En el periodo que va de 2010 hasta ahora se han publicado muchos libros relacionados con el proceso independentista catalán siguiendo el curso de los acontecimientos o explicando la actuación de los que han sido sus dirigentes, pero son pocos los ensayos históricos contextualizándolo en el evolución de la identidad nacional catalana (caso del libro de Josep Fontana, “La formació d’una identitat. Una història de Catalunya”, Eumo Editorial. Vic, 2014) o fundamentando jurídicamente el derecho de secesión de Cataluña, (caso del obra de Pau Bossacoma i Busquets, “Justícia i legalitat de la secessió. Una teoria de l’autodeterminació nacional des de Catalunya”, Institut d’Estudis Autonòmics. Barcelona, 2015).
Por el contrario, no ha habido propuestas estratégicas sólidamente argumentadas por parte de las organizaciones políticas y cívicas que están comprometidas en el conflicto en curso con el poder español que propongan formas de lucha, procesos de debate ideológicos y modelos sociales destinados a cohesionar el abanico social que se autoafirma como pueblo en contraposición al orden estatal español (y francés) que nos es impuesto. La realidad es que no todo el que se autodefine como favorable a la independencia de Cataluña comparte que se trate de un proceso de reconstrucción nacional centrado en la catalanidad sino que hay quien se muestra favorable a una república multicultural sin base nacional ni identidad compartida. Esas elucubraciones prosperan mediática y políticamente en parte porque no se deben confrontar con unas tesis bien elaboradas sobre las que sostener la causa nacional catalana, una noción poco empleada entre nosotros -a menudo citada para referirse al caso palestino o vasco (1)- pero que acaso procede para definir el acopio de razones históricas, democráticas y de oportunidad que se dan en el caso catalán.
Una panorámica sobre el pensamiento nacional contemporáneo en Europa
Teniendo presentes esas reflexiones previas, he leído la obra de Joep Leerssen, «El pensament nacional a Europa. Una història cultural», (Editorial Afers, Catarroja, 2019) con fruición por la riqueza argumental y la erudición que demuestra, pero -modestamente- me permito hacer algunas observaciones. La primera es que el carácter multidimensional del fenómeno nacional es difícilmente alcanzable por un único autor ya que la formación académica originaria condiciona la perspectiva, en su caso esencialmente cultural. Queda fuera la óptica etnopsiquiàtrica (2), (esencial en mi criterio) que aporta la visión de los aspectos irracionales (o digamos subconscientes) del comportamiento de los pueblos, imprescindible para captar las causas profundas de eventos traumáticos (guerras, genocidios) que marcan colectivamente la «psique» de las naciones. Personalmente, escribí hace más de veinte años: «La idea motriz, con capacidad para transformar las mentalidades, los sentimientos, con más fuerza que la defensa racional de la soberanía popular y los derechos de los ciudadano, es la idea de nación» (3) y aún creo válida esa afirmación.
Leerssen se pregunta: «¿puede un nacionalismo ‘bueno’ (cívico, es decir no étnico, añado yo) asumir los aspectos culturales y étnicos que a lo largo de estos dos últimos siglos se han convertido en parte del concepto de nación?» (página 15). Él mismo avanza una conclusión que relativiza la prevención negativa hacia los nacionalismos de la que parte: «Las naciones son tan diversas y contradictorias, tan llenas de bien y de mal y de diferencias como la humanidad entera o cada ser humano individualmente. ¿Por qué, pues, en medio de todas estas contradicciones, deberíamos considerar las naciones de manera unidimensional?» (Página 19).
Pero, dicho esto, el trabajo de Leerssen es excepcionalmente meritorio para un intelectual que pertenece a una nación (Holanda) que pasa por ser el paradigma de lo políticamente correcto entre los estados modernos. Quizás le cueste leer las reflexiones de un compatriota suyo -judío- Manfred Gerstenfeld (4) sobre el nacionalismo neerlandés y el antisemitismo (una cuestión que se abstiene de tratar). Leerssen ha sido educado en la estricta escuela holandesa posterior a la Segunda Guerra Mundial que como ocurrió en la Alemania posterior al nazismo adoctrinó rígidamente a las nuevas generaciones en la prevención del nacionalismo. Esto explica su actitud refractaria hacia los movimientos nacionalistas considerados de entrada potencialmente «malos». Sin esos condicionantes académicos ofrece una visión panorámica del pensamiento nacional posterior a la Revolución francesa y sus diversas versiones (alemana, latina, eslava, anglosajona) siempre dentro de la civilización occidental. Su concepto de nación se mueve entre tres polos diferentes: la sociedad, la cultura y la raza de cuya combinación surgen los diferentes tipos de nacionalismo que estudia, distinguiendo tres tipos de nacionalismo: el centralista, el de unificación y el separatista, y referido a ese último hace esa reflexión: la distinción entre nacionalismos cívicos y étnicos no es radical sino que los movimientos nacionales comparten los dos aspectos (página 283).
Cuando el autor llega al capítulo del postnacionalismo la profundidad de sus análisis precedentes se difumina ya que no acaba de definir en qué consiste y se limita a proponer la heteronomía como alternativa para las minorías nacionales: «la coexistencia subsidiaria de leyes diferentes dentro de un único Estado» (página 396). Un buen propósito dirigido a los estados constituidos pidiéndoles que sean tolerantes con las minorías internas adoptando un sistema jurídico flexible y abierto como fórmula para resolver los conflictos nacionales, sin tener preocupación del integrismo y el supremacismo de estados-nación como el español y el francés frente a los que los pueblos que están sometidos no tienen otra opción que construir los respectivos proyectos de reconstrucción nacional en vistas a alcanzar un Estado propio que los preserve de la asimilación forzada que nos es impuesta. Leerssen sugiere que los estados europeos deben dejar de ser estados-nación y de incorporar una identidad nacional específica, una idea que desarrolla brevemente en el capítulo titulado «Més enllà de l’Estat nació” (páginas 415 a 421), siguiendo las tesis del patriotismo constitucional de hace veinte años de Jürgen Habermas (5).
Desgraciadamente para las tesis del autor neerlandés, la realidad de los nacionalismos emergentes en Europa (sobre todo en el área germánica y eslava) no va en esa dirección y el componente identitario es consistente a pesar del desprestigio persistente al que está sometido desde del cosmopolitismo abstracto y banal hegemónico en las sociedades euro-occidentales.
Los casos de pueblos amenazados de asimilación forzada (como el corso) o de destrucción (como el judío) desmienten las opiniones superficiales de los adictos al post-nacionalismo y son dos ejemplos contundentes de la vitalidad de los nacionalismos identitarios. Córcega e Israel, dos países donde no han prosperado las tesis post-nacionales y que tienen en común la necesidad de priorizar los factores de supervivencia de las respectivas identidades nacionales, no entran en el campo visual del independentismo catalán. A diferencia del nacionalismo catalán, el corso tiene una base identitaria muy clara: la preservación de la economía autóctona, la preferencia local para el acceso a los puestos de trabajo. Los nacionalistas corsos buscan el reconocimiento por parte del Estado de un régimen particular económico y laboral que garantice la supervivencia de una comunidad nacional demográficamente débil frente a la movilidad de capitales y personas sin restricciones impuesta por el orden comunitario europeo.
El 24 de mayo de 2017 se firmó la Carta para el empleo local en Córcega promovida por la Asamblea y entidades sindicales y empresariales para favorecer la creación de puestos de trabajo para la población autóctona. Esa medida ha levantado una controversia política y jurídica sobre su compatibilidad con los principios que rigen la normativa comunitaria europea y supone la aplicación del «principio de preferencia nacional» (6) en el ámbito corso, una reivindicación sostenida hace décadas por toda Francia y nunca puesta en práctica ya que sólo lo ha sostenido el Front National. El establecimiento de un consenso social y político interno mayoritario en la sociedad corsa sobre la estrategia a seguir ante el orden jacobino está en la base del éxito electoral creciente de los nacionalistas en los últimos años que les ha llevado a gobernar la isla.
En cuanto a Israel, el antisionismo imperante entre nosotros impide extraer enseñanzas del éxito del proyecto de reconstrucción nacional del pueblo judío, al contrario, el caso israelí es presentado a menudo como un contra-modelo xenófobo, supremacista, racista… que sirve para descalificar a los nacionalistas catalanes que no participan de las ficciones dogmáticas del post-nacionalismo hegemónico ideológicamente en Cataluña que ignora deliberadamente toda aquello que no sea la culpabilización sistemática de Israel. Así han pasado desapercibidos los debates previos a la aprobación, el 19 de julio del año pasado, de la Ley Básica (7) declarando Israel el Estado-nación del pueblo judío impulsada por el Primer Ministro Benyamin Netanyahu que representa la continuidad del ideario fundacional del sionismo mientras que buena parte de los herederos de las élites políticas y militares que contribuyeron decisivamente a crearlo se han vuelto en contra en nombre de un progresismo abstracto refractario a la noción misma de identidad nacional. Hasta el punto de que, por ejemplo, los editores y principales redactores (por ejemplo Gideon Levy) del diario Haaretz (que significativamente se puede traducir como «la tierra», en el sentido de patria), visceralmente anti-Netanyahu, apoyan las candidaturas de los partidos árabes en las que siempre hay reservado un lugar para un judío de la izquierda antisionista (8). La prensa occidental a menudo se hace eco de los planteamientos de este grupo de intelectuales que enlazan con la figura del judío antisionista forjado por el régimen soviético durante el siglo XX mientras que denigran sistemáticamente la legitimidad misma de la existencia del Estado de Israel.
Shlomo Sand es uno de los integrantes de la hornada de historiadores judíos que cuestionan radicalmente los fundamentos mismos de la sociedad israelí y el Estado surgido del mandato de las Naciones Unidas de 1947, dividiendo la Palestina británica en dos estados. Es autor de un ensayo pretendidamente iconoclasta, «Comment le peuple juif fut inventé», (Fayard. París, 2008). La tesis central de la obra es demostrar la artificialidad de la nación judía como invento de los creadores del sionismo. Niega la veracidad del exilio forzado por los romanos en el siglo I afirmando que salvo los judíos hechos esclavos el resto siguieron viviendo en Judea, siendo los actuales palestinos sus descendientes, que primero fueron cristianizados y posteriormente islamizados a raíz de la conquista musulmana en el siglo VII. El sionismo, interpretado por Sand sería una adaptación de las ideas nacionalistas procedentes de la Alemania decimonónica versionadas por los intelectuales judíos centroeuropeos para construir un Estado nuevo en su patria ancestral.
En cuanto a la crítica del post-sionismo es imprescindible la relectura del artículo de Denis Charb, «Qu’est-ce qu’une nation post-sioniste?» (9), donde demuestra el carácter insustancial de ese género de propuestas aparentemente superadoras del sionismo: «Si la nation juive est, comme ils disent, un artifice, la nation post-sioniste ne l’est-elle plus encore?» (página 110). A pesar de ello, fueron adoptadas acríticamente por el progresismo judío con el resultado, al cabo de veinte años, de la pérdida de la hegemonía electoral del laborismo fundador del Estado de Israel hasta el punto de que en las últimas elecciones a la Knesset de este año los dos partidos de izquierdas sólo han obtenido diez diputados sobre ciento veinte.
¿Qué es el post-nacionalismo?
La noción de post-nacionalismo no tiene una autoría concreta sino que es una fórmula convencional a la que se hace referencia al tratar dos cuestiones diferente, aunque interrelacionadas: la superación de los estados-nación por parte de los organismos supraestatales y la superación de las identidades nacionales homogéneas por parte de los cambios demográficos multiculturales. Entre nosotros, el erudito y polifacético intelectual Joan Ramon Resina Bertran escribió ya hace varios años un breve pero sustancioso ensayo titulado precisamente “El post-nacionalisme en el mapa global”, (Angle Editorial y Centre d’Estudis de Temes Contemporanis, Barcelona, 2005) donde hace una síntesis de los debates sobre la cuestión nacional cruzados entre las diversas corrientes de pensamiento político contemporáneo (nacionalismo cultural, cívico, étnico, jurídico) en el contexto europeo y norteamericano. La noción del post-nacionalismo surge a finales del siglo XX a raíz de la emergencia de un nuevo orden político global generado por la intensificación del libre mercado a escala planetaria y la preeminencia adquirida por la industria mediática como creadora de opinión de alcance internacional. El núcleo de la obra consiste en reivindicar la vigencia del fenómeno nacional y desmentir las tesis según las cuales desaparecido el sistema soviético, sin alternativa a la economía de mercado global, también los nacionalismos quedaban desfasados. La Unión Europea es el referente teórico de ese fenómeno aparentemente innovador que en realidad no lo es: «Hablar de una Europa postnacional sería, pues, un subterfugio atribuible a la incapacidad teórica de observar los hechos tal como son» (página 29).
Jürgen Habermas, ya lo hemos dicho, es el referente intelectual del patriotismo constitucional que aporta fundamentación jurídica a esa construcción política que se basa en un espacio de comunicación compartido entre los electos en las instituciones representativas (estatales e interestatales) y los ciudadanos que los escogen. Ese espacio de comunicación en el que el filósofo alemán deposita sus esperanzas no se puede improvisar, dice Joan Ramon Resina: «Presupone una intersubjetividad concreta; un lenguaje compartido, un conjunto común de referencias (proporcionadas por una cultura) y una serie de valores y convenciones comunes» (página 32). «El espacio postnacional global, cuya expresión política es el neoliberalismo, reduce la actuación del Estado»… /…» sin dar ninguna indicación de que los déficits democráticos serán compensados a escala supranacional» (página 34). Al debilitarse, aparentemente, el rol del Estado-nación como creador de identidad nacional han aparecido teóricos apriorísticamente adversos a los nacionalismos (en pro de otras concepciones abstractas supranacionales) que ven la ocasión para afirmar que las identidades nacionales son canjeables al mismo nivel que algunas opciones subjetivas de carácter individual.
Pasados más de veinte años desde que se pusieron en boga las teorías del post-nacionalismo la experiencia histórica reciente demuestra que deconstruir las identidades que se vinculan a la nación no es nada fácil ya que las estructuras psicológicas colectivas están muy arraigadas y subsisten a pesar de las transformaciones de las formas tradicionales de formación del sujeto (familia, lengua, origen geográfico). «La urgencia con la que ha resurgido la cuestión nacional en las dos últimas décadas hace pensar que la globalización, si bien transforma de manera indiscutible el significado y la utilidad de la nación, tal vez consolide su valor simbólico, en vez de erosionarlo. Su rol tradicional de unificar la opinión en torno a algunos valores elementales pero ampliamente aceptados sigue siendo indispensable en el nuevo orden global, en cualquier escala territorial de actuación política en la que se quiera intervenir» (página 40).
Calamitosamente fallidos los totalitarismos nazi-fascistas (que propugnaban un universalismo materialista basado en los valores biológicos) y soviético (que luchaba por un universalismo de clase), ambos profundamente hostiles a las identidades nacionales singulares: «Por ironías del destino, sería el liberalismo el que retomaría la idea de suplantar la historia en un orden mundial libre de adscripciones culturales o espaciales y habitado por ‘ciudadanos’ a los que se ha extirpado la identidad nacional, como si fuera un órgano inútil y potencialmente nocivo para implantarles una identidad placebo basada en condicionamientos subjetivos, como las ‘preferencias’ del consumidor o las sexuales, o la dependencia más o menos fanática de servicios hechos a la medida de las necesidades individuales» (página 54). «Otros reivindican la superación de la nación en nombre del cosmopolitismo, que supone además la existencia de otro tipo de espacio global. Este sería el espacio de unos valores universales extendidos uniformemente, si no en el espacio político real, al menos en uno compartido subjetivamente por una comunidad de personas ilustradas que casualmente disfrutan de una movilidad considerable» (página 87).
Las élites cosmopolitas se pretenden liberales en contraposición a los nacionalismos iliberales y no democráticos, cuando en la realidad los nacionalismos identitarios pueden ser también liberales y hacer suyos los derechos humanos universales, como es el caso del nacionalismo escocés y, sobre todo, el catalán que siempre ha valorado la pluralidad y la convivencia de identidades como no se ha visto en ninguna parte de Europa. Seguramente es el nacionalismo menos nacionalista, pero no puede escapar a la realidad de todo conflicto nacional donde hay siempre una pugna ineludible entre dos naciones, entre sujetos políticos (la nación emergente y la dominante), que reúnen bloques sociales con intereses contrapuestos. El eje nacional Cataluña/España incorpora el eje social más efectivamente que el abstracto del eje derecha/izquierda. Retornando a Joan Ramon Resina: «La identidad, pues, no es un dato precultural o prepolítico sino que se desarrolla como parte del proceso por el que un grupo aspira a lograr el reconocimiento nacional» (página 73).
El caso catalán también podría seguir ese camino, aunque buena parte de los actuales dirigentes independentistas crean lo contrario. Una de las contradicciones internas del proceso independentista catalán es que está influenciado por partidos y opinadores mediáticos que contraponen nacionalismo e independentismo cogiendo al vuelo (y sin mucha elaboración propia) corrientes ideológicas en boga en Europa occidental (como el deconstructivismo sociológico) que creen (erróneamente) que con el siglo XXI hemos entrado en la época de lo postnacional, sin que acierten a definir en qué consiste ni aportar la referencia de ningún país donde se haya materializado.
Soy de la opinión de que el postnacionalismo será un fenómeno efímero por inconsistente en el terreno teórico y también en el político, en cambio la renovación del pensamiento nacionalista es un hecho como lo demuestran los trabajos de dos jóvenes intelectuales judíos: uno de nacionalidad norteamericana, Yascha Mounk, de tendencia liberal/socialdemócrata, que propugna un nacionalismo inclusivo (10) y el otro israelí, Yoram Hazony, de carácter conservador, que propugna las virtudes del nacionalismo como comunidad donde se hacen posibles las libertades individuales y colectivas diferenciándolo por completo del imperialismo que busca negar a otros pueblos en beneficio de los conquistadores (11).
Observando los acontecimientos políticos en todo el mundo se puede percibir un cambio de tendencia en pro del regreso de los nacionalismos democráticos de nuevo cuño: así debe interpretarse el cambio identitario del resultado de las elecciones en Quebec en octubre del año pasado donde el ‘Parti Quebequois’ ha pasado a tener sólo 9 diputados, por mor de la victoria espectacular de la ‘Coalition Avenir Quebec’, 74 escaños, que debe interpretarse en clave nacional: la defensa de la identidad y la lengua francesa es prioritaria al multiculturalismo y a la acogida de la inmigración. Un tabú que visto desde Cataluña, donde hasta ahora no han aparecido reflexiones políticas sino sólo lamentos por la derrota de los independentistas del ‘Parti Qebequois’, una actitud tan superficial como la alegría de los periódicos españoles que quieren ver un presagio de lo que desearían pasara en Cataluña. Sólo la crónica de Julio César Rivas en Deia enfilaba los términos reales del resultado: «El histórico triunfo de la derecha abre otra brecha entre Quebec y Ottawa» (12).
Casi simultáneamente al otro lado del mundo el 14 de agosto del 2018 Andy Chan, líder del ‘Hong Kong National Party’ (fundado en 2016) tuvo el valor de pronunciar una conferencia en el club de los corresponsales de prensa extranjeros titulada: «Hong Kong Nationalism: A Politically Incorrect Guide to Hong Kong under Chinese rule» (13) en cuyo transcurso reclamó la independencia de su país, actualmente sometido al dominio chino, un régimen que tuvo el coraje de denunciar como una amenaza para la libertad de todos los pueblos del mundo ofreciendo un nacionalismo de nueva generación inspirado en los valores democráticos universales. Las masivas y persistente manifestaciones pro-democracia en Hong Kong haciendo frente al régimen totalitario más perfeccionado del siglo XXI y una de las potencias mundiales como es el comunismo chino tiene unas repercusiones políticas e ideológicas que aún no han sido analizadas en todas sus dimensiones.
También los nacionalismos europeos democráticos renacerán en cada país (de hecho el Brexit, o el euroescepticismo italiano tienen ese carácter) y aparecerá un supranacionalismo europeo alternativo al modelo fallido que actualmente dirige la Unión Europea, en buena parte porque las sociedades abiertas europeas se deberán confrontar con la presión de los modelos totalitarios que exportan Rusia, China y los estados integristas islámicos. No será inmediato, pero el nacionalismo catalán deberá estar a la hora de la Europa de los pueblos, si antes sale de la falsa ruta del postnacionalismo.
¿Independencia sin nacionalismo ni conflicto con el orden español?
Desgraciadamente, resulta perceptible en el discurso mayoritario entre el independentismo una obsesión por definir la causa nacional catalana como no identitaria, que no responde ni a la noción originaria de identidad enlazada a la idea misma de pueblo ni a la trayectoria histórica de la catalanidad, ligada siempre a los valores de la fraternidad y la libertad. El punto de partida para encajar las piezas de este callejón sin salida hay que buscarlo en la conexión (poco o muy consciente) de los planteamientos de Esquerra (y los Comunes, además del conglomerado sociovergente) con la tendencia a la deconstrucción de la idea de nación y, de rebote, también del nacionalismo. Politólogos y sociólogos de ámbito cultural genéricamente identificado como progresista predican una contra-ideología postnacionalista consistente en la sustitución de los referentes esenciales de las identidades nacionales por modelos multiculturales de vertebración social. Efectivamente, los estados euro-occidentales atraviesan por crisis de identidad colectiva y conflictos intercomunitarios que no tienen perspectiva de solución a medio plazo, como los casos de la República francesa o el Reino de Bélgica, pero de esos procesos de deconstrucción no ha salido ninguna experiencia nacional que pueda servir de referencia para el caso catalán.
Josep Lluís Carod-Rovira fue el principal modernizador del pensamiento político de ERC, cuando era su máximo dirigente, poniendo en circulación la noción de independentismo no nacionalista que sus sucesores en el cargo han llevado a unos extremos que llegan a poner en cuestión, en la práctica, la misma idea de nación aplicada a la catalanidad, sustituyéndola por una vaga propuesta de comunidad cívica con vínculos de pertenencia coyunturales. El significado genuino de su discurso en ese ámbito me parece está resumido en un artículo titulado «Postnacionalisme» publicado en Nació Digital el 27 de noviembre de 2014: «El nacionalismo tiene mala prensa en Europa y en el mundo y, sobre todo, crea un rechazo generalizado en los países de más larga y profunda tradición democrática, ya que se suele asociar a experiencias históricas de totalitarismo, holocausto, genocidio, limpieza étnica, etc. Felizmente, ninguna de estas expresiones tiene nada que ver con el caso catalán. En cambio, hablar de patriotismo o de patriotas, hay que reconocer que sí tiene buena prensa». Y añade (con un exceso de optimismo): «Se atribuye al nacionalismo, en muchos casos injustamente, una actitud de superioridad de la propia nación en relación a otras, otorgándole, pues, un carácter etnicista o, directamente, xenófobo. Joan Fuster aseguraba que un nacionalismo siempre se alzaba, necesariamente, frente a otro nacionalismo y distinguía entre el nacionalismo defensivo, de afirmación de la propia identidad ante las imposiciones, frente a un nacionalismo agresivo que pretende imponer su identidad a otro pueblo. Durante muchos años, pues, ha habido un catalanismo nacionalista porque enfrente tenía un españolismo también nacionalista, defensivo el primero, agresivo el segundo. En realidad, sin embargo, este nacionalismo interactivo con dos únicos referentes corresponde ya a una etapa superada de la historia. Hoy el catalanismo, el patriotismo de los catalanes, ya no es nacionalista, sino nacional y no se plantea su existencia en relación sólo a un pueblo con un Estado concreto -el español-, sino en relación y en el contexto de todos los pueblos y todos los estados del mundo».
Por eso, cuando desde ‘nuestro progresismo’ se pide el reconocimiento de la multiculturalidad de la sociedad hay que responder que no se puede pasar por alto el paso previo del reconocimiento del pueblo catalán como sujeto colectivo para hacer compatible nuestro derecho de autodeterminación con el ejercicio de derechos políticos de ciudadanos de Cataluña españoles, eurocomunitarios y extracomunitarios. Es en ese sentido como se debe interpretar que el independentismo y el nacionalismo son complementarios, no contradictorios, y hay que volver a citar a Vicent Partal que el pasado 25 de febrero publicaba otro editorial en Vilaweb titulado “El nacionalisme no fa petit l’independentisme: el fa sòlid” en el que decía: «el nacionalismo no empequeñece el independentismo catalán ni a sus organizaciones. Al contrario: el independentismo es la apropiación final del nacionalismo por nuestro ‘tercer estado’, un retorno al origen del fenómeno, especialmente enriquecedor y potente. No hemos tumbado y acorralado al todopoderoso Estado español a partir de la elucubración de este partido o de aquel, sino a partir del ‘asabiyya’ (*) si se me permite el exceso-, a partir de este sentimiento de emplear la solidaridad grupal para hacer algo juntos. Y es con esta constatación como tengo que decir que querer enfrentar el nacionalismo con el independentismo es de una indigencia política, pero también y sobre todo, de una indigencia cultural aterradora. Y que no haremos ninguna república mejor a partir de la ignorancia».
Aunque Vicent Partal no menciona a nadie en concreto me ha venido a la mente el ensayo reciente de Enric Marín y Joan Manuel Tresserras, “L’obertura republicana. Catalunya després del nacionalisme” (Editorial Pórtico, Barcelona, 2019), un formato académico falto de sustancialidad política e ideológica que al negar el nacionalismo catalán, niega también el conflicto con el integrismo español y desdibuja la independencia como objetivo político. Ni los intelectuales orgánicos de Esquerra ni los dirigentes electos son capaces de concretar las virtudes superadoras de lo postnacional que predican respecto de la cuestión clave que tiene planteada el independentismo catalán: ¿en qué valores y con qué estrategia se cohesiona el pueblo catalán para sostener el conflicto y lograr la ruptura respecto del orden estatal español dominante? De nuevo Vicent Partal, en el editorial del 4 de julio titulado «Rufián» lo describe perfectamente: «El tono que utiliza Rufián y la consistencia con declaraciones suyas anteriores va en la línea de los que dicen ser no nacionalistas y que básicamente se concreta en la estigmatización del hecho nacional. La cúpula de ERC hace años que decidió, nunca he sabido muy bien basándose en qué, que una parte del país no puede entender el hecho nacional y que había que ganarla huyendo del nacionalismo… catalán».
Todo ello provoca la idea de que el núcleo dirigente de ERC, reunido alrededor del liderazgo de su actual presidente, ha asumido los prejuicios contra-identitarios que propaga desde hace décadas nuestro progresismo, abstracto y banal, refractario a la catalanidad y sumiso al supremacismo español. Parece como si el compromiso adquirido con la causa de la independencia y demostrado en el referéndum de autodeterminación del Primero de Octubre del 2017 les resultara engorroso y en vez de analizar la situación de una manera abierta y honesta ponen en circulación la noticia no contrastada de que no lo volveremos a hacer, que el Estado español es demasiado fuerte y que hay que negociar la desactivación del conflicto en curso a pesar de la represión persistente. Y ese vuelco se produjo sin debate ni argumentación sólida, por ejemplo, en la conferencia nacional de ERC convocada en 2018 aparentemente con el propósito de «hacer república».
La ausencia del patriotismo republicano como sistema de valores del nuevo país da como resultado que el proceso ýsoberanista en curso esté liderado ideológicamente por el progresismo abstracto y banal de raíces totalitarias hegemónico en Cataluña desde hace medio siglo entre las que destaca la aversión preventiva a la catalanidad, la identidad nacional concreta y a todos los referentes que la representan -la lengua en primer lugar- en nombre de un multiculturalismo que encubre la claudicación de un verdadero proyecto de reconstrucción nacional catalán. El anticatalanismo pseudoliberal y el cosmopolitismo apátrida tienen en común la animadversión manifiesta hacia todo proyecto de construcción social basado en la catalanidad, exhibiendo un deslumbramiento por las identidades difusas basadas en el intercambio permanente y la creación de realidades virtuales.
Ese nuevo republicanismo postnacional asumido por ERC y susceptible de ser aceptado también por Comunes y la CUP, es realmente un relativismo favorable a la confusión de identidades que parte de la ficción de que todo es manipulable y disponible para todo el mundo y en cualquier momento con plena disposición sobre los referentes colectivos de los pueblos. Se percibe una reticencia a evitar los términos reales del conflicto entre el nacionalismo español, (el elemento cohesionador de los sectores que ejercen la hegemonía política y social amparada por el orden estatal) y el nacionalismo catalán (el que quiere reunir a la población que no participa de esa hegemonía y que expresa unas reivindicaciones sociales, culturales, económicas e identitarias contradictorias con las prioridades impuestas desde el poder). La renuncia a la unidad independentista y a la unilateralidad para buscar una solución negociada con uno de los integrante (el PSOE) del bloque de partidos integristas españoles -que rechaza cualquier tipo de acuerdo fuera del marco constitucional y estatutario- está por ver qué resultado da; de momento es un éxito electoral para Esquerra que de sostenerse en el tiempo sería el primer caso en Europa de apoyo social a las tesis post-nacionales, aunque sea sin efectos sobre la estructura del poder español (14).
El balance provisional del proceso independentista hasta 2017 es que, efectivamente, el pueblo de Cataluña ha ejercido el derecho de autodeterminación y no ha podido aplicar su resultado por el uso de la represión y la fuerza armada por parte del Estado español (15). Pero también hay un balance negativo que no se quiere ver, y es que simultáneamente se está produciendo un proceso de sustitución de la cultura política centrada en la catalanidad. La aceptación de la degradación de la lengua hacia un ‘catañol’ fruto de la alienación impuesta (pero preservado férreamente por la guardia pretoriana del bilingüismo como señala punzante Gabriel Bibiloni), muy perceptible en TV3, es uno de los síntomas de la interiorización de la dominación política y cultural española con la pasividad de todos los partidos independentistas.
La nación es esencialmente el resultado de un proceso histórico que va fraguando la mentalidad singular que crea un sistema jurídico y una lengua propia, este es la médula de nuestra identidad nacional específica, que como todos los pueblos del mundo se autoafirma frente a otros y en nuestro caso se debería estar regenerando (con muchas contradicciones y dificultades) en pleno conflicto con el poder español. Falta, como he señalado al principio, un proyecto de reconstrucción nacional a partir de octubre del 2017 que debe ser necesariamente autocentrado y no hispanocéntrico subordinado a la reforma del sistema constitucional español. En estos momentos no existe. El president Carles Puigdemont, es autor de uno de los pocos ensayos políticos con visión estratégica en relación a la dimensión europea de la causa nacional de Cataluña, “La crisi catalana. Una oportunitat per a Europa” (La Campana, Barcelona, 2018). También, Héctor López Bofill, ha publicado un estudio académico titulado “Sobre la República catalana. Escrits de Dret Constitucional i de Dret Internacional”, (Llibres del Segle, Barcelona, 2019) que analiza la involución del poder estatal que hace imposible su reforma y las perspectivas de un proceso constituyente catalán. En resumen, sin embargo, a pesar de estos planteamientos parciales acertados no hay a estas alturas una alternativa global de reconstrucción nacional basada en la catalanidad que pueda superar el postnacionalismo ficticio que campa entre nosotros.
(*) Asabiyya (en árabe, usar la solidaridad grupal para hacer alguna cosa juntos)
NOTAS
(1) Francisco Javier de Landaburu Fernández de Betoño (1907-1963), fue un jurista y político prominente, dirigente del PNV-EAJ y vicepresidente del Gobierno Vasco en el exilio, donde en 1956 escribe «La causa del pueblo vasco», (tercera edición, Editorial Geu Argitaldaria, Bilbao, 1977), un libro dirigido a las nuevas generaciones vascas y que sintetiza el nacionalismo humanista originario de su partido. Uno de los párrafos que me parecen más significativos es este: «Formemos entre todos la nación poniendo al servicio de esta empresa el mayor entusiasmo y hasta los sacrificios mayores, pero no hagamos de la nación un dios que deglute hombres, sino un instrumento que sirve al bienestar de esa colectividad de seres humanos» (página 161).
(2) Tobie Natahan, profesor de psicología en la Universidad de París VIII, explica el origen de la etnopsiquiatría en un artículo titulado «Spécificité de l’ethnopsychiatrie», publicado en la Nouvelle Revue de Ethnopsychiatrie, número 34, junio de 1997.
(3) Jaume Renyer Alimbau, artículo “Globalització i fenomen nacional a Europa” («Globalización y fenómeno nacional en Europa»), dentro del libro «L’estat contra els pobles» («El Estado contra los pueblos»). Arola Editors, Tarragona, 2002, página 65.
(4) Manfred Gerstenfeld (1937) es un intelectual multidisciplinar especializado en el judaísmo europeo contemporáneo que el 19 de julio de 2018 publicó en versión francesa en Jewish Forum un artículo desgarrador sobre la actitud holandesa ante el antisemitismo titulado «Masochysme israelien israeliene et hypocresie hollandaise». (https://blocs.mesvilaweb.cat/jrenyer/?p=280861)
(5) Jaume Renyer Alimbau. «Aproximació a les tesis de Jürgen Habermas sobre el futur de l’estat nacional» («Aproximación a las tesis de Jürgen Habermas sobre el futuro del Estado nacional»), Revista de Catalunya, número 135, diciembre de 1998.
(6) Jean-Yves Le Gallou, dirigió el ensayo del colectivo «Le Club de l’Horloge, la préférence nationale, réponse à l’immigration», Éditions Albin Michel. París, 1985.
(7) El artículo primero de la Ley Básica declarando Israel Estado-nación del pueblo judío tiene ese redactado literal:
«1 – Basic principles:
- The land of Israel is the historical homeland of the Jewish people, in which the State of Israel was established.
B. The State of Israel is the national home of the Jewish people, in which it fulfills its natural, cultural, religious and historical right to self-determination.
C. The right to exercise national self-determination in the State of Israel is unique to the Jewish people».
(8) En las elecciones de septiembre 2019 el elegido es Ofer Kasif, un profesor de Ciencia Política de la Universidad Hebrea de Jerusalén que no deja de equiparar el Estado de Israel con la Alemania nazi.
(9) «Controverses» («Controversias») fue una revista de pensamiento político hecha por intelectuales judíos franceses entre 2006 y 2011 que dedicó el número 3, correspondiente a octubre de 2006, al tema, «L’identité national face au posmodernisme».
(10) Yascha Mounk, (Munich, 1982), la idea central de su pensamiento es propugnar un nacionalismo inclusivo contrapuesto al populismo excluyente que ve emerger en el mundo occidental poniendo en peligro los principios liberales sobre los que se fundamentan las sociedades abiertas. «Le peuple contre la démocratie» (Éditions de l’Observatoire, 2018).
(11) Yoram Hazony, (Tel Aviv, 1964) ha destacado a raíz del ensayo «The Virtue of Nationalism» (Basic Books, 2018)
(12) Deia, 3 de octubre de 2018. Ver también la Declaración política aprobada por la ‘Coalition Avenir Quebec’ el 8 de noviembre de 2015 que lleva por título, «Un nouveau project pour les Nationalistes du Québec» (https://coalitionavenirquebec.org/wp-content/uploads/2018/08/projet-nationaliste.pdf).
(13) El texto es accesible en el portal ‘The Foreign Correspondents Club’, Hong Kong (https://www.fcchk.org).
(14) El caso de la evolución de un sector de la izquierda abertzale desde ETA al PSOE (pasando por Euskal Iraultzarako Alderdia y Euskadiko Ezkerra) puede ser un referente puntual pero ilustrativo sobre a dónde pueden llegar los planteamientos postnacionalistas cogidos al vuelo para justificar el paso del nacionalismo vasco a la aceptación del Estado-nación español. Ese fue un proceso sin mucho grueso teórico, pero que Joseba Arregi atribuye al liderazgo de Mario Onaindia en el artículo «Normalización y postnacionalismo», publicado en El Correo, el 23 de septiembre de 2006.
(15) Ver el ‘Informe’ (https://blocs.mesvilaweb.cat/jrenyer/?p=277538) del Colectivo Maspons i Anglasell sobre la Ley 19/2017, de 6 de septiembre, del referéndum de autodeterminación de Cataluña.
(16) Ver la Declaración de Principios del Colectivo Maspons i Anglasell. Marzo de 2017. (https://blocs.mesvilaweb.cat/jrenyer/?p=275721).