La ciudad genérica

El arquitecto holandés Rem Koolhaas escribió en 1995 un texto titulado La ciudad genérica en donde, de manera irónica y provocativa, desgranaba los elementos principales de lo que él consideraba el modelo globalizado de urbanismo y construcción urbana. Pese a haber pasado ya 20 años de su escritura es un texto que guarda la vigencia en la descripción de un modelo urbano globalizador que no solo se aplica en las nuevas ciudades a lo largo de todo el planeta si no que se pone en marcha, con diferentes ritmos e intensidades, en las llamadas ciudades históricas vaciándolas, intencionadamente, de identidad.

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En Iruñea somos conscientes del modelo impulsado por los diferentes gobiernos de UPN en los últimos tiempos, pero es necesario reconocer también algunos elementos de ese modelo para caer en la cuenta de la intencionalidad política de algunas de las decisiones, controvertidas o no, ejecutadas en nuestra ciudad. Si no analizamos estas políticas como consecuencias derivadas de una causa planificada no podremos crear y construir el modelo de la nueva Iruñea, de la nueva Pamplona, que queremos y necesitamos. Empeñarnos legítimamente y con todo derecho en solucionar problemas concretos y específicos sin conocer la enfermedad general hará que erremos y no consigamos más que poner parches que, más tarde o más temprano, volverán a caer dejando expuestas las múltiples heridas y en peligro de que la infección siga avanzando.

Más allá de la formación concreta o general, académica o autodidacta, de cada vecina y vecino de Iruñea, es necesario emprender un proceso de formación, análisis y debate colectivo cuyo objetivo principal sea devolver la identidad propia a nuestras calles y barrios, entendiendo este concepto como la decisión de construir y crear la ciudad de la manera en que los habitantes de la misma, en este caso los y las iruindarras, queramos hacerlo.

En la introducción Koolhaas ya avisa que las ciudades contemporáneas son como los aeropuertos contemporáneos, todas iguales y afirma que esto es solo posible a costa de despojar de la identidad a cada ciudad. Si se quita la identidad queda lo genérico. Hablando de identidad señala que la híper afirmación identitaria como forma de atracción turística solo es una consumada caricatura. Solo París puede convertirse en híper-París. Solo los Sanfermines pueden convertirse en los híper-Sanfermines, en una caricatura de las fiestas que son. De la misma manera afirma que este modelo de ciudades genéricas se basan en un vacío de contenido identitario original del centro y de un supuesto valor potencial en las periferias, sin darnos cuenta que éstas dependen precisamente de ese centro desnaturalizado. Porque sin centro no hay periferia. Paradójicamente el centro, que es la parte más vieja, es a su vez la parte más nueva ya que es la que con más insistencia se “moderniza”. Una modernización que convierte el espacio utilitario en espacio público sin funciones sociales. Naturalmente una ciudad genérica es una ciudad sin historia o sencillamente solo con la historia que convenga. Esto nos suena, ¿no? Se trata de simplificar excesivamente la identidad para olvidar la historia y sustraer la singularidad.

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Una de las consecuencias de este modelo de ciudad genérica es el ordenamiento. Cada cosa está en su sitio. Cada parte cumple con su función para la que se le ha puesto en ese lugar. Los diferentes sectores están ordenados. Una zona para tomar copas. Una zona para comprar (lo que quieren que compremos, claro está). Una zona para estudiar. Una zona para dormir. Y este ordenamiento no es solo urbanístico. Evidentemente el ordenamiento abarca también a la propia sociedad. Los habitantes de la ciudad genérica, de esa ciudad sedada, son habitantes sedentarios y pasivos. No molestan, no se salen de su ámbito, no preguntan, no conviven, no viven. La ciudad genérica cuanto más calmada sea más se acerca a su estado puro. Y esta “serenidad” se consigue mediante la evacuación del ámbito público. En los nuevos barrios no se hacen plazas y si se hacen éstas son demasiado grandes, agrandando el vacío e impidiendo las relaciones sociales. El ágora y la plaza pública están desterradas de la ciudad genérica.

Otro de los elementos claves en este modelo urbano es el de la multiracialidad y la multiculturalidad, o más bien dicho, la utilización de la imagen de esas condiciones vaciándolas de cualquier elemento que pueda enriquecer la ciudad o el barrio. De la misma manera en que podremos degustar comida de cualquier parte del mundo o ver elementos de culturas lejanas en las calles de esta ciudad, nos será prohibido el intercambio de estas culturas y razas diferentes en favor de un modelo propio construido desde las propias vecinas y vecinos. Llegados a ese punto nos repetirán constantemente y nos harán creer que las diferencias son un peligro para nuestro modo de vida y para nuestra sociedad. Eso sí, podremos seguir comiendo un pollito de primavera como si estuviésemos en Pekín o cenando una pizza italiana como si lo hiciésemos en Trastevere en vez de en la Plaza del Castillo.

La relación, siempre autoritaria, de la ciudad genérica con la política es a través de los compinches de los dirigentes de turno con promotores de los elementos que la sostienen. Y con mucha frecuencia ese régimen de compadreo se hace invisible, sin dejarse ver, creando la falsa ilusión de libertad por medio de una permisividad más o menos amplia. El resto de política, individual y colectiva, simplemente no existe o se hace lo posible para que no exista. Nos hacen creer que en esa ciudad cabe todo. Pero pese a la hipotética riqueza que podría suponer las infinitas contradicciones existentes en esta ciudad, es justo esa hipótesis la que ha sido eliminada de raíz y por anticipado.

Pese a su ausencia, la historia es la principal preocupación, incluso la principal industria, de la ciudad genérica. En los terrenos liberados, alrededor de las casas restauradas y pintadas como nunca lo habían estado, se construyen más hoteles para acoger a turistas adicionales en proporción directa a la eliminación del pasado. En vez de recuerdos específicos se fomentan los recuerdos de recuerdos, cuanto más generales mejor. Un mercado medieval es un buen recuerdo. Un mercado medieval que se celebra en la conmemoración de un episodio de la vieja ciudad cuando esta era la capital de un estado soberano llamado Navarra no es un buen recuerdo. La solución es sencilla. Se utiliza parte de esa historia como un espectáculo, con tenderos disfrazados de mercaderes medievales a lo Walt Disney, con pendones de colores sin significado alguno colgados en las calles y se vacía el verdadero significado de esa celebración. Fácil. La propia iconografía que adopta la ciudad genérica es utilizada como un mantra, con una redundancia calculada. Si el encierro de toros es el elemento principal que más turistas atrae a esa ciudad el icono del toro se convertirá en permanente en los aledaños de su recorrido. Si lo es el Camino de Santiago vamos a poner muchas conchas por todas las calles por donde pasa. Si lo son las murallas vamos a repetirlo hasta la saciedad, aunque falseemos su historia. El resto de posibles iconos que no interesan a los dirigentes de la ciudad genérica simplemente se ignoran cuando no se atacan. El euskara es el mejor ejemplo.

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Las infraestructuras ya no son utilizadas como servicio a la ciudadanía si no como un arma estratégica. Un aparcamiento no se construye para paliar los problemas de estacionamiento, si no para que puedan ir más personas al parque temático en el que han convertido el Casco Viejo. Una peatonalización no se aborda como mejora en la calidad de vida de quienes paseen por ahí, si no como cebo para comprar en una zona o en un Corte Inglés. Una biblioteca general no se lleva a la periferia porque hay más terreno donde construirla, si no para vaciar de estudiantes y movimiento a otra zona.

Esta es la historia de la ciudad genérica. La no ciudad. A mi este libro me ha servido para reflexionar, para aclarar algunos conceptos y para constatar que lo que viene ocurriendo en Iruñea en las últimas décadas no es más que la puesta en marcha de unas políticas anti ciudad de una manera consciente y planificada. De nosotras y nosotros depende darle la vuelta. Formémonos, analicemos, debatamos, contrastemos, diseñemos, reflexionemos y construyamos para poder convivir y vivir en la ciudad que queremos.

http://dslegi.com/2015/01/26/la-ciudad-generica/