La falta de preparación estratégica de los partidos para el escenario posterior al referéndum de independencia del año 2017 y la rendición posterior de ERC ante la represión del régimen español han dado paso a un momento de gran desconfianza en el seno del independentismo. El aumento del pensamiento crítico y de la fiscalización de los líderes o de quien pretende serlo es algo positivo y que ha faltado en algunos momentos del proceso independentista. Una nación libre o que quiere serlo necesita ciudadanos críticos con el liderazgo y -cuando los hay- con el poder, con capacidad de valorar en cada momento la situación en que se encuentra el país y las propuestas que hay sobre la mesa para responder a los riesgos y amenazas. Con todo, hay que distinguir el pensamiento crítico del cinismo y el derrotismo. Si bien desde 2017 ha aumentado en Cataluña el pensamiento realista y estratégico, y se ha comenzado a plantear el embate con España como lo que es, un movimiento de liberación nacional, también han aumentado significativamente la crítica impulsiva, indiscriminada y corrosiva, el cinismo y la teoría de la conspiración. Huelga decir que la duplicidad de ERC y el comportamiento sospechoso de plataformas como ‘Tsunami Democrático’ no han ayudado a reconstruir la confianza, pero el clima de crítica y burla nihilista es favorable al Estado ocupante porque hace más difícil la organización y promueve la anarquía, la desmoralización y la desmovilización.
Durante los años posteriores al plebiscito del primero de octubre y después de unos meses iniciales de desconcierto se han conformado dos grandes planteamientos sobre qué hacer para alcanzar la independencia. Por un lado, ERC y sus adláteres difunden la idea de que el referéndum constituyó una derrota y abogan por abrir una nueva etapa basada en el incremento del apoyo interno a la independencia mediante el «buen gobierno» y «políticas progresistas», así como el «diálogo» y el pacto con la facción aparentemente menos agresiva del régimen, el PSOE y Podemos. En un artículo anterior (1), ya explicamos que estos argumentos especiosos disfrazan lo que es realmente una renuncia al objetivo político de la independencia, relegado a favor de la ocupación de cargos y sueldos por el aparato del partido y del deseo de liberar a los líderes encarcelados al precio que sea. Obviamente, esta actitud, que genera todo tipo de contradicciones que Esquerra no puede explicar, no ayuda a generar confianza y les perjudica no sólo a ellos sino a todo el movimiento independentista del que dicen forman parte. Tampoco ayuda que la manera de Esquerra de combatir la crítica pase por el chantaje emocional con motivo del encarcelamiento de sus líderes. Así, la represión española que sufren Oriol Junqueras, Carme Forcadell y los consejeros de Esquerra se convierte en la respuesta a toda crítica a la línea política del partido, hasta el punto que se ha llegado a normalizar el argumento de que los presos tienen derecho a priorizar sus intereses particulares al movimiento independentista. No hay que olvidar que el independentismo catalán defiende derechos humanos esenciales, la autodeterminación de los pueblos y el consentimiento de los gobernados, y que ninguna empresa colectiva se puede permitir que los intereses particulares pasen por delante de los colectivos.
Los líderes de Esquerra siguen una política errática e incomprensible si se intenta interpretar desde un punto de vista independentista. La decisión de Oriol Junqueras de renunciar al escaño en el Parlamento Europeo que la justicia europea le había reconocido después de que Manuel Marchena decidiera mantenerlo en prisión, en lugar de apelar la decisión para continuar desgastando el régimen español, no se puede explicar desde el independentismo. Esta decisión sólo se entiende si se asume que el objetivo principal de Junqueras era salir de la cárcel y que cuando este intento falló, el partido priorizó tener un eurodiputado y el sueldo correspondiente en la persona de Jordi Solé. Como ya dijimos en el artículo mencionado antes, la supuesta estrategia independentista de Esquerra no explica por qué el control de las instituciones autonómicas traerá unionistas al independentismo, cuando los límites entre independentistas y unionistas son muy sólidos y no se moverán sin una crisis muy fuerte de legitimidad de uno o del otro bando; ni por qué un aumento en los partidarios de la independencia hará cambiar de actitud el régimen español y sus partidos; ni por qué el «diálogo» con el PSOE puede conducir a la aceptación de un referéndum de independencia, cuando la unidad del dominio territorial es el valor más absoluto del nacionalismo español; ni por qué el régimen tendrá incentivos para hacer cualquier concesión si el independentismo renuncia a imponerle costes.
El segundo planteamiento estratégico propuesto para conseguir la independencia pasa por la unilateralidad y la confrontación con el Estado español, para obligarle, a cada paso, a elegir entre el debilitamiento y el distanciamiento de los aliados por un lado, o la cesión al independentismo por la otra. Este planteamiento parte de la constatación de que el régimen español nunca permitirá la independencia catalana si se encuentra en una situación de fuerza y estabilidad y que, de hecho, lo más probable es que la independencia se tenga que hacer con su oposición frontal. En estas circunstancias, es positivo todo lo que debilite el Estado español y sus instrumentos represores, que lo aísle de sus aliados -y que, por tanto, los haga más susceptibles a ser aliados de los catalanes- y que le impida responder con efectividad a una toma de control del territorio por parte del movimiento de liberación nacional. Este planteamiento es el que han hecho suyo el presidente en el exilio Carles Puigdemont y el partido que está construyendo, Juntos por Cataluña. Una de las personas más destacadas que dentro de este espacio político ha teorizado en este sentido, al margen del mismo Puigdemont, es Josep Costa, vicepresidente del Parlamento de Cataluña que ha protagonizado numerosas colisiones con Roger Torrent, presidente del Parlamento a propuesta de ERC y uno de los principales artífices de la desescalada unilateral ante la represión de España.
Juntos por Cataluña. Una de las personas más destacadas que dentro de este espacio político ha teorizado en este sentido, al margen del mismo Puigdemont, es Josep Costa, vicepresidente del Parlamento de Cataluña que ha protagonizado numerosas colisiones con Roger Torrent, presidente del Parlamento a propuesta de ERC y uno de los principales artífices de la desescalada unilateral ante la represión de España. Juntos por Cataluña. Una de las personas más destacadas que dentro de este espacio político ha teorizado en este sentido, al margen del mismo Puigdemont, es Josep Costa, vicepresidente del Parlamento de Cataluña que ha protagonizado numerosas colisiones con Roger Torrent, presidente del Parlamento a propuesta de ERC y uno de los principales artífices de la desescalada unilateral ante la represión de España.
La asunción por parte de Carles Puigdemont de este planteamiento no ha sido automática. Durante los meses de desorientación posteriores a la victoria del primero de octubre y la desbandada del día 27, la línea defendida por el president exiliado era poco definida, con llamadas vagas al diálogo y a la unidad de acción entre los partidos independentistas. Con todo, su misma condición personal le llevó, con el tiempo, a abrazar el planteamiento unilateral y en el año 2019 escribió un librito, «Re-unámonos», en el que defendía explícitamente esta vía, si bien con algunos límites morales que son muy discutibles por su utopismo y la ventaja que dan a los represores. Sea como sea, a diferencia del caso de los presos, España tiene poco que ofrecer a Puigdemont y pocos instrumentos para coaccionarlo. Para España, la libertad del president se ha convertido en una enmienda a su autoridad sobre los catalanes y una humillación permanente, y trata de encarcelarlo a toda costa. En estas circunstancias, la distensión y el acercamiento al régimen no aportan nada a Puigdemont y sus intereses personales confluyen naturalmente con los del movimiento independentista.
Además, los acontecimientos históricos han convertido al presidente en el exilio en una figura que trasciende la persona de Carles Puigdemont. Que España haya convertido el presidente en el exilio en un símbolo de su incapacidad de controlar a los catalanes ha hecho, por fuerza, un símbolo aglutinador de los propios catalanes. El hecho de que su sucesor en las instituciones autonómicas fuera la sexta opción y que su presidencia se deba más a las maniobras de Felipe de Borbón, Pablo Llarena y Mariano Rajoy que a la voluntad del Parlamento de Cataluña, han solidificado la imagen de Puigdemont en el imaginario colectivo como el presidente real de los catalanes. Estas circunstancias son las que explican que los resultados de Juntos por Cataluña sean mucho mejores cuando el candidato es Puigdemont y que haya derrotado a Junqueras en dos ocasiones, la segunda por 200.000 votos y con mucho voto prestado de la CUP. Del mismo modo que históricamente el emperador de Japón ha sido un símbolo nacional que las diferentes facciones del país de cada momento han intentado aprovechar a su favor -Akihito, por ejemplo, era venerado por los conservadores como emperador aunque le tenían antipatía personal porque sus ideas pacifistas topaban con sus objetivos políticos militaristes-, las circunstancias históricas han hecho de Puigdemont un símbolo nacional también para sectores del independentismo muy alejados de su espacio político. En este sentido, el presidente en el exilio tiene una capacidad de marcar la línea, de movilizar y de desencadenar acontecimientos que no tiene ningún otro político catalán en activo y que difícilmente se podrá construir artificialmente.
Por las razones mencionadas, que Carles Puigdemont apueste por la unilateralidad y la confrontación debería ser una muy buena noticia para quien quiere la independencia de Cataluña y entiende los costes y sacrificios que conllevará. A pesar de sus carencias personales, el simple hecho de que apueste por esta vía la hace mucho más factible, por su capacidad dinamizadora. Con todo, lo que debería ser celebrado y utilizado queda amortiguado por un sector del independentismo que, aunque apuesta nominalmente y de manera muy impetuosa por la unilateralidad, está cómodamente instalado en la creencia de que toda acción de los representantes políticos -de todos- debe ser interpretada en clave de engaño. Parte de esta actitud se debe al desengaño y la frustración provocados por la constatación de que los políticos no habían preparado los escenarios que podían surgir después del primero de octubre. En esto, claro, Puigdemont tiene una responsabilidad importante, y en los tiempos que vienen él y sus asesores deberán demostrar más preparación y previsión, que han aprendido de los errores. Con todo, la crítica que necesitan los pueblos libres y los movimientos exitosos es por definición un instrumento de precisión. Cada acción, cada situación, cada momento, debe ser sopesado individualmente, aunque, por supuesto, es necesario también tener una visión de conjunto que pueda darles coherencia. En todo caso, la caricatura, la teoría de la conspiración y el todo-es-mentira no son elementos de una crítica saludable, sino el caldo de cultivo perfecto para la desmoralización y la desmovilización.
Parte de esta actitud nihilista y paralizante se debe, también, al que podemos llamar unilateralismo mágico. Si bien la unilateralidad es la única vía hacia la independencia, debe estar basada en una comprensión del poder, la autoridad, la obediencia y los elementos materiales. La unilateralidad seria pasa por desgastar gradualmente al Estado español y para conducirlo a disyuntivas que lo debiliten y el aíslen de sus aliados, hasta el punto de que no pueda sostener un incremento de la represión o que, simplemente, no tenga suficiente fuerza para responder a los hechos consumados. En este sentido, gente como Gonzalo Boye, el abogado de Puigdemont, son compañeros de viaje aceptables, porque también quieren llevar al régimen español a estas disyuntivas, con la esperanza -errada- de que elegirá la democratización antes de, por ejemplo, la expulsión de la Unión Europea. Con todo, una parte del independentismo unilateralista está convencido de que la independencia se haría efectiva si el boletín del parlamento autonómico simplemente la proclamara y el pueblo saliera a la calle a defenderla. Lo que no explican nunca es de qué manera se conseguiría mantener suficientes efectivos en los lugares e infraestructuras fundamentales durante bastante tiempo, así como la obediencia general de la población, la recaudación de impuestos y la capacidad de repeler insurgentes armados españolistas o de las fuerzas uniformadas españolas. Como el unilateralismo mágico cree en la fuerza unívoca de una declaración, sólo puede interpretar el hecho de que los políticos no traten de hacer efectiva ahora y aquí la declaración del 27 de octubre como una traición continuada.
Finalmente, por supuesto, hay un pequeño sector de críticos indiscriminados que han convertido este marasmo de depresión y derrotismo en su oportunidad de ganar influencia. En este sentido, es interesante observar que la prédica de la derrota y el insulto a lo que representó el primero de octubre -que no es otra cosa que la fuerza del pueblo catalán cuando está organizado, mentalizado y con objetivos claros- une desde los personajes más invertebrados de Esquerra como Jordi Muñoz o Luis Pérez Lozano hasta los comentaristas supuestamente más radicales como Enric Vila, que ha convertido en un estilo de vida el chamanismo retórico y el «yo-ya-os-lo-dije», siempre basado en textos ambiguos, abstrusos y místicos que a posteriori pueden querer decir cualquier cosa. Si el movimiento de liberación nacional quiere triunfar hay que abandonar la retórica de la derrota y entender que la lucha por la independencia no es comparable a una guerra convencional con dos ejércitos que se disputan la victoria en una gran batalla, sino que es más bien una guerra de guerrillas y de desgaste con acontecimientos más beneficiosos que menos. En este esquema, el primero de octubre es una victoria, el exilio es una fuente de victorias y la inclinación de Puigdemont por la unilateralidad es una victoria. Hay que saber capitalizarlas. el primero de octubre es una victoria,
El movimiento independentista ha de hacer una síntesis de los momentos en que se ha vivido de entusiasmo naïf y de crítica indiscriminada para consolidar una visión realista del mundo y del momento. Hay que tener una disposición crítica con las decisiones que se tomen en cada momento, en el sentido que hay que analizarlas y preguntarse si ayudan al objetivo general de la independencia o no. Si no lo hacen, hay que preguntarse por qué se han tomado y exigir explicaciones a los representantes políticos. Cuando las preguntas sistemáticamente no tienen respuesta, es razonable dudar de la honestidad de quien ha tomado las decisiones y preguntarse si está condicionado por el enemigo. Asimismo, hay que recuperar la capacidad de organizarse y de cooperar con quien defienda las posiciones adecuadas. Hay que abandonar la comodidad de impugnar los motivos de cualquier decisión sin analizarla antes, como coartada para continuar desmovilizados y desmoralizados. Hay que dejar de lado la depresión y la autocompasión y ver en qué se ha avanzado en la lucha con España. Para la mayoría de regímenes, la mejor represión es la que no se ha de ejercer, porque esto indica que todo el mundo acepta la legitimidad del poder. El régimen español está muy desgastado: Juan Carlos de Borbón está en fuga y sus ministros publican defensas encendidas del mismo, seguramente porque tenían que avalar sus actos criminales; Martín Villa está siendo juzgado por crímenes contra la humanidad y todo el régimen ha salido en su defensa; la judicatura, la policía y la extrema derecha se afanan en dar un golpe de Estado; el sistema económico se encuentra al borde del colapso. Esta situación es muy favorable a los intereses independentistas y hay que evitar autosabotear las oportunidades que tengamos, tanto por la línea regeneracionista española de ERC como por la inacción y desmoralización de los que se oponen a ella. Como decía Mao Tse-Tung: hay mucho caos bajo el cielo; la situación es excelente.
(1) https://www.larepublica.cat/opinio/els-objectius-reals-desquerra/
LA REPÚBLICA