La derrota de Europa

Los resultados de las próximas elecciones europeas serán leídos en cada uno de los países de la Unión en estricta clave interna. Pero me da la impresión de que estas elecciones trascendentales tienen una clave global -que ciertamente tiñe todas y cada una de las lógicas internas de todos los países-, porque pueden representar la derrota y el punto final de un ideal europeísta que se puso en marcha al terminar la Segunda Guerra Mundial y que ha presidido ochenta años de la vida no sólo del continente, sino de todo el mundo. Un ideal que fue durante décadas un faro de esperanza para los que estaban allí, para los que se iban incorporando y para los que no estaban, pero quisieran estar. Y que ahora puede ser derrotado no por esta o aquella fuerza política, tan sólo, sino por la pérdida de su capacidad esperanzadora. En las elecciones europeas se puede llegar a certificar la muerte de este ideal europeísta, constatando la indiferencia de la mayoría de la población y el crecimiento de propuestas que dan este ideal por caducado y piden sustituirlo por concepciones y objetivos que van en dirección contraria. No digo que al día siguiente de las elecciones desaparezca la Unión Europea como estructura de gobierno y de poder, pero sí es posible que se dé por cancelada una determinada idea de Europa, que en los últimos ochenta años había encarnado uno de los modelos de sociedad y política más exitosos de la historia de la humanidad en términos de progreso, libertad y justicia.

Europa ha sido muchas cosas a lo largo de la historia. Política y geográficamente. Los límites geográficos no están claros, sobre todo si se mira hacia el este. Y políticamente, en Europa nace la ilustración y la democracia, pero también el fascismo y el nazismo y las ideas que conducen al totalitarismo soviético. Europa ha sido invadida, en ocasiones, y otras veces invasora y colonizadora. Al terminar la Segunda Guerra Mundial -sólo dos décadas después de la primera y compitiendo las dos en capacidad destructiva- un continente devastado en el que la prioridad es evitar una nueva guerra elige -con el apoyo necesario de Estados Unidos- un ideal y un modelo sociedad, simbolizado por un lento proceso hacia la unidad europea. Una idea de Europa, entre todas las posibles: un proceso de flexibilización de las fronteras y de libre circulación de productos y personas, rebajando el poder de los estados-nación, pero sin desmantelarlos, superándolos por arriba. Y política y socialmente un modelo de democracia liberal que, a través de un pacto fundacional entre la democracia cristiana y la socialdemocracia (es decir, entre la derecha y la izquierda que se habían enfrentado a las tentaciones totalitarias) que desembocaría en el estado del bienestar. La suma de todo ello crea un modelo de sociedad en el que los equilibrios entre libertad, seguridad, creación de riqueza y reparto equilibrado de esta riqueza parecen de los más eficientes logrados nunca por la humanidad.

El modelo europeo resulta bastante potente para ser atractivo para los que están cerca, aunque no participen en su fundación. Geográficamente, nace en el centro de la Europa carolingia, a un solo lado del muro de Berlín que la separa del Pacto de Varsovia. Pero se van incorporando de forma más o menos recelosa primero los países del Norte y después los países del sur como España, Portugal y Grecia, donde precisamente la aspiración a ser Europa –es decir, a participar de ese ideal y de este modelo europeos- ayuda a derribar las dictaduras militares. Y cuando cae el muro, se incorporan con entusiasmo los países del centro y del este de Europa, hasta las propias fronteras de Rusia (a quien llega a tentar, pero donde vence otro modelo de política y de sociedad). El modelo europeo atrae incluso más allá del continente geográfico: algunos países del norte de África, de Oriente Próximo o de la zona caucásica también participan o querrían participar en el mismo. Ésta es una historia de éxito que ha durado casi ochenta años. Pero desde hace un tiempo a ese éxito le han salido grietas. Si el modelo estaba pensado para evitar la guerra en Europa, la guerra ha vuelto a sus fronteras, precisamente entre quienes lo querían hacer crecer o mantenerlo en el espacio y quienes quieren contenerlo o hacer retroceder, a favor de modelos sociales e ideológicos confrontados al europeo, como serían Rusia e Irán. El estado de bienestar no ha encontrado siempre los equilibrios necesarios entre la responsabilidad individual y la acción de los poderes públicos. Los estados son recelosos para ceder sus antiguos poderes y buscan recuperarlo actuando con sus lógicas dentro del escenario europeo. La gestión de la inmigración, buscando a menudo mano de obra barata, ha generado incertidumbres e inseguridades que la sociedad europea vive de forma problemática. La emergencia de China, con un modelo económicamente exitoso, pero políticamente confrontado al europeo, plantea dudas e importantes interrogantes de cara a un nuevo orden mundial político y económico…

Con estos problemas reales, el ideal europeo se ha debilitado. Ante este debilitamiento, existen dos posibilidades. Una es tratar de reforzarlo y recuperar el empuje con las reformas que sean necesarias. La otra es darlo por caducado y sustituirlo por otro de signo contrario. Hay tres ideas en el mercado político que buscan explícita o implícitamente la cancelación del ideal europeo. Una es puramente regresiva: volvamos a la lógica de los antiguos estados proteccionistas y cerrados, acoracemos los mercados interiores, cerremos las fronteras a personas y productos y hagamos una Europa fortaleza, entendida como la suma de las fortalezas de los estados de toda la vida. Otra de estas ideas de cancelación del ideal europeísta es la que considera que Europa es la culpable de todos los males del mundo, como antigua potencia colonial, y que, por tanto, el modelo de sociedad europea carga con un pecado original que le inhabilita y que ahora le toca purgar. Desde esta idea, se renuncia a la defensa o se propugna la destrucción de ese modelo político y social de libertad, democracia y estado del bienestar, y se simpatiza con aquellas propuestas políticas que lo combaten, que propugnan un modelo de sociedad radicalmente diferente, aunque con frecuencia sean de carácter totalitario (incluyendo los totalitarismos de raíz religiosa). No necesariamente porque sean mejores, que no lo son, sino porque ahora sería su turno en la historia, para hacer expiar los viejos pecados de Europa. Y la tercera de estas ideas es poner en cuestión -con China a la cabeza- que la democracia liberal sea, como ha sido hasta ahora, el sistema político más capacitado para generar progreso económico. Si China lo genera bajo un régimen autoritario, tal vez vuelva a ser la hora de los autoritarismos, aunque sean nefastos en el reparto de la riqueza e incompatibles con las libertades individuales.

Estas tres ideas que representarían la derrota de la idea de Europa con la que hemos vivido hasta ahora -y que seguro necesita ser retocada y reformada- estarán presentes en las próximas elecciones europeas. Repartidas, aunque de forma desigual, por todo el espectro político. No es sólo la extrema derecha, aunque hay extremas derechas que aparecen camufladas. No es sólo la extrema izquierda: a veces la vieja socialdemocracia en crisis se siente atraída por la idea de cancelación de una Europa siempre culpable. No es sólo el mundo del dinero, aunque la experiencia china hace que una parte de ese mundo mire con simpatía, envidia y admiración el autoritarismo económicamente expansivo. Y aunque sean diferentes e incluso incompatibles entre sí, pueden confluir en una ofensiva contra un ideal europeo aguado, mal defendido y traicionado ya en estos momentos por algunos de los que se proclaman sus defensores. En los debates internos de cada país, esto también está presente, aunque a menudo enmascarado por la anécdota del conflicto interno. Pero la idea global de la victoria de esta posibilidad de sustituir al ideal europeísta y su modelo social y político por uno de signo contrario, la posible derrota de la Europa que hemos conocido en las últimas generaciones, es un fantasma que recorre hoy todo el continente. Y un fantasma que puede materializarse en estas elecciones.

EL MÓN