Las recién celebradas elecciones parlamentarias en Turquía han sido calificadas como históricas, ya que para muchos analistas el resultado de las mismas puede traer un importante giro en las bases que hasta la fecha han sustentado a la república turca desde su creación el siglo pasado. Para otros no obstante, los cambios de producirse no serán tan transcendentes.
En muchos medios occidentales se sigue presentando esta convocatoria como el enfrentamiento entre el fundamentalismo islamista y el laicismo republicano, es decir, entre el gobernante Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) y las fuerzas opositoras del Partido Republicano del Pueblo (CHP) y el Partido de Acción Nacionalista (MHP), que cuentan además con el apoyo del todopoderoso ejército turco.
Sin embargo, nos encontramos ante un escenario que representa una verdadera lucha por el poder. Un pulso entre los que buscan un cambio y los que se oponen a él. Buena parte de la población turca ha apoyado al AKP, logrando esta formación además la incorporación de personas que en el pasado podrían estar cerca de las élites favorables al status quo. Estas han reaccionado ante esta situación y han querido presentar las elecciones como una lucha basada en una división religiosa.
Lo que algunos sectores han definido como la Santísima Trinidad turca, lo tres pilares de la Turquía moderna hasta la fecha (Ejército, la república y Mustafa Kemal Ataturk), podían comenzar a tambalearse. De ahí que en los últimos meses, el que se autocalifica como defensor a ultranza de esos principios, el Ejército turco, lleve a cabo diferentes maniobras para mantener el status quo actual.
La intervención directa o indirecta de los generales turcos ha sido evidente en estos meses, con comunicados calificados como golpe de estado virtual (el de abril) o el más reciente de 8 de junio donde ha llegado a calificar a los defensores de los derechos humanos y a otros críticos como «simpatizantes o colaboradores de organizaciones terroristas». Además de atacar al gobierno y avisar «de amenazas del fundamentalismo religioso y el terrorismo», ha dejado claro que intervendrá «cuando sea necesario», aunque no ha especificado cómo. A esa cadena de eventos hay que sumar la amenaza de invadir Kurdistán Sur o el incremento de acciones militares contra los kurdos del norte.
La promoción de sentimientos chauvinistas, con el apoyo de partidos como el CHP o el MHP, la utilización de la organización paramilitar fascista Lobos Grises (ya en los años 70 lo hizo para atacar a las organizaciones de la izquierda revolucionaria), y la caracterización del gobierno del AKP como fundamentalista y traidor a los principios de la República han sido algunas de las tácticas militares. Y todo ello para defender sus importantes intereses políticos, ideológicos y sobre todo económicos (sería interesante conocer a fondo el peso de los militares en empresas importantes turcas y toda la red de propiedades que poseen).
En esta línea, algunos preguntan por la posibilidad de un golpe de estado militar tras las elecciones si el AKP logra la mayoría absoluta. En términos de legitimación sería bastante complicado tanto a nivel interno como de cara a la comunidad internacional. Sin embargo esa estrategia sí ha reforzado a los partidarios de la actuación militar, y aunque pocos, se mostrarían muy decididos. De todas formas probablemente, la táctica a seguir en el peor de los escenarios sería «presentar una causa «nacional» que afectará a la opinión pública, el gobierno debería actuar con mayor pasividad, los burócratas se hacen de nuevo con el control y éstos delegan en los salvaguardas de la nación, los militares». Como señalaba un profesor universitario en Estambul, no se puede olvidar que los militares han dado cuatro golpes de estado en la joven historia de la República, de ahí que convenga ser cauto, pero al mismo tiempo indicaba que «la verdadera amenaza para nuestra democracia no es el fundamentalismo religioso, sino el ejército turco».
Otra de las incógnitas que se presentarán al cierre del recuento será la fórmula de gobierno que tendrá Turquía en los próximos años. Nadie duda del éxito del AKP, que probablemente aumente considerablemente su apoyo popular, sin embargo, paradojas del complejo sistema electoral turco, ese aumento de votos no traerá un mayor número de parlamentarios, sino que probablemente pierda su actual mayoría absoluta. Todo dependerá del número de partidos políticos que logren superara el 10% estatal (el CHP lo hará, y probablemente lo mismo ocurra con el ultraconservador MHP. Otras dos formaciones albergan alguna esperanza, aunque no lo tendrán nada fácil, el Partido Democrático (DP) y el Partido Joven (GP), y del peso que finalmente adquieran los independientes, en su mayoría kurdos.
Si el AKP logra rebasar los 276 parlamentarios (número necesario para formar un gobierno monocolor) puede optar por gobernar en minoría o buscar el apoyo de algunos independientes. Sin embargo esta fórmula tendrá importantes consecuencias para la estrategia del propio AKP, pues deberá buscar alianzas y consensos, ante una oposición parlamentaria (CHP y MHP) y otra extraparlamentaria (ejército) que buscan acabar con su proyecto. Además no podrá llevar adelante su anunciada reforma constitucional que limitaría los poderes del presidente y del ejército, ni diseñar una agenda con contenido religioso.
Un gobierno alternativo de la oposición tampoco se presenta como una opción muy consolidada. Las diferencias de fondo entre esos partidos, aunque se muestren de acuerdo en «combatir al AKP», y la mala imagen de experiencias similares en el pasado son obstáculos de peso para rechazar esta fórmula. También cabe la posibilidad de una alianza del AKP con algún partido de la oposición, pero en estos momentos esa salida sería a corto plazo, pues si alguno ve debilitada a la otra parte tras las elecciones buscará su marginación política inmediata.
Sea cual sea la composición final del parlamento turco, es evidente que ese estado tendrá ante sí todavía importantes retos que superar: el acceso a la Unión Europea, el tema kurdo, los derechos de las minorías religiosas, Chipre, los derechos humanos, el papel del ejército… Además también hay que tener en cuenta que del resultado final puede depender también la elección del próximo presidente turco, y sobre todo nos mostrará quien sale vencedor de este pulso, si los que desean cambiar el actual status quo o sus acérrimos defensores. O como señalaba un periodista turco, el tema clave es si «nos convertimos en parte de un mundo globalizado y libre, o somos un estado xenófobo dirigido por burócratas y chovinistas demagogos».
El triunfo del AKP
La victoria del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) está fuera de duda, aunque ésta pueda tener un cierto sabor agridulce, en función del número de parlamentarios que logre alcanzar al final del recuento electoral.
De todas formas es interesante diseccionar brevemente los motivos que han llevado a esta formación política a romper los esquemas que existían hasta la fecha y lograr alcanzar cotas de apoyo popular tan importantes. De confirmarse su aumento de votos sería la primera vez en la historia reciente turca que un partido político que llega al gobierno logra, no sólo mantener sus votos, sino aumentarlos. Hasta ahora «hacerse con el gobierno ha significado descender por debajo del diez por ciento en las siguientes elecciones».
Para entender este avance del AKP nos encontramos con todo un abanico de claves que explican ese triunfo. Por un lado es evidente que el discurso positivo de su campaña («una nueva Turquía» o «la esperanza para el futuro») contrasta con los mensajes de una oposición que no representa alternativa consistente alguna. Además, buena parte de la población percibe el mensaje y actitud del CHP o del MHP como una fuente de inestabilidad política y económica.
Otro elemento clave son los logros económicos conseguidos por el AKP, logrando doblar la renta per cápita, reduciendo la deuda pública, y el clima de estabilidad que ha logrado ha sido atrayente para las inversiones extranjeras. También hay que señalar que la campaña contra el gobierno turco dirigida por los militares y los partidos de la oposición ha logrado que buena parte de la llamada «mayoría silenciosa» turca perciba al AKP como una víctima de esa campaña. Esa victimización ha contribuido a atraer votos indecisos.
Y si abordamos la caracterización del propio Partido de la Justicia y el Desarrollo, también obtenemos importantes argumentos para entender su resultado electoral. El giro hacia el centro político, mostrando que islamismo y democracia son compatibles, como lo son el cristianismo y la democracia para algunos en Occidente, supone presentarse como cualquier partido conservador europeo. Además si esta fórmula de «democracia-islamista» consigue asentarse, puede servir de ejemplo para las agendas occidentales en Oriente Medio.
A ello hay que añadir el importante peso de una figura carismática como la que representa su líder, Tayyip Erdogan, y la propia composición geográfica del AKP, que le lleva a «recoger votos de todos los rincones de Turquía», o su estructura interna, «que contiene un número muy importante de cuadros por todo el país», sin olvidar tampoco que el partido es «una coalición de alianzas que representan a diferentes segmentos de la población».
Finalmente, nos encontramos con el apoyo de las congregaciones religiosas que ven en la actitud del ejército y sus aliados políticos un ataque contra sus posturas. La imagen de «centro liberal» es significativa, pues ha logrado atraer el apoyo de importantes sectores de la minoría cristiana, como el patriarca armenio que ha pedido el apoyo al AKP.
* Txente Rekondo. Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)