La jornada que, año tras año, Nabarralde dedica al patrimonio (p. industrial -2015-, paisaje -2016-, cascos históricos…), en esta ocasión se ha centrado en el agua. En su significado patrimonial. Herri on-ura. Nat-ura, ondare. Kult-ura. El agua está en nosotros, en nuestra cultura, en nuestro hábitat; es una pieza esencial de nuestro bienestar colectivo.
De hecho, como señaló el catedrático de hidrogeología Iñaki Antigüedad, el agua es un elemento vertebrador del espacio que habita una comunidad. No solo por la ordenación del territorio que impone (manantiales, abastecimiento, desagües, lugares habitables, puentes, caminos, campos, industria…), sino porque, en cuanto fluido material y simbólico, empapa nuestro mundo. El imaginario, la cultura, mitos, juegos, el ejercicio de nombrar el entorno en que socializamos. Y, además, modela aquello que nos rodea, en lo que se nutren nuestros sentidos: el paisaje, los lugares donde crecemos, vivimos, sentimos… La identidad y la memoria que somos.
En todo ello el agua actúa como un activo sutil, casi invisible, cuyo significado varía con el tiempo. En efecto, hemos pasado (según Antigüedad) del patrimonio como concepto monumental, a una versión más inmaterial. Un concepto más amplio, difuso, profundo. Es todo aquello que deja su huella en el pasado, pero permanece en el futuro. Esto nos permite entenderlo ligado a la cultura, a valores estéticos, memoriales, sanitarios, espirituales.
El agua es un espejo (en ella se ven todos los desafueros, los males que hacemos al mundo; pero también las bondades). Es un crisol de oficios tradicionales -que se van perdiendo-; es la sal de los yacimientos antiguos; los qanat, canales subterráneos que transportan el agua en el tiempo.
Quizás por eso, nos sugirió Camino Jaso, el río no es nuestro. Nosotros somos el río. Es nuestra vida, salud, identidad; el ecosistema que somos, en su conjunto. Hay que aprender de los ríos.
Con Pello Iraizoz escuchamos que el agua impregna nuestra cultura ancestral como flujo subterráneo: el idioma, el paisaje, la flora y fauna, el mito… todo está mojado. Urte es el ciclo anual del agua; con ella el año empezaba mediante ritos que aún perduran. Urbarrena, urgoiena… Los niños la reparten por las casas y reciben sus regalos. El agua es siempre elemento sagrado; en las aguas medicinales; en los baños. Las fuentes nos remiten a seres fantásticos: Sanjuaniturri; Iturrisantu; Andramariturri… En Uxue las mujeres, en un rito de fertilidad, arrojan una piedra a la fuente. En Xabier, la piedra va al pozo. En el barrio de Araoz la ermita se construyó dentro de una cueva, sobre el manantial, porque era un lugar santo.
Los puentes, obra de ‘pontífices’ (romanos), nos ofrecen otro misterio del agua, en este caso arquitectónico. Entre nosotros los construían los jentiles, las lamias, los mairus, pues no se concebía que esa ingeniería fuera obra de humanos.
El capítulo de la toponimia (la hidronimia) lo desarrolló el filólogo Juan Martin Elexpuru. Recurrió a nombres y raíces que provienen del euskera; pero su reflexión le llevó a otros países europeos. Piamonte (Erro…), Ravenna (Baiona…), Cerdeña (Uri erreka…). Según él, de la raíz UR puede derivar URI (población). Y sus variantes (iru, iri, ilu, ili…), Irun, Iruñea, Iluro (Oloron), Liberri, Lizarra… De IZ se derivan nombres relacionados con el agua: Ispaster, Itzurun, Izaro, quizás Ezka. Pero también itsaso, izerdi, izotz, isuri… De GAR, forma fosilizada, encontramos Garona, Garoña, Gares, Garde, Guareña, Guara, Garibai… Pero también garden, garbia, negar, egarri… Así, podemos seguir con Ibar, Ibai, Iturri, Loi, Ega, Ar… El agua está presente en nuestro territorio humano desde antiguo.
El biólogo Jokin del Valle nos explicó cómo el agua, a través de la meteorización, va modelando el paisaje. Esa agua la vemos en el hielo, la lluvia, en los torrentes e inundaciones. Pero no la percibimos con tanta claridad en el bosque y la vegetación, en la fauna, que son agua en altísima proporción.
En un sentido arquitectónico Iñaki Uriarte nos señaló que el agua juega con dos dimensiones, vertical y horizontal. La cascada y el lago. De una posición a la otra, su naturaleza le impulsa a cambiar de continuo. Con esa advertencia, nos mostró la monumentalidad -¿espiritualidad?- del agua en los palacios (los nazaríes, en Granada, como ejemplo), en claustros, jardines, castillos, conventos. El agua es un elemento estético, de frescura y sosiego.
En la industria aparece contenida en las presas, discurre en canales, mueve molinos, se guarda en depósitos, viaja en acueductos. Pero el agua también puede ser un agente social, como ocurría en las fuentes donde se reunían las mujeres, en baños, lavaderos. También puede ser un fraude (el arquitecto Uriarte puso el ejemplo del faro de la isla Santa Clara, donde el juego acuático imita el de los rompientes). Y también una fiesta, un homenaje, como en la danza sobre los muros del río Onin (Lesaka).
Ainara Mtz Matia nos advirtió que el paisaje es un producto humano. Como el arte, para que exista tiene que haber una mirada, un sujeto que lo perciba (y lo haga suyo, con esa percepción subjetiva). Con ese aviso, dirigió su mirada al río Lea, como ejemplo de lo que son nuestros ríos, pequeños -dijo-, delgados, herrumbrosos y verticales. Han sido históricamente lugar de trabajo, sobre todo el torno al hierro. Y como los caminos los cruzaban una y otra vez, los cauces se llenaron de puentes y encrucijadas.
Víctor Manuel Egia abordó el tema del agua como herramienta de transporte. Como en el Danubio o el canal de Castilla. Pero, entre nosotros, el oficio de los almadieros y la tradición de las almadías constituye un caso propio de la cultura pirenaica. El río Irati tiene mucho que narrar al respecto.
Pero no todo son ejercicios del agua, brillantes y sugestivos. También en algún momento ha ejercido de tumba, de sepulturero. Fernando Sánchez Aranaz nos cuenta el triste relato del embalse de Ulibarri-Ganboa, que en su construcción sepultó las tierras y casas de varios pueblos. Sus habitantes fueron desalojados, y atrás quedó el recuerdo de su pasado, sus cementerios, huertas, iglesias, torres, rincones, juegos. Memoria que, de nuevo, se confunde con el agua. De otro modo.