Es fascinante la capacidad que tienen algunas palabras de sacudir y aclarar el imaginario colectivo, de desbrozar el debate que, de otro modo, se hace complicado y pesado. Esto ocurre, por ejemplo, con el uso de la palabra ‘confrontación’. Cuando el president Puigdemont la usó en su discurso de Prades no sé si intuía que podría servir para aclarar proyectos, pero es un hecho evidente que su irrupción en el discurso público va consiguiendo justamente eso.
Hoy ocurre algo que hace diez años era impensable: que se puede reclamar independentista gente que vota o milita desde el PNC -o más a la derecha incluso- hasta los CDR. Y esto por un lado confiere al movimiento soberanista una enorme ductilidad y una centralidad magnífica, pero por otra rebaja hasta tal punto la precisión programática de la palabra ‘independentista’ que inevitablemente se crea confusión.
Llamarse independentista hoy, por primera vez en la historia, puede no significar nada ni aclarar nada respecto del tema clave, que no es ser independentista o no sino cómo ‘llegar a ser independiente’. Y es por eso por lo que la discusión y el esclarecimiento de los proyectos han de nacer antes que los suplementos, los matices que uno de vez en cuando se inventa. Pasó antes con la expresión ‘unilateral’ y pasa ahora, pero multiplicado por mil, con la expresión ‘confrontación’.
Puigdemont en Prada propuso lo que definió como una ‘confrontación inteligente’ con el Estado español y ayer el vicepresidente Junqueras le respondió en una entrevista de Europa Press. Cito textualmente sus palabras:
‘Si iniciamos una confrontación con el Estado en las condiciones actuales iremos a perder, y nosotros lo que queremos es ganar. […] Si queremos resultados diferentes tendremos que prepararnos mejor’.
Ni que decir que estoy seguro de que tanto Puigdemont como Junqueras, como todo el mundo de hecho, están de acuerdo en que hay que prepararse mejor. Y también estoy seguro de que ambos quieren ganar. La brecha, sin embargo, se ha abierto cuando se ha bajado al matiz de la confrontación, o, si es necesario concretarlo aún más, con respecto a la hipótesis de si ir hacia una confrontación en las condiciones actuales llevará a una derrota o no.
Y aquí, cuando llegamos a este punto, la realidad es que ya no hablamos de teoría y basta, sino de convicciones. Convicciones que, sin lugar a dudas, vienen muy marcadas por la trayectoria y todo lo que ha pasado estos últimos años. Comprensiblemente.
A partir del momento en que se decidió proclamar la independencia, el movimiento soberanista se escindió en dos grandes bloques que, desde entonces, nos han propuesto caminos diferentes, con resultados que ahora ya podemos apreciar que son también muy diferentes.
He dicho muchas veces que la dicotomía creada entre ir al exilio o entregarse a los tribunales españoles es el momento clave del proceso, por las implicaciones que tiene. Entre ellas una tan trascendental y definitiva como reconocer o no la autoridad del Estado español sobre un parlamento y un gobierno que han proclamado que Cataluña ya no es España. Aquella decisión, en ese momento, tuvo una característica que nos hizo dar vueltas a la cabeza a todos: a ambos lados había políticos de ambos partidos, lo que dificultaba enormemente la clarificación estratégica.
Pero poco a poco parece que se va abriendo paso este esclarecimiento, con la decantación de cada grupo por una de las tendencias, aunque en el interior de cada uno haya dirigentes que son víctimas de represión diversa.
Hoy parece difícil discutir que uno de los dos grandes partidos, Juntos por Cataluña, ya hace hincapié en esa decisión de los exiliados de no reconocer la autoridad del Estado español y, en consecuencia, propone que la resolución del proceso de independencia dependa exclusivamente de las fuerzas propias y de la capacidad de provocar una ruptura que el Estado no pueda frenar. Mientras que el otro, ERC, hace hincapié en la voluntad de encontrar, o forzar si hay que hacerlo y se puede hacer, un entendimiento con el Estado español, o con aquella parte del Estado español con la que te puedas entender, que permita resolver de común acuerdo el proceso de Cataluña hacia la independencia.
Como teorías, ambas pueden ser válidas. Esto nadie puede negarlo. Ninguno de nosotros tiene la bola mágica que nos pueda hacer saber si estamos en condiciones de ganar una confrontación o no o si alguna vez habrá alguien con quien negociar en Madrid el proceso hacia la independencia.
Ahora, el tiempo va pasando y es evidente que los resultados de las estrategias que se marcaron en los días posteriores a la declaración de independencia también empiezan a estar sobre la mesa, con consecuencias incluso de carácter personal. Ya no hablamos tan en abstracto como hablábamos en 2018.
Por ejemplo, el pueblo de Cataluña eligió a Carles Puigdemont y Oriol Junqueras como eurodiputados y España, utilizando métodos aberrantes, ha luchado para impedir que ambos lo sean. De momento, por ahora, lo ha logrado en el caso de Junqueras. Pero no en el caso de Puigdemont, por más que lo haya intentado. Y esto, que es un hecho, y que no es ningún hecho aislado, me parece que modula y modera mucho la rotundidad expresada por Oriol Junqueras sobre si se puede ganar o no y sobre qué eficacia tiene el hecho de confrontarse con el Estado español.
VILAWEB