Los recientes acontecimientos en Palestina nos muestran la compleja situación que se avecina, incrementando sobremanera el ya de por sí delicado escenario de la zona. De todas formas esta nueva crisis ha servido para que la mayoría de los actores de esta obra acaben retratándose con gran nitidez, lo que permitirá al pueblo palestino situar a cada uno donde se merece, a pesar de que todo ello traerá, de momento, más sufrimiento al castigado pueblo de Palestina. Frente a las lecturas que nos presentan el conflicto como un enfrentamiento entre moderados («los buenos»), al Fatah, y los extremistas («los malos») Hamas, la fotografía va mucho más allá.
El movimiento realizado por Hamas en Gaza era una medida pedida a gritos por algunos sectores, que asistían a un deterioro enorme de la situación en la franja, motivado en buena manera por la actuación descontrolada de algunos clanes y familias, ligadas a al Fatah y a los servicios de seguridad controlados por la misma, y que actuaban como una verdadera mafia local. Estos clanes han consolidado en torno suyo milicias de decenas de personas, que no dudan en utilizar para «salvaguardar» sus oscuros intereses, al tiempo que degradan la seguridad de Gaza.
Evidentemente la actitud de Hamas ha provocado una reacción también esperada en torno a al Fatah, pero también en Washington, la Unión Europea o Israel. La organización que durante años presidió Arafat está inmersa en una complicad crisis, acentuada tras su derrota electoral (algo que nunca ha asumido). Los rasgos de esta caduca organización se resumen en «corrupción, faccionalismo e incompetencia». Desde su derrota electoral no ha hecho nada para «limpiar» su maltrecha reputación a los ojos de su pueblo, al contrario, ha dedicado buena parte de sus esfuerzos a torpedear el gobierno elegido por voluntad popular. Además, la corrupción alcanza a los niveles más altos de al Fatahl, con asesores de Mahmoud Abbas usando el dinero que llega en forma de ayudas para su propio beneficio.
En esta línea, los doce años de Autoridad Palestina, controlada por al Fatah, no han supuesto mejoras en educación, economía, salud y progreso para la mayor parte de Palestina, y sí en cambio para seguir engordando las cuentas corrientes y empresas de esa red de oportunistas y «administradores».
Finalmente, las diferentes facciones que conviven en su seno hacen a esta organización afrontar con clara debilidad su futuro. Abbas es un personaje «querido» por Occidente, pero permanece como líder porque puede ser utilizado por los diferentes sectores que se refugian bajo el pasado de la organización. Lo que parece quedar en evidencia es que el presidente palestino se ha convertido en una marioneta de Estados Unidos e Israel, pero también de los propios grupos de al Fatah.
Hace unas semanas en Jordania se publicó un artículo que hablaba de un plan de EEUU para acabar con el gobierno palestino de unidad y para arrinconar a Hamas. El documento titulado «Plan de Acción para la Presidencia Palestina» dibujaba con claridad la estrategia a seguir: «dar pasos que refuercen a Mahmoud Abbas, concentrar las fuerzas de seguridad palestinas bajo su mando, buscar la disolución del Parlamento y apoyo internacional a Abbas para que prepare unas elecciones que le encumbren en el proceso».
Los ideólogos de este plan señalaban la necesidad de buscar «palestinos más aceptables, más creíbles y más capaces de avanzar en la seguridad y la gobernabilidad». Unas palabras que barnizan los verdaderos intereses que se esconden tras las mismas, y que no son otros que encontrar «colaboradores» nativos que dividan la resistencia palestina y permitan que la desesperación de su pueblo se presente como un sino ineludible.
Y a la vista de los acontecimientos, todo parece indicar que el plan se está cumpliendo, y que han sido capaces de «comprar» la colaboración local. Los millones de dólares destinados a «reforzar las fuerzas leales a Abbas», así como la «donación, vía BM o FMI de fondos «destinados a sectores y proyectos elegidos por Abbas y sus colaboradores». En otras palabras, más vía libre a la corrupción de esos sectores aunque disfrazados como mejoras generales, y sobre todo mayores hipotecas políticas, económicas y sociales para Palestina.
En esta historia no podía faltar la participación de Israel, un estado cada vez más asemejado al del apartheid sudafricano. Poco después de la publicación de este plan en Jordania, la prensa israelí también se hizo eco de otro plan (complementario con el primero), que apuntaba algunos movimientos que Israel podría dar en el futuro (retirada de algunos checkpoints, flexibilizar algo el movimiento de los palestinos y sobre todo, apoyar el rearme de las fuerzas leales a Abbas». Y la parte final de este drama lo ocupa la Unión Europea, quien fiel a su política de seguidismo absoluto hacia EEUU e Israel, nos ofrece una esperpéntica actuación en torno a los «valores democráticos y humanitarios».
Estos defensores de la democracia con label occidental están alimentando peligrosamente una espiral. La mayoría de la población palestina apoyó al gobierno de Hamas en unas elecciones que contaban con el cumplimiento de los parámetros occidentales al uso, y ahora ven cómo esos que dicen defender la democracia alientan, promueven y apoyan un golpe de estado en toda regla.
A la vista de todo ello, con un futuro lleno de más pobreza, aislamiento y desesperación, desgraciadamente, no debería extrañarnos que ese sufrimiento prolongado al que se va a seguir sometiendo a Palestina tenga sus consecuencias dramáticas también para los impulsores de esa estrategia genocida. Lejos de aportar soluciones que busquen una paz duradera para toda la región y que respeten los derechos inalienables del pueblo palestino, se siguen imponiendo los intereses geoestratégicos e ideológicos de Washington e Israel, y eso no hace más que aumentar la inestabilidad en la región y en el mundo.
TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)