La despoblación que se viene registrando desde hace 70 años en el medio rural de Nafarroa está provocando un drama en su patrimonio, que se está viniendo abajo por falta de atención, mientras es expoliado o incluso destruido por unas administraciones que priman la construcción de infraestructuras.
Una llamada de atención, una alerta que incluso ya llega tarde, sobre la dramática situación que vive el patrimonio rural de Nafarroa es la que hizo el historiador Joseba Asiron en una charla que ofreció este lunes dentro del ciclo 1521-2021 organizado por la Plataforma Noain 500 urte/años.
En la misma, recordó que a partir de los años 50 del pasado siglo, la necesidad de mano de obra barata en la capital hizo que muchas personas se desplazaran a vivir a Iruñea, un fenómeno despoblador que arrancó con fuerza en determinados puntos del herrialde y que continuó en las décadas siguientes hasta conformar una Nafarroa «vaciada que constituye la más descuidada, la que está en ruinas».
Se trata de un medio que alberga iglesias, ermitas y casas «de gran valor», que en algunos casos puntuales llegan a ser restauradas, pero que, en general, se encuentran «al borde del colapso», alertó el historiador, ya que llevan décadas sin ser atendidas y el agotamiento de los materiales hacen que terminen por los suelos. De hecho, puso el acento en que «no pasa ni un solo día sin que algún edificio se venga abajo».
Aunque sobran los ejemplos, Asiron se centró en el de Erdotzain, una pequeña localidad perteneciente al municipio de Longida próxima a Agoitz. Hasta hace poco, en ese lugar se conservaba parte de una torre del siglo XIV que incluso lucía un matacán, además de otros restos de un conjunto señorial en el que figuraba también un horreo.
En 1992, los hórreos fueron declarados bienes de interés cultural y por ese motivo se procedió a su restauración, como sucedió con el de Erdotzain, pero nada se hizo por los restos de la torre, que «finalmente se ha venido abajo», como constató recientemente el historiador. Una situación que puede vivir el cercano caserón de los Uriz si nada lo remedia y en cuya fachada todavía se puede ver el escudo de ese linaje.
Por el momento, el emblema sigue en su sitio, pero en otros inmuebles de localidades despobladas se registra una «situación de expolio», de tal manera que se arrancan arcos de puertas góticos y renacentistas, piedras labradas de ventanas que tienen arcos lobulados y escudos, una serie de elementos «que valen su dinero y que hay gente que se los lleva» para ser instalados sin ningún empacho en otros lugares.
Infraestructuras irrespetuosas, como Itoitz
Al grave problema que supone la despoblación, Asiron sumó otras amenazas que también ponen en grave peligro el patrimonio del medio rural navarro. Así, destacó las que denominó como infraestructuras irrespetuosas, es decir, determinados proyectos que llevan a cabo las administraciones que deberían velar por ese patrimonio y que terminan destruyéndolo para acometer esas obras.
Una situación que se ha llegado a vivir incluso en la misma capital, como recordó el historiador al traer a colación el caso del aparcamiento de la plaza del Castillo y los restos de diferentes épocas de la historia de Iruñea, prácticamente de toda ella, que fueron arrasados para construirlo.
También recordó lo sucedido con el yacimiento de época romana de El Mandalor, en el término municipal de Legarda, afectado por la Autovía del Camino, pero especialmente lo ocurrido con la construcción del pantano de Itoitz.
Asiron calificó el embalse como «la infraestructura que más agredió el patrimonio rural», ya que supuso la destrucción de seis pueblos y graves afecciones en localidades como Artze o Nagore. Entrando en detalle, desgranó que fueron destruidas tres iglesias románicas y tres góticas, sesenta casas góticas y renacentistas, dos palacios de cabo de armería (los de Orbaiz y Artozki), y varias torres medievales, además de ermitas.
Todas ellas cayeron bajo las palas excavadoras enviadas por el Gobierno de UPN a pesar de la resistencia popular, que hizo todo lo posible por salvar ese rico patrimonio, que fue arrasado antes de que las aguas cubrieran toda la zona.
La pérdida de los referentes propios
A estas circunstancias, Asiron añadió la pérdida de referentes culturales, en el sentido de que «durante siglos se ha venido construyendo en los pueblos respetando una tradición y dentro de los valores de una comunidad, mientras que en la actualidad se busca el individualismo».
Esa pérdida, «que ha acompañado el declive de la civilización rural, ha provocado que se haya roto esa cadena de transmisión de valores estéticos de las generaciones anteriores», creando conjuntos fuera de contexto.
A ese alejamiento de las raíces culturales, el historiador destacó que ha contribuido la «invasión» del cemento en el siglo XX, un elemento de construcción cuya versatilidad «ha cambiado el paisaje rural», hasta el extremo de que se ha perdido «el elemento diferencial» que ha caracterizado a nuestra arquitectura.
Al respecto, recordó una frase recogida por el pintor Xabier Morras en su tesis doctoral del año 1996, en la que ya señalaba que «no hay nada ni nadie que pueda parar este proceso de destrucción. La arquitectura vernácula de Navarra desaparece y con ella, una forma de vida y una parte de nuestra memoria histórica».
Crecimiento de las ciudades
Al hilo del cambio de fisonomía que están experimentando muchas localidades, Asiron puso el acento en el caso de Iruñerria, donde la capital «se come a los pueblos de la cuenca, que se desfiguran».
El de los aledaños de Iruñea puede ser el más paradigmático, pero no faltan otros ejemplos de lugares en los que se ha llegado a deformar «conjuntos urbanos que en algunos casos pueden tener entre 500 y 800 años de antigüedad».
Por lo tanto, teniendo en cuenta todos estos factores, Asiron concluyó que el patrimonio rural de Nafarroa se encuentra en estos momentos «amenazado por peligros inminentes. Algunos son seminaturales, como el agotamiento de los materiales y de las estructuras después de 70 años de abandono. Pero también cabría esperar de las administraciones una política a favor de una conservación eficaz que hasta ahora no se ha dado. Es más, en ocasiones las propias administraciones han impulsado y favorecido este tipo de arrasamientos con sus excavadoras», con la consiguiente pérdida de una riqueza cultural y etnográfica ya irrecuperable.