En septiembre de 1868 un grupo de militares liberales efectuó un golpe de Estado que pasó a la historia con el nombre “La revolución septembrina”, o “La Gloriosa”. El episodio supuso el destronamiento de Isabel II y marcó el final de un largo periodo de gobiernos autoritarios, en muchas ocasiones despóticos. Se inició un periodo con libertades, el llamado Sexenio democrático. Por vez primera se pudo debatir, sin cortapisa alguna, sobre conceptos y cuestiones que todavía hoy en día son de rabiosa actualidad y nos quedan pendientes, como la forma de gobierno, monarquía o república; la estructura del estado, federal o confederal; el derecho a la autodeterminación; la separación de iglesia y estado, etc. Desgraciadamente, este experimento tan ilusionante duró muy poco a causa del estallido de la guerra.
Las leyes progresistas que fue decretando el gobierno provisional surgido de la revolución, tal vez demasiado avanzadas para la época, provocaron el rechazo frontal de los grupos situados en los extremos del espectro sociopolítico. Por un lado, los carlistas se asustaron del cariz anticlerical de algunas de las medidas. En Gipuzkoa por ejemplo, el cierre de conventos de clausura de algunos pueblos y la expulsión de los jesuitas de Loiola y SS conmocionó a la sociedad. Por el otro lado, el sector de los republicanos más radicales, cuyo objetivo era la implantación de un Estado confederal compuesto de múltiples naciones que efectuara profundas reformas sociales, se sintió engañado y traicionado al constatar que los gobiernos surgidos de la revolución septembrina trataban de moderar y reconducir los impulsos revolucionarios iniciales. Ambos colectivos, carlistas y republicanos, terminarían enfrentándose con las armas al gobierno español. Total, que estallaron dos guerras civiles al mismo tiempo vez con el agravante que en Cuba estalló otro conflicto similar entre conservadores esclavistas (proespañoles) y progresistas y antiesclavistas (independentistas).
No habían transcurrido más de 4 meses de finalizada la guerra cuando, el 21 de julio de 1876, el gobierno alfonsino de Canovas de Castillo decretaba la abolición de los fueros o normas de autogobierno que habían estado vigentes en las provincias vascas durante más de 500 años. En evitación de posibles desordenes, se declaró la ley marcial y una fuerza de 40.000 hombres ocupó las provincias vascas.
En adelante, sus habitantes debían de pagar sus impuestos al Estado. Pero este carecía de estructura logística o plantilla alguna para salir del paso; se ideó una fórmula provisional, por la que las diputaciones se encargaban de la recogida de los impuestos, para después ingresar en las arcas de la hacienda estatal una cantidad pactada o cupo proporcional a la riqueza. Nacía así el Concierto económico. La cosa funcionó, de ahí que este sistema se haya mantenido hasta nuestros días.
No ocurrió lo mismo con la obligación de prestar servicio militar en el ejército, que provocó un enorme rechazo. Hasta el punto de que las diputaciones forales recomendaron a alcaldes y párrocos que no entregaran a las autoridades estatales los libros de familia y las listas de censos.
La abolición foral fue percibida por todos los habitantes, fuera cual fuese su filiación, como un castigo colectivo que se infringía a todo un pueblo por su conducta en la guerra. Esta interpretación determinó que en las generaciones posteriores creciera el sentimiento de identidad vasca que alcanzó su zenit con la llegada del nacionalismo a finales del siglo.
Memorias de Recondo Mujica
El autor de esta obra encontró las memorias inéditas de su abuelo Juan José Recondo Mujica, que acompañó a su padre, José María Recondo Aguirre, en las dos sublevaciones fallidas que tuvieron lugar en Gipuzkoa (agosto de 1870 y abril de 1872) con anterioridad al estallido de la guerra y en las que el guerrillero carlista, bisabuelo del autor, jugó un papel importante como cabecilla en Tolosaldea y Goierri. En las dos intentonas Recondo contó con la ayuda del cura Santa Cruz. En la primera de ellas, en agosto de 1870, recogiendo y guardando armas. En la segunda como capellán en la partida Recondo. Una gran animosidad surgió entre los dos personajes. La partida del coronel Recondo llegó a alcanzar los 600 efectivos, pero poco pudo hacer; durante dos semanas deambuló por los montes acosada día y noche por batallones del ejercito, miqueletes y voluntarios que hacían uso del ferrocarril para acorralarles. Tenían formas de actuar diferentes. Santa Cruz no entendía el proceder de Recondo, al que veía demasiado blando con el adversario. El cura era partidario de la guerra sin cuartel con todo aquel que pensara de forma diferente. Posteriormente pudo contar con su propia partida y actuar como guerrillero. Los actos de Santa Cruz, sus hazañas y la crueldad empleada, hicieron que con tan solo nueve meses de guerrear, el cura se hiciera famoso en toda Europa.
Cruel guerra civil
El paso del tiempo borra, difumina y dulcifica los hechos. Las generaciones actuales apenas conocen datos de este enfrentamiento terrible. Según el autor, una auténtica guerra civil se desató en tierras vasco navarras. Dos formas de pensar diferentes se enfrentaron en el campo de batalla. Por un lado el voluntario carlista que defendía la Causa de Dios y la tradición. Por otro lado el voluntario de la libertad que luchaba por la república y la defensa de su pueblo amenazado.
Una animosidad rayana en odio existió entre los miqueletes -voluntarios de la libertad- y los carlistas. Los dos colectivos coincidían en algunos puntos, ambos eran vascos, amaban a su tierra y luchaban valientemente. Pero sus ideales eran diferentes. Muchos de los miqueletes, voluntarios que habían tenido que huir junto con sus familias de sus respectivos pueblos, no perdonaban este sufrimiento y tenían en ocasiones un comportamiento vengativo con las familias carlistas.
En las operaciones militares los miqueletes iban a la cabeza de las tropa. Algunos elementos llevados por la rabia cometieron mil desmanes quemando y robando en caseríos, bosques y sembrados.
Tolosa durante el asedio agosto 1873-febrero 1874
La villa, defendida por unos 400 liberales y 300 militares, sufrió un terrible asedio. Los carlistas llegaron a apoderarse de la estación del tren, el hospital misericordia de Arramele y las alturas de Monteskue e Izaskun. Al no contar con la suficiente artillería y munición idearon un plan de bloqueo total para rendir la villa por hambre.
Tras la caída, la ocupación de Tolosa por los carlistas se prolongó durante dos años. Los ocupantes cometieron bastantes desaguisados. La guerra supuso un serio contratiempo para su actividad industrial y comercial de la villa.
La mayoría de los industriales eran de ideas liberales y tuvieron que ausentarse del pueblo durante los dos años de ocupación carlista. Perseguidos con saña por las nuevas autoridades, muchos de sus bienes fueron embargados. En algunos casos las costosas maquinas eran trituradas para ser vendidas como chatarra. Algunas fábricas desaparecieron y el resto quedaron descapitalizadas, de modo que en la posguerra tuvieron que rehacerse con nuevos inversionistas.
Carlos
Un capítulo del libro está dedicado a D. Carlos y su corte en Tolosa. El libro contabiliza una docena de visitas a la población. Lejos de la imagen edulcorada y mítica del pretendiente, D. Carlos aparece en el libro como un ser humano con virtudes y defectos. Era un mozo alto, guapo y de gran prestancia. Valiente, le gustaba estar cerca de sus hombres en los combates, manteniendo su ánimo, aun a costa de su propia seguridad. Pero también atesoraba defectos. Era impulsivo y un tanto superficial.
Carlos se fue rodeando de personajes de relevancia social, política o militar que deseaban hacer algo por la Causa, pero al no encontrar un destino apropiado pasaban a integrar la “corte”. El pretendiente se dejaba influir demasiado por las opiniones de sus palaciegos, cuya único quehacer era adular y murmurar.
En Tolosa, el pretendiente disfrutaba de las ceremonias religiosas y procesiones, en especial la del Corpus, de gran tradición local. Ello no era obstáculo para que tuviera algunos lances amorosos extraconyugales con una tolosana que se dedicaba a la venta de tabaco.
El combatiente carlista
Las partidas carlistas de los inicios, formadas por grupos pequeños de hombres temerosos, sin uniformes y mal armados (muchos solo portaban palos y escopetas), se transformaron en pocos meses en un ejército bien adiestrado, capaz de enfrentarse con éxito a los gubernamentales en campo abierto. El saberse defensores de la Causa de Dios dotaba a los voluntarios de un inmenso ardor combativo. Además, la imagen del Sagrado Corazón que llevaban bordadas, les protegía de las balas y bayonetas del enemigo. Los voluntarios guipuzcoanos entraban en combate cantando el himno de San Ignacio. Su ilusión y espíritu de sacrificio eran encomiables y en su tiempo libre se dedicaban con ahínco a abrir trincheras y a ejercitarse en el manejo del fusil y la bayoneta.
La superioridad en armamento inicial de los liberales fue atenuándose con el transcurso del tiempo; además, sufrieron una escasez crónica de munición que les restó operatividad. Con los modernos fusiles de retrocarga, el consumo de cartuchos se había multiplicado de forma exponencial. En unas pocas horas de combate se podían consumir cientos de miles de balas. El temor a quedarse sin munición fue la principal razón que impidió al estado mayor carlista extender la guerra a escenarios alejados del territorio vasco navarro. De esta manera, la guerra se desenvolvió alrededor de un reducido y esquilmado territorio.
Tolosa y San Sebastián
El autor dedica especial atención a Tolosa y San Sebastián, dos poblaciones que históricamente han representado modelos diferentes, uno conservador, representado por la oligarquía de propietarios rurales dominante en la provincia, y el otro liberal, liderado por los comerciantes de San Sebastián. En este conflicto bélico las dos localidades tomaron posiciones antagónicas y enfrentadas.
Tolosa fue la población de mayor importancia gobernada por los carlistas. El 28 de febrero de 1874, tras un duro asedio de siete meses, caía la villa en poder de los partidarios de D. Carlos. Tolosa se convirtió en punto de apoyo importante en las operaciones encaminadas a la conquista de San Sebastián y el entorno liberal de Hernani, Irun y Getaria.
Tras la guerra Tolosa entró en una fase prolongada de marasmo económico y poblacional. El censo de Tolosa de 8500 habitantes en 1850 descendió a 8100 y se mantuvo así hasta principios del siglo XX.
Emigración a la capital de los habitantes de los pueblos. La Milicia
En el verano de 1873, los carlistas iniciaron la ocupación de los pueblos de Gipuzkoa. En Febrero de 1874, caían las poblaciones de Tolosa y Oiartzun. San Sebastián se vio amenazada y aislada por tierra. La ciudad se convirtió en el baluarte liberal de Gipuzkoa.
Las familias liberales de los pueblos ocupados se refugiaron en la capital. Los fugitivos que habían emigrado de los pueblos ocupados se integraron en la milicia donostiarra. Se contó con un total de 2000 voluntarios agrupados en tres batallones que se responsabilizaron de la defensa de la ciudad, mientras que el ejército se dedicó fundamentalmente a las operaciones ofensivas y a la protección de los pueblos liberales de Hernani, Irun y Getaria.
El batallón de Tolosa lo componían 450 hombres, bajo el mando de Leandro Lasquibar Arza. En el mismo también había personas de Orio, Andoain, Lizartza, Berastegi, Alegia, Amezketa y otros. A su cargo estaba la defensa del barrio de Loiola y del torreón de Alcolea.
Los vecinos fueron obligados a alojar en sus casas a civiles y soldados. Los tolosanos desplazados, unos 2000 agrupados, tuvieron su propio ayuntamiento. El ayuntamiento donostiarra se negó en redondo a hacerse cargo de la manutención y vestido de la milicia tolosana. Los voluntarios pasaron penurias.
Fortificación de la ciudad
La amenaza carlista se hizo cada vez más evidente. De prisa y corriendo se iniciaron obras de defensa que corrieron a cargo del ayuntamiento.
En septiembre de 1873, se construyó un muro defensivo interior que partiendo del puente de Sta. Catalina llegaba al cerro de San Bartolomé, lugar donde se construyó un reducto. En sucesivas etapas se construyeron alrededor de 15 fuertes. Todos los vecinos, a excepción de los voluntarios que prestaban servicio de armas, fueron obligados a trabajar en las obras.
Mientras tanto, el enemigo construía un sinnúmero de emplazamientos fortificados que rodeaban San Sebastián por el oeste y emplazaban cañones muy potentes en Bentazikin, ubicada en la falda del monte Arratsain, a 4000 metros de la plaza. Los proyectiles alcanzaban con facilidad los barrios de la ciudad. Los edificios importantes fueron protegidos por tablones y sacos rellenos de arena.
Afortunadamente la guerra finalizó, sin darle tiempo al enemigo de emplazar un enorme cañón traído desde Inglaterra y que se quedó varado por el camino.
Las ilustraciones del libro
Las ilustraciones enriquecen y dan amenidad al libro. Ayudan al lector para sumergirse en la época. Reúne más de 200 imágenes a color, grabados, mapas y fotografías antiguas que provienen de archivos, revistas antiguas y fondos familiares.
La segunda guerra carlista fue vista en Europa como una de las últimas guerras de religión que se dieron en el Continente. El público europeo la siguió con mucho interés. Tenía un cierto halo pintoresco e idealista que atraía. Muchas revistas ilustradas extranjeras como The Ilustrated, London News, L`Ilustration, The Graphic, Le Monde Illustrée, y también nacionales como La ilustración Española y Americana, La Flaca, etc., desplazaron a las zonas de combate a reporteros y dibujantes. Estos hacían bocetos que eran después retocados y convertidos en grabados en madera por artistas de gabinete.
Si bien la fotografía estaba socialmente extendida en el territorio peninsular durante esta época, la mayoría de las imágenes en campo abierto que se publicaron en las revistas fueron grabados que procedían de dibujos, ya que hasta 1880 no fue técnicamente posible publicar fotografías en la prensa. Por ello las fotos que se exponen en el libro son en su mayoría retratos de personajes hechos en un estudio.
¿Clases y grupos sociales que apoyaban a carlistas y liberales?
El autor ha analizado en profundidad las clases y grupos sociales que apoyaban a uno u otro bando en Tolosa. En términos cuantitativos, carlistas y liberales se dieron en una proporción similar, pero con una distribución diferente desde el punto de vista socioeconómico. Mientras que en el casco urbano predominaban los vecinos de ideología liberal, en los barrios periféricos y caseríos la inmensa mayoría de los habitantes abrazaron el carlismo.
La totalidad del clero, incluyendo a los seis presbíteros y el párroco, tuvo un comportamiento rabiosamente carlista. La mayoría de los propietarios de casas y tierras se posicionaron en el bando carlista. Por el contrario, prácticamente la totalidad de los industriales, y una gran parte de los profesionales libres, se alinearon en el bando liberal.
Entre los comerciantes, empleados y obreros trabajadores, abundaron los individuos liberales, tal vez en mayor proporción que los carlistas.
Analizando familia por familia comprobamos que no existió una uniformidad ideológica entre sus componentes. Hubo familias cuyos miembros lucharon en bandos opuestos como fue el caso de los Bandrés, los Sesé y los Arrillaga.
Biografía del autor:
Médico con una larga trayectoria profesional y docente. Ha escrito libros médicos e innumerables artículos y trabajos científicos. Cofundador y primer presidente de la asociación cultural tolosana Andia Elkartea (2010). Miembro de Número de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País. Miembro del Departamento de Antropología de la Sociedad de Ciencias Aranzadi. Es autor de cuatro libros sobre temas históricos: «Guipúzcoa y Tolosa durante la ocupación francesa. 1807-1813» (2007); «Medicina y Beneficencia en Guipúzcoa y Tolosa. Siglos XIII-XX» (2008); «El Camino Real de Tolosa a Pamplona. Tolosatik Iruñerako Errege.bidea» (2010); «La Guerra de la Independencia 1807-1813: Tolosa y los franceses. Un lugar estratégico en la retaguardia francesa» (Pamiela, 2016). Autor del capítulo «Vida y muerte en San Cristóbal (1935-1945)» en el libro «El Fuerte de San Cristóbal: de prisión a sanatorio penitenciario» (Pamiela, 2014) bajo la dirección de Francisco Etxeberria Gabilondo, Departamento de Antropología de Aranzadi.
Referencia comercial del libro:
Contacto con el autor: jarecondo@ yahoo.es
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