La buena conciencia del Norte

He devorado en pocas horas un libro absorbente, que se está poniendo de moda. Un ensayo provocador y detonante, desde el título y el dibujo de la portada hasta la última línea. Y que no esconde ninguna de sus intenciones: se propone la saludable tarea de deshacer el precario edificio de ficción que las sociedades occidentales, los países del Norte, se han montado para creerse que la cooperación con el llamado Tercer Mundo, y más particularmente con África, tiene alguna utilidad efectiva para la gente que vive y ayuda a su desarrollo integral. De hecho, la tesis del libro es exactamente la contraria: dicho en pocas palabras, consiste en explicar que todo esto no es más que una manera de limpiar las buenas (o malas) conciencias del mundo occidental, cuando no contribuye directamente a generar múltiples mecanismos de corrupción en las organizaciones no gubernamentales que montan sus presuntos programas de ayuda para los países pobres del continente africano.

En realidad, y como hemos avanzado desde el principio, el tono y el mensaje del libro, editado por La Campana, ya se define en su título: «Blanco bueno busca negro pobre». Lo ha escrito sin pelos en la lengua Gustau Nerín, un antropólogo barcelonés que conoce bien el pasado y el presente de varios países africanos, en particular Guinea Ecuatorial, donde vive actualmente. En pocos días, el libro se ha dado a conocer por su claridad de exposición y por la dureza de su crítica, que pone en un verdadero compromiso la gestión de muchas entidades benéficas que gozan entre nosotros de una aureola de bondad y de prestigio que, al menos siguiendo la tesis del libro, no parece que hayan merecido.

En su advertencia inicial, el autor quiere salvar formalmente la buena voluntad de una cierta parte de los cooperantes, pero las páginas que vienen después desmienten con fuerza este propósito, sobre todo cuando se nos describen actitudes, expresiones y conductas de un paternalismo irritante y tronado, en el mejor de los casos. Sin embargo, la parte principal de la crítica se la llevan todas esas ONG que nos seducen y nos persiguen con una publicidad engañosa, que aspira simplemente a tocar nuestra fibra sensible para recibir nuestra contribución económica. Como señala el autor, prácticamente no hay ni una que explique con precisión el resultado efectivo de sus proyectos, que sea capaz de reconocer algún fracaso, que admita abiertamente la contradicción de llamarse «no gubernamental» cuando en realidad muchas dependen de las subvenciones que reciben de las diversas administraciones. La crítica genérica del libro se acompaña, no hay que decirlo, de una multitud de ejemplos concretos, de nombres y apellidos, de referencias comprobables.

Como era de esperar, el libro ha comenzado a generar algunas reacciones. Pero me ha sorprendido comprobar que aún son escasas: echo de menos las réplicas al menos tan contundentes y tan bien documentadas como el libro que nos ocupa. Me gustaría que se provocara ese debate abierto y público que el libro parece reclamar desde la primera página. Que hablen las ONG y los cooperantes, que se defiendan, que contradigan los datos, que expliciten la bondad de su modelo, que justifiquen con claridad cómo se gastan tantos y tantos recursos que recogen. Y, sobre todo, que nos expliquen de una manera al menos tan convincente como este libro la bondad y la justicia de su opción teórica en beneficio de África: que sea realmente verdad que no pretenden rescatar al negro pobre, al indígena ignorante y atrasado, al africano desgraciadamente alejado de la superioridad no sólo económica sino también moral de un mundo opulento que parece practicar, con otras palabras y con otros métodos, una nueva colonización, un nuevo adoctrinamiento y una nueva conquista.

El libro, en mi opinión y como era de esperar, cae en el defecto más corriente de la literatura panfletaria: concentra únicamente todos los argumentos que abonan la tesis principal del libro, y en cambio ignora casi siempre los de signo contrario. Es decir, no presta mucha atención en explicarnos las experiencias más exitosas, las entidades que hacen bien su trabajo, la gente que rehuye el paternalismo y el discurso moralista para implicarse simplemente en la vida cotidiana de los países africanos. Por supuesto, se trata de un defecto consumado a conciencia, porque ya hemos dicho que nos encontramos ante un libro de denuncia, no de un estado de la cuestión pretendidamente objetivo y compensado. Sin duda el autor considera que ya hay suficiente propaganda inducida a favor de la bondad de la causa de la cooperación, y que lo que se necesita, para equilibrar tanto algodón y tanta bondad angélica, es proclamar unas cuantas verdades a los cuatro vientos .

Quería terminar este artículo recomendando la lectura del libro y reclamando de nuevo un debate abierto y sin tapujos. Pero, como si la realidad quisiera añadir un plus de oportunidad a la crítica de Gustau Nerín, abro el diario de esta mañana y leo un titular que dice: «Decenas de intérpretes del cine y la canción desembarcan en África para realizar acciones humanitarias». Repaso los nombres de estas almas caritativas de Hollywood y, viendo el desfile rutilante, se me cae el alma a los pies. Si tenía alguna duda sobre la conveniencia de abrir una mirada diferente, nada convencional, con la actitud del Norte hacia los países del Sur, se me ha desvanecido completamente. Ahora sí creo que el libro y el debate son de una urgencia perentoria …

 

Publicado por Avui – El Punt-k argitaratua