La ceguera voluntaria de la izquierda española

Recuerdo una escena en el parlamento británico que me impactó hace varios años. Los diputados interrogaban, en una sesión tumultuosa, a Rupert Murdoch, el magnate australiano de la comunicación. Murdoch es cualquier cosa excepto una persona fácil de atrapar en un mal momento. Hacía un buen rato que lo intentaban, con preguntas diversas, cuando de repente Adrian Sanders, un diputado demócrata-liberal elegido por Devon, si no lo recuerdo mal, pidió al dueño de medio mundo: ‘Señor Murdoch, ¿conoce la expresión «ceguera voluntaria»?’ [‘Willful Blindness’, en el original inglés.] Murdoch no dijo ni que sí ni que no. Cayó en un silencio espectacular y dramático antes de repetir muy lentamente la definición que le preguntaban y que era, de hecho, la acusación que los diputados buscaban que reconociera: ‘Hace referencia a que hay algo que podrías saber o que deberías saber, pero que has decidido voluntariamente no saber’. El contraataque de Sanders, todo un jaque mate, estaba servido: ‘¿Y sabe cuáles son las consecuencias legales de la ceguera voluntaria?’ Murdoch tragó saliva antes de responder: ‘No te exime de tu responsabilidad’.

Estos días, el entorno de Podemos está muy nervioso. Seguramente, con razón. Por un lado, están los pésimos resultados de las elecciones en los parlamentos gallego y vasco, que es evidente que son un aviso importante para ellos. Por otra, han descubierto que no se pueden fiar de Pedro Sánchez y ya miran de reojo sus maniobras con Ciudadanos. Y finalmente, parece que se han dado cuenta de que van a por ellos, desde el corazón del régimen, con métodos, digámoslo así, extrapolítics. Desde los juzgados.

De los tres factores que causan el nerviosismo de la fuerza principal de la izquierda española, me interesa especialmente este último. Porque es evidente que esto ocurre y es terrible. Pero también porque pone de relieve hasta qué punto, y con qué graves consecuencias, la izquierda española ha practica la ceguera voluntaria en su praxis política.

Sin embargo, no se trata de recordar episodios concretos pero, en definitiva, anecdóticos, como aquel famoso ‘me cae lejos’ de Iñigo Errejón. No. La cuestión es darnos cuenta, y expresar, cuáles son las consecuencias de esta ceguera voluntaria. Una ceguera que les lleva a mostrarse siempre reticentes o agresivos con las posibilidades reales de cambio del régimen si provienen del independentismo y, en cambio, sublima cualquier hipótesis cosmética si proviene del PSOE.

Así, sorprende que protesten por la interferencia de la justicia en la política. Más preciso: que lo hagan ahora. Que Pablo Echenique se ponga ayer a lamentar que en España impere el ‘lawfare’ es indescriptible. ¿O hay que recordar que en el País Vasco se han ilegalizado partidos políticos mayoritarios y han perturbado unas elecciones prohibiendo la presencia de la izquierda independentista para conseguir tener un presidente socialista? ¿Hay que recordar, más allá de la cárcel y el exilio, también cómo la actuación del Parlament de Cataluña es víctima desde 2017 de la interferencia de la justicia, que impide la presencia del president Puigdemont, de Jordi Sánchez y de Jordi Turull, despoja de su escaño a los diputados presos y que ahora, incluso, instaura la censura en los debates? ¿O hay que hacer memoria de que Oriol Junqueras debería sentarse hoy en el Parlamento Europeo, como los demás, y es la interferencia de la justicia, ‘lawfare’, la que lo impide?

Que Podemos proteste estos últimos días diciendo que es un escándalo que les hagan investigaciones prospectivas mientras tienen el caso tan reciente de Laura Borràs es difícilmente comprensible. Las investigaciones prospectivas, o son un escándalo cuando se las hacen a cualquier político o entonces hablamos de otra cosa. Que Podemos diga que es preocupante que se quiera eliminar a un dirigente político como Pablo Iglesias por las vías judiciales cuando el president Torra está a un paso de la inhabilitación por haber colgado una pancarta defendiendo la libertad y el vicepresident Aragonés es amenazado desde los tribunales por la obviedad de decir que la monarquía es corrupta, hace pensar mucho.

Insisto, sin embargo, que no es algo de anécdotas sino de fondo. Ni siquiera aquella escena tan indignante del voto de los comunes el 27 de octubre, señalando con aquel ‘no’ público a quiénes debían perseguir los jueces, no tiene ahora ningún valor importante por sí misma.

Ahora importa, en definitiva, si en Podemos saben, o no, que España está controlada por un régimen que utiliza herramientas no democráticas para perseguir la disidencia de manera sistemática. Si ven, o no, que este es un régimen que se reconoce por la corrupción sistémica, que es su motor y su razón última de ser, pero también por el uso del nacionalismo español como bandera política y herramienta de legitimación popular. Y, en consecuencia, si son conscientes, o no, que por eso la única manera de destruir este régimen es derrotando el nacionalismo español y rompiendo la unidad del Estado que lo justifica y le da forma y legitimidad.

De su actuación hasta ahora, cuando les ha tocado recibir a ellos, sólo se puede deducir que no lo saben, que no saben que la única posibilidad revolucionaria hoy es la independencia. Pero es inevitable pensar en la ceguera voluntaria cuando les ves protestar de manera vehemente porque ahora les hacen ellos las cosas que nos han hecho durante décadas a vascos y catalanes. Sí. Esa que Murdoch tuvo que reconocer que no eximía de la responsabilidad.

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