Dice el Corán: «donde las banderas verdes del Islam puedan camuflarse entre la hierba y los árboles, esa será tu patria». Por eso todos los grandes califas, ahogados por las arenas del desierto- pugnaron siempre por llegar lo más al norte posible.
Era Abderraman III vascón por parte de madre, y había escuchado tanto a su abuela ponderar el frescor de su tierra natal, que desde muy niño soñó con conquistarla, arrebatándosela a su señor natural, el rey Sancho Garcés.
Si todas las primaveras eran, por tanto, señal de peligro para el reino de Pamplona, aquella del año 924 fue la que peores augurios deparó, pues tuvo la osadía el califa de enviar desde enero muchos mensajeros para advertir de su próxima llegada. Decían unos:
“Mi señor –que Allah guarde- conquistará todos los pueblos y ciudades del vil rey Sancho. No dejará piedra sobre piedra de ellas, pues el profeta dejó escrito: “ni un sillar se levantará si no es en nombre del Misericordioso”.
Respondían otros:
“Cristo y Santa María, sed en nuestra ayuda o pereceremos”.
Sea por todas estas plegarias o por puro capricho de la naturaleza, lo cierto es que aquellos meses llovió sobre el territorio de Pamplona como ni los más viejos –de treinta y cinco años al menos- del lugar recordaban. Y esta abundancia de agua provocó a su vez que la vegetación alcanzase una exhuberancia sólo conocida en aquel Paraíso terrenal del que habla la Biblia, de manera que las calzadas se convirtieron en estrechas veredas, y los caminos en sendas por las que a duras penas podían pasar los hombres más magros.
Para el tiempo en que el califa había anunciado su llegada, era ya el reino de Pamplona una selva insondable, donde únicamente refulgían como frutas maduras para la recolección ciudades como Sangüesa, Estella, Olite, Monreal y la propia capital. Esto desaforaba mucho al rey Sancho, que pensaba con lógica que no bastaría para salvarse con haber prohíbido que se cortara ningún tipo de planta o se talase árbol alguno.
De esas tribulaciones vino a sacarle su esposa doña Toda, que le habló de que una de sus damas de honor, Noa de Irubide, era pintora ilustre, capaz incluso de sacarle a él guapo en todo tipo de retrato aulico.
-¿Y qué me importa a mí ahora tu pintora? –replicó bruscamente el rey.
-Si todo lo que tienes de bruto lo tuvieras de estudioso, no haría falta explicártelo. Lee a los antiguos griegos, y verás que eran todos ellos maestros del camuflaje.
-¿Camu-qué?
-Camuflaje: el arte de ocultar personas o cosas, de modo que queden disimulados con el terreno o las cosas que los rodean. ¿Y qué es lo que nos rodea ahora en abundancia?
-Si sigues haciéndome perder el tiempo, muy pronto los sarracenos.
-No, cabestro mío: lo que nos rodea ahora mismo es toda una panoplia de color verde primaveral, y Noa es capaz de replicarlo con su arte sobre cualquier superficie. Sólo tenemos que proporcionarle la pintura suficiente del tono llamado “Verde de Grecia”, y aplicarlo a las paredes de todas las poblaciones por donde vaya a pasar el califa, y así nos salvaremos todos.
-¿Y qué ricos materiales necesita para obtener ese color?
-Tan sólo todo el pellejo de uva que sé que guardas abundante en tus bodegas, y todos los recipientes de cobre de los que podamos hacer acopio para que fermente en ellos dicho pellejo.
Dicho y hecho, se consiguió en pocas semanas tal cantidad de “Verde de Grecia”, que hubo que recurrir a recortar las crines de todas las caballerías disponibles para poder hacer brochas con las que aplicar el color a las paredes. De tal forma, que durante muchas décadas los soldados navarros fueron reconocidos porque sus monturas no tenían apenas crin ni cola, recordando a todos el milagro acontecido.
Pues quiso Dios que al llegar Abderramán y su poderosísimo ejército a las mugas de Pamplona, dieran vueltas y más vueltas sus exploradores sin ver ciudad alguna en medio de aquella procelosa jungla, mucho más tupida y verde de lo que le había contado su abuela vascona, de suerte que hubieron de volverse todos a su reseca Córdoba sin que ningún pamplonés o pamplonesa resultara herido.
Y hay autores muy sesudos que afirman que para conmemorar tal acontecimiento es por lo que la bandera de la ciudad de Pamplona sigue siendo de color Verde de Grecia, pero esto es algo sobre lo que ni los más estudiosos se ponen aún de acuerdo…