La cruz de Pizarro

«El pueblo que no logra mantener las manifestaciones de su subconsciente en un estado holgado, libérrimo y normal, pierde su personalidad de una manera fatal y segurísima».

Josep Pla, ‘Hacerse todas las ilusiones posibles’.

 

Desde que ha salido a la luz que Josep Pla consideraba a Cataluña un país ocupado y dominado por España, no recuerdo haber visto a ningún unionista citarlo como antes. En cambio, impulsado por Borrell y el establishment mediático se ha puesto de moda el negacionismo sobre los crímenes del imperio castellano-español. Quizás sorprende, pero demasiado a menudo olvidamos que la fiesta nacional de España es el 12-O, el día de la «descubrimiento» de América y el inicio de un genocidio que acabó con la vida de millones de personas y aniquiló durante siglos las culturas y lenguas locales. Nunca he escuchado un mandatario español disculpándose por el genocidio perpetrado contra los pueblos americanos.

Precisamente este verano he pasado unos días en Perú, y a pesar de haber estado en otras antiguas colonias españolas, he quedado bastante sorprendido de hasta qué nivel la dominación era explícita y comprobable todavía hoy. Para futuros visitantes, sólo hay que ver dos catedrales para entender más cosas de las que explican las guías.

Primera parada en la catedral de Lima, en la Plaza de Armas de la capital peruana. La cosa va rápida, porque sólo entrar a mano derecha hay una capilla dedicada a mayor gloria de Francisco Pizarro. Exacto, para Francisco Pizarro el conquistador del imperio Inca y máximo promotor de la colonización española. La capilla entera es un panegírico gigante dedicado al hombre que decapitó a Atahualpa, e incluso hay un árbol genealógico que llega hasta nuestros días (sus últimos descendientes parece que viven en Valladolid). Que la capilla dedicada a Pizarro sea la única parte de la catedral que se puede ver sin pagar, no es un hecho inocuo.

La segunda parada obligada es la catedral de Cuzco. Aquí hay más contrastes, porque a pesar del delirio colonial hay diferentes cuadros con simbología de protesta por parte de los pintores cusqueños. Particularmente destacable es un cuadro de la santa cena en la que Jesús y los discípulos comen ‘cuy’ (un conejillo de indias que es la comida típica local) y el papel de Judas lo hace Pizarro. Sin embargo, en la parte más antigua de la basílica el choque vuelve la tortilla, una estatua de Santiago preside la entrada, pero la estatua tiene una característica especial: en lugar de matar «moros» como por lo visto es tradicional en esta clase de figuras (o así lo expresó nuestra guía), aquel Santiago mataba incas. ¡Incas! Es decir, ¡en el centro de la catedral construida en la plaza principal de Cuzco, antigua capital inca hay una figura religiosa que destaca por matar gente local!

Resulta inaudito, pero la sorpresa no termina aquí. Si en una pequeña cripta se pueden encontrar los restos de Garcilaso Inca de la Vega (noble inca-español cuya obra fue prohibida durante siglos por la monarquía española), en el altar hay una virgen y una cruz. La virgen es la virgen de la descensión, un caso único en el mundo según la guía (normalmente hay vírgenes que conmemoran su ascensión al cielo) que recuerda a los fieles cómo la virgen bajó a la tierra para apoyar a las tropas castellanas durante la conquista de Cuzco. Es decir, que aquella frase de «Dios existe y es español» no era sólo una ‘boutade’, sino también ideología colonial. Espectacular. Con todo lo mejor es la cruz, que preside la basílica, y al parecer es la cruz con la que Pizarro hizo bautizar a Atahualpa justo antes de estrangularlo (si Atahualpa no aceptaba el bautizo, habría muerto quemado vivo). Como si ahora hicieran jurar la Constitución a los presos políticos catalanes justo antes de condenarlos igualmente a 15 años de prisión, vaya. la perversión es total: la cruz con la que sometieron al último gran mandatario del imperio Inca es expuesta como un trofeo para que las propias víctimas de la colonización la adoren.

Para acabarlo de rematar, tanto en Cuzco como Lima, las salas con los retratos de los obispos dejan claro que todos -o casi todos- eran de ascendencia hispánica o europea. No deja de ser sorprendente que los peruanos, tan creyentes, acepten sin quejarse una situación tan degradante.

Con todo, no todo es sumisión al poder (post)colonial, y en la misma plaza en Cuzco había un pequeño monumento de 1992 que lo dejaba claro: «A los quinientos años gloria y honor a las víctimas anónimas de la invasión y a los héroes de la resistencia andina. Y no podrán matarnos».

No nos podrán matar. Es impresionante leer tales palabras viniendo de un pueblo que ha sufrido tanto, aunque hoy los retos no sean los mismos. El supremacismo lingüístico del castellano -ellos lo llaman español- es total, y al parecer el quechua, el aimara y las demás lenguas del país sobreviven básicamente gracias a la transmisión de padres a hijos (justo este año se ha aceptado que se puedan estudiar en las escuelas, pero sólo como una lengua extranjera). Este voluntarismo hace que cuando los padres sienten vergüenza de su identidad debido a la propaganda neocolonial, los hijos crecen lingüísticamente desarraigados a su propia tierra.

De alguna manera, el centralismo extractivista de la corona hispánica ha tenido un digno sucesor en el gobierno de Lima, que con su centralismo político, económico y cultural, hace décadas que pone en riesgo el equilibrio de todo el país, erosionando las diferentes identidades nacionales que forman parte del mismo y generando grandes olas migratorias internas que dejan sin futuro los lugares no turísticos del país. Con independencia o sin ella, la tarea de descolonizar el Perú aún no ha terminado ni mucho menos. La sombra de la cruz de Pizarro y la ocupación española es mucho más alargada de lo que la mayoría de peruanos parece querer admitir. En este sentido sin embargo, los catalanes no podemos dar muchas lecciones.

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