueno. En el fondo, es la denuncia de un cierto cristianismo.

 

-Proust, a quien ya había dedicado un libro, no es víctima del mundo, pero decide desaparecer para consagrarse al lenguaje. Aquí también hay una pulsión filosófica.

-Si Proust no we hubiera dedicado a la ‘Recherche’, habría tenido mucho más cuidado de sí mismo. Hay larguísimos pasajes de la novela que no tienen otra función que la elaboración de lenguaje, que la reflexión sobre el lenguaje. Cuando se trata de escribir, es muy exigente. Cuando sólo se trata de vivir, nada. La cuestión del lenguaje es fundamental. Gérard de Nerval, por ejemplo, siempre estaba al borde de la locura. Pero sigue sabiendo cómo funciona el lenguaje (quizás el último control que ejerció sobre las cosas de este mundo). O Plinio: su empeño viene de la confrontación con el lenguaje, con el pensamiento, en definitiva.