La constitución y el lenguaje

“Para adaptarse a todos los cambios y los acontecimientos, las palabras también tuvieron que alterar sus significados habituales”

 

Tucídides, Historia de la Guerra del Peloponeso, III, 82

 

1. La frase de Tucídides se enmarca en una descripción del caos. Es un caos político, lleno de violencias, de desorden e incertidumbre, desatado por la guerra civil de Córcira, aliada de Atenas en la guerra del Peloponeso. Bajo su tono frío, Tucídides apenas puede ocultar su pavor ante las consecuencias de la stasis, el conflicto que desgarra la polis desde dentro. Apoyados por Esparta y por un ejército de mercenarios, los oligarcas conspiran para tumbar la democracia; el demos de Córcira se une a los esclavos y se alza en armas para defenderla y salvar su alianza con Atenas. Tucídides dice entonces: el escenario sirvió de modelo o de imagen para toda una cadena de revoluciones democráticas en Grecia. Y las palabras, para adaptarse a todos los cambios y los acontecimientos, también tuvieron que alterar sus significados habituales.

 

2. En las Investigaciones Filosóficas (§531), Wittgenstein dice que hay dos formas de entender una frase. Una frase se entiende cuando uno puede sustituirla por otra oración que diga lo mismo de otra manera. Pero una frase también se entiende cuando uno no puede sustituirla, ni tocar una sola de sus palabras. En el primer caso, uno puede parafrasear, expresar la idea de otra forma, traducir, simplificar, explicar. En el segundo, uno siente que ese significado sólo puede ser transmitido por esas mismas palabras y en ese orden preciso, y que cualquier alteración, por mínima que sea, le hará perder fuerza o una parte sustancial de su sentido, como sucede al leer un poema. En el primer caso, el sentido es común a muchas frases; en el segundo, es el sentido de una singularidad imposible de reducir.

 

3. En una revolución política, el orden establecido empieza a resquebrajarse a partir de sus frases. Frases constitucionales, frases policiales, frases consensuales: todas pierden entonces ese potencial de fijar la comunidad, de definir lo que las cosas quieren decir, de delimitar, en definitiva, el ámbito del sentido común, de la significación y su legitimidad. Una constitución es ante todo un régimen de representación, un campo de significados posibles que vinculan lo que se puede decir y lo que se entiende al decir lo que se dice, y logran así que, dentro de ese campo, los conceptos y las ideas sean traducibles, reproducibles, manejables y controlables. Cuando una constitución se resquebraja, de pronto hay palabras que redescubren su singularidad, que se desvinculan de las frases que las contienen y se disponen a recuperar su sentido, un sentido inconmensurable e irreductible al orden que ya no las puede traducir. La palabra independencia, como la palabra revolución, no cabe en el reparto y en la gramática establecida: su sentido reclama generar un lenguaje nuevo para poder explicarla, para hacer común lo que ahora mismo no se puede decir de otra manera.

 

4. Sin poder disimular su desdén, Aristóteles dice en la Política (V, IV) que las revoluciones se hacen de dos maneras: por la fuerza o por medio del fraude. El fraude tiene a su vez dos vertientes: a veces los ciudadanos son engañados para asentir a un cambio de gobierno, y a continuación son traicionados y sometidos contra su voluntad. En el segundo de los casos, a los ciudadanos les convencen para apoyar la revolución, y después les vuelven a persuadir para mantener su lealtad y preservar la paz en la ciudad. Lo que cambia de un caso a otro es la actitud de los ciudadanos, pero no el sentido de las cosas, pues Aristóteles implica que el orden nuevo nunca mantiene su palabra. Es algo a tener en cuenta en el escenario actual: si la independencia de Catalunya, por ejemplo, no hace saltar por los aires el sistema caciquil, clientelar y corrupto que la gobierna hoy en día; si se limita a luchar contra un expolio, pero no contra su fuente y principio, contra la dictadura capitalista de la deuda; si se limita a ser, en definitiva, un calco con seny del bochorno de la transición, el fraude estará consumado y la oportunidad de emancipación, perdida. El mismo riesgo, distinto, habla en España en las voces de la demagogia tecnocrática. No se trata de decir lo mismo de otra manera. Emancipación quiere decir: hacer que las palabras y las cosas se alteren en su relación constituyente, en lo que autorizan y hacen posible al vincularse las unas con las otras.

 

5. La palabra “constitución” no se refiere únicamente a un aparato jurídico o a un conjunto de leyes subordinadas a un mismo ordenamiento o principio. Foucault lo explica en Hay que defender la sociedad: una constitución es algo que no refiere tanto al orden de la ley como al de la fuerza, a la fuerza de las prácticas y la fuerza de los discursos, a un equilibrio y un juego de proporciones que se establece entre ambas y las estabiliza, creando un orden entre las dos, entre sus asimetrías y sus desigualdades. La conclusión es clara: el soberano no es aquel que define las palabras verticalmente, desde ninguna parte y de una vez por todas, sino el que es capaz de gobernar ese orden, de hacer corresponder palabras que ya existen con las prácticas que fijan cada cosa a su lugar y cada sujeto a su posición. Por eso una revolución no se hace sustituyendo simplemente unas leyes por otras, sino acumulando fuerzas allá donde las leyes, incapaces de contener aquello que las desborda, ya no pueden sujetar prácticas y discursos, lugares y posiciones. Una constitución cruje donde ese desequilibrio se hace ingobernable: como en la Córcira de Tucídides, se trata de lograr que esa fuerza acabe instituyendo significados nuevos para las viejas palabras. No tener aún el lenguaje con que describir el futuro que se quiere decir no es un problema: el problema es tenerlo y que no quiera decir nada.

 

Blog del autor: http://pourlafindutemps.com/

 

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