La destrucción de Barcelona: el bar Brusi como síntoma

La noticia del cierre del popular bar Brusi, publicada por este diario el lunes (1), ha vuelto a poner sobre la mesa el debate sobre el modelo de futuro de la ciudad de Barcelona. Los propietarios se han cansado de las reglamentaciones abusivas de parte del ayuntamiento y han llegado a la conclusión de que no vale la pena mantener un negocio de décadas, arraigado y con una clientela devota. Su sitio seguramente lo ocupará alguna franquicia internacional impersonal, que nunca aportará nada a su entorno. Y la destrucción de la ciudad va a continuar.

Pero eso que ocurre en Barcelona tiene antecedentes. En Barcelona vemos pasar en pocos años un fenómeno que en Francia ha tardado veinte años en consolidarse y que es el origen de la enorme crisis social que viven ahora mismo. La única diferencia que hay es con qué rapidez va.

Al igual que ocurre en París, Barcelona se va convirtiendo en una ciudadela, en un castillo, de donde una nueva burguesía expulsa a la gente normal hacia las periferias. Todos nosotros conocemos historias de gente, sobre todo jóvenes, que han tenido que irse a vivir fuera de la ciudad porque no se puede pagar la vivienda, porque en Barcelona ya no se puede vivir teniendo un trabajo normalito.

Para entender el fenómeno y sus consecuencias, el geógrafo Christophe Guilluy ha escrito dos obras de referencia, dos textos fundamentales, que explican perfectamente lo vivido allí y eso que ahora se vive en Barcelona, ​​de forma acelerada. Primero fue ‘La France périphèrique’ (2) y después ‘Le crépuscule de la France d’en haut’ (3).

Son dos libros que debería tener en cuenta cualquier persona que quisiera entender el porqué de la situación de nuestra ciudad –por qué razón cierra el bar Brusi o por qué nuestros jóvenes ya no pueden vivir en los barrios en los que han nacido. Guilluy aporta datos indiscutibles, metódicos, sobre la realidad francesa, pero que son mentalmente fáciles de adaptar a nuestra situación. Y sobre estos datos dibuja un modelo inquietantemente comprensible para los barceloneses sobre todo –aunque en Valencia ya existen indicios en la misma línea y que todas las islas también tienen problemas importantes relacionados con ello, aunque de diferente origen.

El modelo, la explicación de Guilluy, es la siguiente. En un momento determinado la izquierda francesa decidió abandonar la clase obrera, por poco controlable, reaccionaria y poco fiable, y se concentró en alimentar una nueva coalición que debería darle el gobierno, a partir de fenómenos identitarios culturalmente urbanos. El antirracismo y el feminismo fueron los primeros de una larga lista que no ha dejado de crecer desde entonces. El vuelco se apoyaba sobre todo en la creación de una nueva élite económica basada en los sueldos públicos, que debía hacerse propietaria de las grandes ciudades y de los medios de difusión. Y dicho y hecho. A base de inflar artificialmente los sueldos de políticos, altos funcionarios, asesores, periodistas estrella y empresas parastatales, el PS construyó esta ‘nueva burguesía’ (la denominación es de Guilluy) destinada a conquistar la enorme capacidad del Estado y a hacerle un uso privativo y descarado. Había nacido el partido-empresa y la política como negocio.

Para situarnos y explicarnos nosotros aquí: el sueldo medio de los cientos de cargos de confianza de la Generalitat de Cataluña es de 83.000 euros al año. Los del Ayuntamiento de Barcelona son aún más altos y los de la Diputación, aún más altos que los del ayuntamiento. Y los de las empresas del Área Metropolitana alcanzan cifras de escándalo y suben hasta 88.000 euros en el caso de funcionarios –¡no de cargos políticos, sino de funcionarios!– del llamado grupo A. Y no hablamos tan sólo de los sueldos más altos de cada institución ni de las responsabilidades políticas. En una ciudad como Barcelona donde el sueldo medio de la población es de 32.324 euros, un jefe de servicio de la Diputación, por ejemplo, cobra 53.400.

Por eso el núcleo duro de la ‘nueva burguesía’ son ellos, acompañados de las profesiones auxiliares de la política. Y no sólo por los increíbles sueldos directos que reciben, sino también por la existencia de todo tipo de complementos y beneficios, como trienios o complementos salariales; o por los circuitos secundarios que se crean. Por ejemplo, todos sabemos de periodistas o profesores universitarios que rondan por diversas tertulias cobrando entre cien y doscientos euros por hora y logrando, así, un buen sobresueldo. De modo que la diferencia de capacidad adquisitiva entre la aristocracia política y la población en general es enorme. Si añadimos el espacio que ocupan los turistas con gran capacidad económica, incluidos los descamisados ​​hijos de casa buena que nunca bajan del patinete, entonces la receta que sube los precios hasta el extremo de expulsar de la ciudad a la gente normal y corriente se explica muy fácilmente.

Y, una vez instalada, esta nueva burguesía, como ha ocurrido siempre, intenta convertir la ciudad en ciudadela, amurallándose a partir del acoso ideológico. Cuando Mitterrand abandonó el programa común de la izquierda y se lanzó a privatizar el Estado en beneficio de las élites políticas y de negocios, el movimiento fue acompañado de la acusación de fascista contra todo el mundo que le interesara a él. Y el Primero de Mayo siguiente los grupos anarquistas fueron calificados de fascistas por el portavoz del gobierno, sin ninguna vergüenza ni rubor. Entonces nació esa superioridad moral que da lecciones y reparte carnets de buenos y malos, con una hipocresía y un cinismo personal difíciles de concebir –y aquí tenemos al papa rojo Vicenç Navarro (4) como ejemplo más reciente de la relación contradictoria entre lo que dices en público y lo que haces en privado.

Pero la maniobra, y el segundo libro de Guilluy se concentra en esto, ha empezado a hacer aguas por todas partes. Porque la gente no es idiota. Y porque la avaricia es irrefrenable también entre los nuevos burgueses que nunca tienen lo suficiente. Y así, tras expulsarlos de París y enviarlos a la periferia, la izquierda caviar decidió que los coches de quienes no tenían dinero suficiente para vivir en la capital eran viejos y contaminaban. Y, en lugar de invertir en transporte público, pretendieron obligar a cambiarlos. De aquella estupidez nacieron los ‘Chalecos Amarillos’. Y ahora incluso dentro de la ciudadela parisina ha estallado la nueva lucha de clases, como Emmanuel Macro puede comprobar duramente en su piel.

Barcelona, ​​no se engañen, va por este camino y no es de extrañar, al contrario, que la situación se haya agravado tanto, precisamente durante los ocho años de gobierno de Ada Colau. Sin embargo, la pregunta que todos nos hacemos es si esta transformación tan grande de nuestra sociedad tiene solución, si se puede frenar y revertir. Y la respuesta es que sí. La revolución democrática catalana, el independentismo, quizá no sea consciente de que es el contrapeso del modelo elitista de la ciudad-ciudadela, pero lo es, y de una forma espectacular, única en Europa. Y es por esta razón que he insistido tantas veces yo, e insistiré siempre, que el movimiento no es tan sólo una cuestión de independencia, sino de saber utilizar la independencia como un instrumento democrático, popular, de masas e interclasista que haga posible un cambio de modelo y de futuro. Júlia Ojeda lo explicaba muy bien el otro día, cuando afirmaba en esta entrevista (5): «No se entiende el proceso independentista sin la crisis». Y por eso el Primero de Octubre, siendo un extraordinario ejercicio de democracia popular, asustó y preocupó tanto a los nuevos reyezuelos que ahora corren a hacérnoslo olvidar. Pero ésta es la alternativa, la única alternativa: o la revuelta de la gente o una Barcelona impersonal, perdida, sin rumbo, castrada y canibalizada por unos pocos. Tan simple como esto.

(1) https://www.vilaweb.cat/noticies/bar-brusi-tanca-no-tenim-mes-corda/

(2) https://editions.flammarion.com/la-france-peripherique/9782081347519

(3) https://editions.flammarion.com/le-crepuscule-de-la-france-den-haut/9782081395985

(4) https://www.eldiario.es/catalunya/catedratico-vicenc-navarro-apartado-universidad-pompeu-fabra-acoso-laboral-abuso_1_10129118.html

(5) https://www.vilaweb.cat/noticies/julia-ojeda-batalla-ensorren/

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