Kosovo y las dos caras de la autodeterminación

LOS Balcanes han sido desde hace siglos una zona muy inestable. Tras el fin de la Primera Guerra Mundial se creó el Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos, un Estado que pretendió ser multicultural, si bien en la práctica el nacionalismo serbio fue controlando el Estado. En poco tiempo se centralizó, se abolió el parlamento y se convirtió en el Reino de Yugoslavia, difuminándose los hechos diferenciales de los otros pueblos. Durante la Segunda Guerra Mundial, el país fue invadido por las potencias del eje. Sin embargo, una mayoría de los croatas, por ejemplo, saludaron la invasión como una liberación de los serbios. Por ello, la guerra en Yugoslavia fue muy dura, con casi un millón de muertos, al mezclarse el conflicto principal entre potencias con las tensiones interétnicas larvadas desde tiempo atrás.

Fueron Tito y sus partisanos quienes liberaron Belgrado del dominio nazi y en 1946 se creó la República Federal Socialista de Yugoslavia, integrada por seis naciones constitutivas: Serbia, Croacia, Eslovenia, Macedonia, Bosnia y Herzegovina y Montenegro. En 1953, Tito, héroe de guerra y el auténtico hombre fuerte del Estado, fue nombrado presidente y una década más tarde, presidente vitalicio. Sólo él fue capaz de aglutinar la diversidad de pueblos bajo una autoridad común, aunque no sin algunas tensiones, como muestra la Constitución de 1974, que tuvo que reforzar el poder de las repúblicas y provincias.

Tito murió en 1980 y con él la plurinacionalidad de Yugoslavia. Tras su muerte, en medio de una grave crisis económica, los serbios eligieron mayoritariamente opciones nacionalistas que alcanzaron su apogeo cuando en 1989 llegó al poder Slobodan Milosevic. Una de las primeras cosas que hizo fue abolir la autonomía de las provincias serbias de Kosovo y Voivodina. A continuación, acudió al lugar donde 600 años antes se libró la batalla de Kosovo entre serbios y turcos y allí, ante más de medio millón de personas, exaltó los ideales serbios y decretó el fin del Estado plural.

No puede extrañar que, un par de años después, en junio de 1991, comenzase la guerra de independencia de Eslovenia, abriendo así la vía para el paulatino desmembramiento de Yugoslavia. Fue el inicio de cuatro años de guerra, con decenas de miles de refugiados y cientos de miles de muertos, con limpiezas étnicas y genocidios en todos los bandos. Tras la independencia de Croacia y Bosnia-Herzegovina, el Estado se reconvirtió en la Federación de Serbia y Montenegro, pero en abril de 2006 un 55,5% de los montenegrinos aprobaron en referéndum su independencia, que fue reconocida pocas semanas después por Serbia. Eso no fue todo. Destruido el Estado federal yugoslavo y limitada Serbia más o menos a sus fronteras históricas, la región de Kosovo en el sur clamaba por su autonomía, abolida por Milosevic.

Los serbios no comprendían cómo era posible que Kosovo, el corazón histórico del pueblo serbio, pudiese querer la independencia. Ha habido diversas razones, entre ellas el auge del nacionalismo albanés del último siglo y medio, que se extendió a los numerosos kosovares de ese origen tras la fuerte emigración de albaneses a Kosovo cuando esta región fue anexionada por Serbia tras la Segunda Guerra Mundial. Por su parte, el gobierno yugoslavo trató de favorecer una colonización serbia en la zona a la vez que trataba de alejar a los albaneses o de masacrarlos en ocasiones, lo que provocaba resentimientos. Había además una diferencia religiosa, ya que la mayoría de albaneses profesan el Islam mientras que la mayoría de serbios son cristianos ortodoxos. A su vez, los kosovares de origen albanés tenían una tasa de natalidad muy superior a la de los serbios, lo que iba albanizando Kosovo año a año, haciendo crecer la tensión entre ambas comunidades.

Con el aumento de la violencia y las demandas de independencia, Milosevic expulsó a miles de albaneses de Kosovo e incentivó de nuevo la colonización serbia. La tensión se hizo insostenible. Si Kosovo se conformó con su estatus de república en 1946 y un aumento de poder en la constitución de 1974, dos años después de la llegada de Milosevic al poder, en 1991, Kosovo declaró su independencia, aunque sólo Albania reconoció el virtual Estado kosovar, por lo que dicha declaración no tuvo ningún efecto práctico. Sin embargo, el 17 de febrero de 2008, ya completamente desmantelada la Federación, el gobierno de Kosovo proclamó de nuevo unilateralmente la independencia y creó su propio Estado, que ha sido reconocido por bastantes Estados, aunque no por todos. Esto plantea algunas cuestiones interesantes respecto a la autodeterminación.

Existe un primer aspecto, interno, que afecta a la decisión de la población sobre el estatus político en el que desean vivir. En ocasiones se alcanza por la fuerza de las armas (Eslovenia, Croacia, Bosnia) y otras pacíficamente; en ocasiones no crea divisiones internas por la homogeneidad de la población (Eslovenia) pero en otras sí (Croacia). A veces se logra una mayoría amplísima (Kosovo) y otras únicamente la suficiente (55,5% en Montenegro); pero en cualquier caso, hay un primer aspecto interno de la autodeterminación que afecta a la población local.

Por supuesto, la decisión también afecta al Estado que pierde el territorio. El problema surge cuando la mayoría que controla el Estado se niega a negociar primero un acuerdo de acomodación interna (cuando Milosevic abolió unilateralmente la autonomía kosovar) y luego los términos de la secesión, al no aceptar la clara mayoría democrática kosovar al respecto. En una democracia madura como Canadá, su Corte Suprema, a pesar de su preocupación por mantener la integridad territorial del Estado, estableció que si se producía una mayoría clara en favor de la independencia de Quebec, esto obligaría al gobierno a negociar los términos de la salida de esta provincia. Lo que dice esta sentencia es discutible, como todas, pero es indudable que ha sentado un precedente importante en todo Occidente. El gobierno serbio se negó a negociar y su cerrazón desde el principio agravó el conflicto y sólo les dejó la salida de la secesión a los albano-kosovares.

Hablamos de un aspecto interno de la autodeterminación, pero el caso de Kosovo también ilustra bien el aspecto externo, el necesario reconocimiento internacional del nuevo Estado. De momento, más de sesenta países lo han reconocido, pero algunos se niegan en redondo (Serbia, Rusia, España…) y muchos están esperando a ver cómo evolucionan los acontecimientos. España no reconoce al nuevo Estado porque no acepta ¿declaraciones de independencia unilaterales?, temiendo sentar un precedente que puedan seguir vascos o catalanes. Pero Kosovo clamó durante años por el respeto a su autonomía, abolida ¿unilateralmente? por el gobierno serbio. Después, Kosovo trató de negociar de forma civilizada durante meses un acuerdo de secesión ordenado y aceptado por las dos partes pero, a pesar de las presiones diplomáticas, Serbia se negó en redondo. ¿Qué salida les quedaba a los kosovares? ¿Resignarse?

Otros casos similares de Estados con un reconocimiento incompleto serían los de Israel (aún no reconocido por 21 países), Palestina (reconocida por 96 Estados), la República Saharaui (reconocida por 45 Estados), o la República de China (Taiwán), a quien sólo reconocen 23 Estados, ya que, a los ojos del mundo, ¿China? es la República Popular. Ambas dimensiones, interna y externa, se cumplieron en Eslovenia, Croacia, Bosnia-Herzegovina y Montenegro. Ya sólo falta saber qué pasará con Kosovo, aunque el decidido apoyo de las potencias occidentales parece augurarle el éxito.

A modo de reflexión final, podría decirse que no fue el nacionalismo de estos países lo que destruyó la federación yugoslava, sino el nacionalismo serbio, intolerante y agresivo, que siempre se negó a compartir el Estado con los otros pueblos, aprovechando su mayoría de población para imponer sus condiciones. Analizándolo surge un deseo. Ojalá todos los pueblos mayoritarios aprendan la lección y sean capaces de reconocer y respetar a las naciones más pequeñas; pero, si no es así, si los nacionalismos de Estado siguen haciendo imposible la convivencia voluntaria y en igualdad de condiciones de todos los pueblos, entonces… Ojalá que las pequeñas naciones aprendan la lección yugoslava y construyan, a la primera oportunidad, sus propios Estados.

 

Publicado por Deia-k argitaratua