La Caja, ¿hablamos?

Poca broma con el artículo que ayer publicó (*) José Antonio Zarzalejos contra Isidre Fainé y la Caixa. Muy poca broma. El hombre, peso pesado del unionismo, envió un dardo con todo el veneno desde las páginas de El Confidencial. Quizás no llegaba a declaración de guerra, pero, desde mi punto de vista, podía llegar a ser amenazante. Zarzalejos venía a decir que la Caixa, o se mojaba a favor de la unidad de España o podía tener problemas. Tal como suena. Al menos eso me pareció entender: con el silencio de la Caixa respecto del proceso ya no les es suficiente y ahora quieren que actúe como José Manuel Lara, de agente antiindependentista.

‘Llama poderosamente la atención que el primer ejecutivo de la tercera entidad financiera de España -el grupo La Caixa-, Isidre Fainé, persista (muy recientemente lo ha hecho ante un auditorio muy cualificado) en querer fugarse como hacen algunos otros representantes empresariales, como el presidente de Fomento del Trabajo, Gay de Montellà […]. El silencio o es connivente con los planes de Mas y el independentismo o es temeroso de los propios poderes, de modo que o Isidre Fainé y compañía huyen del silencio o que dejen de pedir al rey lo que el rey no puede ni dar ni hacer […]. Nos consta que Fainé ya recibió muchas sugerencias en la recepción del Palacio Real con motivo de la proclamación de Felipe VI. Dé el paso. La tan apaleada La Vanguardia no puede dar todos los pasos. Lo necesita Cataluña, el resto de España, La Caixa y usted. Es decir, todos. Forme, en definitiva, parte de la solución y no del problema’.

Las palabras de Zarzalejos no son las de un hombre cualquiera. Actualmente columnista de La Vanguardia, Zarzalejos ha sido director del diario ABC. Su hermano dirige la Fundación FAES, el centro de estudios de José María Aznar, y ambos son hijos de un gobernador civil. Los Zarzalejos llevan al Estado en la sangre y de hecho yo me pregunto si el dardo contra la Caixa no proviene, en el fondo, de las filas del PP, de la Fundación FAES, y del gobierno español mismo. Quizás algún ministro tuvo la idea de presionar abiertamente a la Caixa…

Pocos gritos de desesperación, disfrazados de amenaza, he leído como éste. Si presionan a Fainé públicamente quiere decir que en privado no lo consiguen. Quieren soldados al ataque y se encuentran con generales a verlas venir. Quieren más, mucho más y les veo muy desesperados. Los mismos que han sido capaces de convertir a un moderado como Mas en un revolucionario, ¿serán capaces de convertir a Fainé en un maulet? Más que nunca leeremos con atención el próximo artículo de Zarzalejos. Me parece que le toca escribir en La Vanguardia, diario propiedad del vicepresidente de la Caja. ¿Se atreverá hoy a repetir allí su tesis? Veo que no (**).

VILAWEB

 

(*)

Cataluña, La Caixa, Isidro Fainé y el rey

José Antonio Zarzalejos

El que fuera director –buen director– de El Periódico de Catalunya, el periodista Antonio Franco, terminaba así el jueves su artículo en ese diario catalán: “¿Quebrará el hijo de Don Juan Carlos el Breve también los pronósticos y no será Felipe el Demasiado solo? Pero hubo algo subliminal en las Cortes: pareció más un jefe de Estado democrático tomando posesión que un rey poniéndose la corona. Eso está bien. Aquí una corona tradicional difícilmente no acabaría siendo de espinas”.

Pocos comentarios al discurso y el comportamiento del rey me han parecido más atinados que el de Antonio Franco que demuestra así su veteranía periodística. Su apunte sobre la soledad del rey Felipe procede, además, de Cataluña, lo que tiene especial valor, teniendo en cuenta que desde allí grandes empresarios pertenecen a la bolsa de ciudadanos que “no saben, no contestan” aunque con el proceso independentista se estén jugando buena parte de su negocio.

Llama poderosamente la atención que el primer ejecutivo de la tercera entidad financiera de España –el grupo La Caixa–, Isidro Fainé, persista (lo ha hecho muy recientemente ante un auditorio muy cualificado) en el escapismo en el que incurren también otros representantes empresariales, como el presidente de Fomento del Trabajo, Gay de Montellà. Aquél y este –y otros muchos– han echado estos días pasados sobre la espalda de Felipe VI nada menos que la cuestión catalana, proclamando a los cuatro vientos que el rey “puede ayudar mucho a que Catalunya y España negocien y lleguen a buen acuerdo”.

No sé si Fainé –hombre inteligente, buen gestor, discreto, pero que se reserva y preserva en exceso– es consciente de que con declaraciones de esas características, lejos de ayudar al jefe del Estado, le comprometen y dificultan su papel, abocándole a la soledad glosada por Antonio Franco. Tampoco se atienen a las inteligentes reflexiones del catedrático de Historia de la Complutense, Javier Moreno Luzón, en El País de ayer jueves sobre el rol del jefe del Estado: “…el accidentalismo democrático tiene todavía un camino que recorrer en España. Siempre que mantenga una actitud vigilante, que exija a la Corona el estricto cumplimiento de sus funciones constitucionales y que desconfíe de las voces que piden al nuevo rey una intervención activa en los asuntos políticos. Un monarca regeneracionista, enredado en los rifirrafes partidistas, se convertiría en un auténtico estorbo para el buen funcionamiento del sistema democrático”.

¿Qué parte de este razonamiento, reiterado estas semanas hasta el hastío, es el que no comprende el presidente del Grupo La Caixa y otros gestores y empresarios catalanes? Porque es muy claro: el rey ya dijo lo que podía hacer, pero sin embargo, ni Fainé ni otros han explicitado cuál es su papel en la crisis de Cataluña. Lo cual es especialmente grave porque el mercado español es relevante para sus negocios y, en el caso de la entidad financiera más importante de Cataluña, esencial porque, al estar mínimamente internacionalizada, su espacio natural de actividad –así lo recogen los nuevos estatutos de la Fundación La Caixa– es el denominado Estado español, esto es, España.

Personalizo en Fainé este texto –a fuer de no gustarme hacerlo, aunque en ocasiones es la manera más pedagógica de elaborar un análisis– porque el Grupo La Caixa más que una entidad catalana es una entidad plenamente española. No sólo por la cuota de negocio fuera de Cataluña, sino por determinadas operaciones que le hacen especialmente andaluza y especialmente castellana, especialmente navarra y especialmente canaria al haber adquirido Banca Cívica –que incluía a la andaluza Cajasol, la Caja de Burgos, la de Navarra y la de Canarias–. Basta acudir a Sevilla, subir a la Giralda por las treinta y cinco rampas que conducen a su cumbre y observar que el edificio más alto de la ciudad –más, por lo tanto, que la propia Giralda– y de Andalucía es la torre de César Pelli en Puerto Triana que ha pasado a ser propiedad de La Caixa.

Así las cosas, el silencio o es connivente con los planes de Mas y el independentismo o es temeroso de sus poderes, de manera tal que o salen de él Isidro Faine y otros –dejando al margen los rituales llamamientos al diálogo, sin definir sobre qué hay que dialogar, cómo hacerlo y para alcanzar qué resultado- o momento es que dejen de pedir al rey lo que el rey no puede ni dar ni hacer.

Es cierto que el Gobierno está aplicando una estrategia discutible en Cataluña –lo son mucho más los hechos consumados de un proceso de secesión al margen de cualquier legalidad–, pero más discutible aún es la mudez del gran empresariado catalán que, por grande, es español e internacional. Son Fainé –no sus pares de más allá del Ebro, que sí se han pronunciado– y otros en Cataluña los que sin ambigüedad deben salir a la palestra y dejar ya de utilizar el recurso a la Corona para que haga lo que ellos no hacen y el rey ni puede ni debe hacer.

Porque, señor Fainé –el primero y más importante gestor financiero de Cataluña y el tercero de España–, cuando Cataluña se quema en una convulsión independentista, algo suyo –de La Caixa– se quema también, y el incendio amenaza con ser de dimensiones históricas. Consta que ya recibió muchas sugerencias en la recepción del Palacio Real con motivo de la proclamación de Felipe VI. Dé el paso. No todos los puede dar la tan zurrada La Vanguardia. Lo necesita Cataluña, el resto de España, La Caixa y usted. O sea, todos. Forme, en definitiva, parte de la solución y no del problema.

 

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El régimen y el PSC

José Antonio Zarzalejos

La Vanguardia

El proceso soberanista sigue acreditando su capacidad destructiva en Catalunya. Al sustituir el catalanismo transversal por el secesionismo encubierto en el llamado derecho a decidir, se ha fisurado a la sociedad catalana y resquebrajado su sistema de partidos. La CiU de ahora no es la de antes del órdago soberanista, ni lo es la izquierda en general ni el PSC en particular. La “voluntad de ser” de Catalunya -según feliz expresión de Vicens Vives- se ha llevado al extremo de aspirar a la secesión de España obviando la implosión del Estado si tal propósito se llevase adelante por las malas. Pero parece no haber contado que también podría descoyuntar Catalunya.

En ese cuadro de situación, el socialismo catalán -resultado de una transacción según la cual unos ponían los votos y otros la dirigencia catalanista- atraviesa un momento de tal crisis que ha de ser el sólido y permanente Miquel Iceta el que se haga cargo de una organización a la que el secesionismo ha enfrentado a un dilema bien expresado por Pere Navarro: la elección entre la madre y el padre, sea cual fuera, España o Catalunya, el progenitor o la progenitora. Navarro ha sido un hombre cabal al que le ha superado la situación, pero que ha actuado con mayorías aplastantes y al que la minoría afecta a los planteamientos secesionistas de ERC y CDC le ha hecho la vida imposible.

Ignoro si Miquel Iceta y el PSC seguirán apostando por la racionalidad de distanciarse de una consulta que ni es legal ni puede ser pactada tal y como acreditó el Congreso de los Diputados en abril, pero es seguro que si los socialistas catalanes giran y apoyan lo que en el mandato de Pere Navarro no asumieron, la izquierda española -en la que se engloba una buena parte de la catalana- tendría que mover la ficha que no ha querido usar estos últimos meses: recuperar la identidad de la federación catalana del PSOE y reinstalarla para que la deriva de un PSC afecto a las tesis soberanistas no hunda electoralmente en España a la organización que fundó Pablo Iglesias.

De tal modo que se consumaría un nuevo divorcio, esta vez entre determinadas élites, antaño catalanistas y ahora secesionistas (Maragall, Elena), y los dirigentes de las masas de izquierdas del cinturón metropolitano de Barcelona. Sería un socialismo que debería plantar cara, no tanto a CiU cuanto a ERC que, además de llevarse por delante la hegemonía nacionalista de CDC y de Unió, ha arrebatado al PSC el cetro de la izquierda.

La razón de este hipotético movimiento -complicado, difícil- tendría que ver directamente con Catalunya, pero no exclusivamente, sino también con el conjunto de España porque sin una formación política que aquí nutra al PSOE en los comicios generales, el entero régimen de 1978 se tambalearía porque haría del partido que por el momento sigue dirigiendo Alfredo Pérez Rubalcaba una suerte de PASOK superado en Grecia por la Syriza de Tsipras. Y la izquierda española no se va a suicidar porque lo haga el PSC dando por buena la dogmática afirmación de que la centralidad catalana -sí, desde luego, la oficial- reside en el derecho a decidir. Dogmatismo que quizás unas elecciones plebiscitarias -si posible fueran- se encargarían de desmentir.

El error de Mas y de los partidos que con la consulta pretenden, afirmándolo con matices según quien lo diga, la segregación de Catalunya de España es la operación política más ruinosa del catalanismo porque es la más extrema, la más desgarradora, la más incierta y la que mayor coste comporta en todos los terrenos y, especialmente, en el europeo. Es tan exorbitante e innecesaria que hasta el mismo papa Francisco se ha pronunciado sobre ella con una extremada cautela (La Vanguardia, 12/VI/14) y guarda paralelismo con la opinión de Obama con el planteamiento secesionista de Escocia (“tenemos interés en que nuestro aliado británico siga unido”, La Vanguardia, 6/VI/14).

Pronto habrá pronunciamientos internacionales sobre la cuestión catalana porque nadie debería engañarse sobre la determinación de Felipe VI sobre este asunto: su trabajo como jefe del Estado consiste en arbitrar y moderar una solución constitucional y, simétricamente, no asumir cualquiera otra que se aparte de la Carta Magna. Es fácil, en consecuencia, valorar de qué manera tan perentoria es necesario el PSC más allá de Catalunya. Lo es para el Principat, pero lo es para España y, muy en particular, para el régimen constitucional bipartidista de 1978, en la medida en que el socialismo sin Catalunya -ocurriría lo mismo sin Andalucía- sería un lisiado al que alcanzaría en la carrera el conglomerado populista-radical que parece querer emerger alentado por su tremenda crisis.