Koiné y las trompetas del régimen

En respuesta al artículo que Koiné (1) publicó hace unos días, Jordi Muñoz (2) dice que el franquismo «ciertamente» intentó erradicar el catalán, pero que las corrientes migratorias no tuvieron nada que ver con la política lingüicida del régimen. Con un tono aparentemente neutro y objetivo, Muñoz hace ver que refleja seriamente la cuestión de la ingeniería social aplicada al caso catalán, pero en realidad esconde datos y fía todo su crédito a una serie de comparaciones falaces. Si corre este riesgo es porque, de hecho, el punto fuerte de su artículo circula por otra parte, es subterráneo y explota el victimismo y el sentimentalismo. Ya sabemos que sacar partido de las debilidades de unos y otros es lo único que ahora mismo mantiene con vida la rueda autonómica, pero esto no quiere decir que tengamos que tragar cualquier toque de trompeta -por bien trajeado que vaya el músico de calle de turno.

La trampa del politólogo Muñoz pasa por reducir a una simple anécdota la avalancha inmigratoria sin precedentes que recibió Cataluña a mediados del siglo pasado para, a partir de aquí, banalizar la pata más importante de la ocupación lingüística del país, que justamente es la demográfica. Joshua Fishman (3) -que no es politólogo pero es uno de los padres fundadores de la sociolingüística y ha estudiado a fondo el caso catalán- dice que «si bien la política represiva de las autoridades centrales tuvo un impacto negativo en el uso de la lengua, las consecuencias indirecta de la inmigración de aquellos años fueron mucho más devastadoras». Sin una política lingüística dura, advertía a principio de los noventa, Cataluña no lo logrará. El problema para Fishman no era sólo el millón y medio de inmigrantes (inasumibles para una población autóctona de apenas dos millones y medio), sino también la segregación deliberada que sufrían en los barrios donde se les destinaba, perfectamente diseñados justamente para que no se integraran.

Para Muñoz todo esto no debe tener ninguna importancia, porque pone esta avalancha excepcional de población dentro del saco de las migraciones «económicas», a lo bruto. El «mecanismo» da igual, nos dice, haciéndose el sueco: «Las zonas en industrialización requerían mano de obra, y las zonas que quedaron al margen expulsaban población». Dicho así, parece que se trate de un proceso automático, como si un ente superior -al que casi parece que deberíamos estar agradecidos- moviera las piezas del tablero para que todo el mundo estuviera contento. Muñoz deja fuera de su análisis los factores que convierten lo que habría sido una simple migración económica en un verdadero instrumento de colonización interna. El carácter masivo del éxodo es fruto no de una expulsión aséptica de mano de obra, sino de una campaña de promoción pensada y muy bien orquestada, el ‘No-Do’ vendiendo las maravillas de Barcelona a todos los confines de la Nación -aunque luego tuvieran que vivir en barracones- y el desarrollismo generando suburbios diseñados como pequeñas reproducciones de España, como explica Dolores Clotet (4).

Calders, Oliver y Cruells fueron de los pocos que denunciaron públicamente la operación ya en los años sesenta. Cruells, en su libro ‘Los no catalanes y nosotros’, avisa que «tenemos sobre nosotros una masa inmigrada maciza, en constante aumento, evidentemente excesiva, que puede influir a la larga toda nuestra trayectoria futura». Oliver trataba de contrarrestar la propaganda colonizadora: «Ofrecemos lo mejor de nuestro patrimonio, una lengua y cultura milenarias, que todavía están vivas y les pedimos que nos ayuden a consolidar». Calders advertía que «no tenemos una capacidad industrial suficientemente grande para absorber un chorro constante de peonaje», adelantándose veinte años a Fishman. «Es seguro que no todo obedece a la demanda y oferta de brazos» decía, en un artículo que le costó su puesto en Serra d’Or: «debe considerarse también un tradicional espíritu de aventura que tuvo mucha importancia a la hora de colonizar nuevos continentes».

Las mismas élites catalanas se encargaron de silenciarlos, en una época de acercamiento entre intelectuales catalanistas y franquistas. Con el desenlace de la Segunda Guerra Mundial, al fascismo se le había acaba el crédito y a partir de los años cincuenta desde dentro del franquismo se busca «diálogo» para lavar la cara al régimen. En Cataluña, varios tótems (con el caso paradigmático de Carles Riba) habían hecho la pantomima en público ante la indignación de los intelectuales en el exilio. Paralelamente, la ocupación por la vía de inflar los movimientos migratorios aparece como un instrumento más fácil de encajar en los nuevos tiempos porque viene cargado de «humanidad». Como explica Enric Vila en ‘El nostre heroi Josep Pla’, los asistentes al Consejo Nacional del Movimiento de 1961 se hacen cruces porque veinte años de represión lingüística no hayan borrado el catalán del mapa, y confían en que la migración del sur hacia Cataluña, que ya funciona a pleno rendimiento, remate el trabajo. El ‘No-Do’ continuará vendiendo con luces de neón el «emporio industrial de España» y la «maravillosa tierra de acogida catalana» hasta 1975, año en que muere el dictador y la gran ola inmigratoria se da por terminada.

Muñoz nos dice, impertérrito como un jugador de póquer, que todo esto es una falsedad histórica. Hay que ir al final del artículo, sin embargo, para ver el canal subterráneo por donde discurren los resortes que quiere activar el autor. Hablar de la inmigración como herramienta de ingeniería social, dice, es «perjudicial para la cohesión de la sociedad catalana» y «contraproducente para el futuro de la lengua». Esta es una trampa que viene de lejos: apelar a la cohesión en abstracto no tiene ningún sentido si no es el de perpetuar, haciéndote el loco, el ‘statu quo’ de la dominación española. ¿En qué espacio se debe «cohesionar» la sociedad, el catalán o el castellano? Esta es la pregunta, que Manuel Cruells ya planteaba en respuesta a la tesis del libro ‘Los otros catalanes’. Por la vía del melodrama, Candel (como Pujol con su lema centrado en la moral del trabajo y no en la lengua) reivindicaba el «derecho» de los inmigrantes a no asumir el catalán como propio, tapando la ocupación y sus efectos españolizadores con la exhibición de las tragedias cotidianas de los recién llegados.

Cuando Muñoz agita el fantasma de la ruptura social, hace exactamente lo mismo: poner alfombra roja a la hegemonía española y esperar que el público aplauda, porque los catalanes somos tolerantes y no imponemos nada a nadie. No importa que nos pisen, si mientras lo hacen nos podemos sentir moralmente superiores. Esta es la nota baja que tocan las trompetas del régimen. Las de ERC atacan Koiné para excitar el victimismo hurgando en el orgullo mal entendido de los que no se quieren integrar en el país; las del entorno convergente la abrazan tocando la bocina porque ahora sale gratis. No estamos a las puertas de hacer ninguna república ni mucho menos la independencia, y gritar que el catalán desaparece -mientras hacen reverencias al castellano, como ya hacía Pujol- es la mejor manera de mantener viva la llamita de la ‘rauxa’ (como contrapuesta al ‘seny’, el ‘arrebato’ frente a la ‘sensatez’), sin que ello nunca tenga, claro, consecuencia alguna. Unos juegan la carta globalista y los otros la identitaria, unos escarban en el resentimiento y los otros en el histrionismo folclórico. Ninguno de ellos tiene ni la más remota intención de salir del marco español.

En este estado de saqueo permanente donde las élites catalanas mangonean todo lo que pueden, veremos hasta cuándo Koiné es capaz de aguantar el tipo sin terminar siendo una meretriz que se disputan carroñeros y músicos callejeros.

(1) EL PUNT-AVUI

RACÓ CATALÀ

05/06/2021

 

 

 

Cinco años del manifiesto de Koiné

GRUPO KOINÉ

05 de abril 2021

 

Al cumplirse cinco años de la presentación del popularizado como «manifiesto de Koiné», creemos que conviene dar una mirada en perspectiva, tanto ante las críticas basadas en tergiversaciones como ante la realidad actual que confirma los temores de Koiné y que ha propiciado que algunos de los detractores del 2016 ahora vayan coincidiendo públicamente con nuestros postulados.

Con el manifiesto manifestábamos la necesidad de que se incorporara al proceso constituyente la voluntad de articular la lengua catalana como eje integrador de nuestra ciudadanía en un marco de asunción pública del multilingüismo como riqueza individual y social, y el compromiso de restituir al catalán el estatus de lengua territorial de Cataluña (e igualmente para el occitano en el Valle de Aran), con todas las medidas necesarias para garantizar que todo el mundo se sienta reconocido e incluido en la construcción de un país normal también por en cuanto a la lengua, lo que excluye toda voluntad supremacista, al contrario, muestra una voluntad de respeto al conjunto de las lenguas presentes en Cataluña.

Esta propuesta nuestra se presentó públicamente en el paraninfo de la Universidad de Barcelona el día 31 de marzo de 2016, con la firma de apoyo de 276 personalidades, tanto de Cataluña como de fuera, vinculadas profesionalmente al mundo de la lengua: filólogos, pedagogos, profesores, escritores, periodistas, editores, etc.

La prensa se hizo un amplio eco y muchas respuestas nos ayudaron. Sin embargo, también recibimos muchas críticas de personas que nos acusaban de cosas que nosotros no habíamos dicho, de algunas con las que discrepamos e incluso otros que combatimos. Intentar alertar del proceso de sustitución lingüística que vivimos y apuntar las bases para tratar de revertirlo nos valió el calificativo de racistas y supremacistas por parte de muchas de las personas y entidades siempre hostiles a cualquier esfuerzo para evitar la situación de uso subordinado sistemático en que vivimos como condición ‘sine qua non’ para la reversión del proceso de sustitución lingüística que hay en marcha, unas personas y entidades que, por las afirmaciones que hacían, mostraban que no se habían tomado ni la molestia de leer con rigor el manifiesto y aún menos el documento en el que se expone ampliamente nuestra posición.

Todavía hoy, cinco años después, sigue siendo oportuno responder a estas acusaciones:

En ningún caso propusimos un monolingüismo catalán. Al contrario, el aprendizaje de otras lenguas europeas o de gran extensión global debe remachar la necesaria integración en el marco europeo y facilitarnos la apertura al mundo. Por eso también proponíamos el aprendizaje, en los casos en que ello sea posible, de otras lenguas presentes en Cataluña, como -por ejemplo- el rumano, el amazigh o el urdu, que en muchos aspectos nos pueden ayudar a favorecer una convivencia mejor. Sin embargo, también estamos convencidos de que si no se consigue que la lengua catalana sea considerada lengua territorial (como debe ser el occitano aranés en Arán), lengua franca y normal de Cataluña, y que tanto la administración como la sociedad en general se sientan impulsados ​​a usarla como tal, la lengua catalana acabará siendo sustituida definitivamente por la lengua castellana en todas las calles y ciudades del país.

Queremos también insistir y dejar bien claro que de ninguna manera se puede colgar la etiqueta de ‘supremacista’ al manifiesto Koiné ni a ninguno de sus firmantes. El término ‘supremacismo’ se utiliza todo para describir una ideología política que perpetúa y mantiene la dominación social, política, histórica, cultural… de las personas identificadas como de raza blanca. El supremacismo se identifica, pues, con ideologías racistas, nazis o imperialistas que consideran que su lengua, su cultura, su concepción del mundo es mejor que la de los demás. Este ha sido también el caso del Estado español, que, como mínimo, de 1714 adelante se ha esforzado por imponer el castellano en todos los territorios y naciones que, de grado o por fuerza, formaban parte del mismo.

Por el contrario, el manifiesto Koiné lo único que hace es buscar la manera de evitar que el castellano, una lengua que el supremacismo españolista considera mejor que las demás (así se ha expresado y defendido en múltiples ocasiones), siga siendo impuesta en un territorio en detrimento de las lenguas autóctonas. Los firmantes del manifiesto Koiné defendemos todas las lenguas y no consideramos que haya ninguna inferior ni superior a las otras. Y por eso mismo, no sólo no defendemos el monolingüismo social, sino que somos contrarios por completo al mismo.

Las acusaciones de racismo contra Koiné se basaron en la tergiversación de la frase en la que recogíamos denuncias previas sobre cómo la dictadura quiso emplear y estimular las corrientes migratorias como una herramienta para el genocidio lingüístico y cultural por la vía de la minorización demográfica de los catalanes en nuestro propio país. En estos cinco años, el mundo académico ha continuado consolidando los estudios de lo que se denomina «ingeniería social de las migraciones», ámbito de estudio que se interesa, entre otros aspectos, sobre cómo las dictaduras y los regímenes totalitarios emplean las corrientes migratorias como instrumento político (con casos como la política del PCUS en Ucrania y otras repúblicas y territorios de la URSS, o la crisis de los ‘balseros’, los chantajes de Gadafi y Erdogan a la UE o la forma en que Trump u Orbán han fomentado la xenofobia). Estudiados comparativamente estos casos, encontramos innegable que la dictadura franquista aspiraba a una «solución final» basada en la residualización demográfica de los catalanes.

Finalmente, queremos advertir a la sociedad catalana en general sobre las técnicas de confusión social que emplean el fascismo y el españolismo, consistentes en acusar a sus adversarios de lo mismo que los caracteriza y vaciar de contenido las palabras que definen ellos mismos con el fin de sembrar la confusión y neutralizar toda capacidad crítica sobre sus peligros. Así, acusan a los demócratas de golpistas mientras se niegan a condenar el auténtico golpismo, y acusan a Koiné y los independentistas mientras se oponen al requisito de conocimiento de la lengua propia en el País Valenciano y las Islas Baleares, y defienden el artículo 3 de la constitución neofranquista de 1978, que atribuye más derechos y menos deberes lingüísticos a los ciudadanos de nación castellana, en una clara violación del artículo 2 de la Declaración Universal de Derechos Humanos.

Nos congratulamos de anunciar que en breve todas las falsedades que sirvieron para intentar desmerecer nuestro trabajo quedarán refutadas con el libro ‘Lengua y República: el Manifiesto de Koiné argumentado’, que tenemos en prensa.

Los once miembros actuales del Grupo Koiné son Joaquim Arenas i Sampera, Joan Pere Le Bihan Rullan, Diana Coromines i Calders, Lluís de Yzaguirre i Maura, Josep Ferrer i Ferrer, Àngels Folch i Borràs, Enric Larreula i Vidal, Margarida Muset i Adel, Dolors Requena i Bernal, Blanca Serra i Puig, y Josep M. Virgili i Ortiga

 

(2) ARA

 

 

Una idea falsa y contraproducente

01/05/2021

 

El Grupo Koiné publicaba, hace unas semanas, un artículo para tratar de responder a las críticas que recibió su manifiesto al publicarse. En el manifiesto original la frase que levantó más polvareda fue la que calificaba la «inmigración llegada de territorios castellanohablantes como instrumento involuntario de colonización lingüística».

Ahora, más que matizar o revisar esta idea, parece que la voluntad del grupo es profundizar en la misma. Anuncian un libro en el que, pretendidamente, se demostrará «que la dictadura franquista aspiraba a una ‘solución final’ basada en la residualización demográfica de los catalanes» fundamentada en la «ingeniería social de las migraciones». Más allá del uso, digamos desafortunado, del término ‘solución final’, la idea que plantea el texto es que la intensa inmigración castellanohablante que recibió Cataluña entre los años 50 y 70 era parte de un plan franquista de genocidio lingüístico por la vía de la minorización demográfica de los catalanes.

El desplazamiento de poblaciones ha sido, de hecho, una herramienta empleada históricamente por muchos regímenes políticos de todo tipo para garantizar el control de los territorios hostiles. Ahora bien, aplicada al caso catalán, esta es una idea falsa. Las migraciones intrapeninsulares que se producen durante los años de la dictadura franquista se explican, básicamente, por el desarrollo económico asimétrico del Estado. Las zonas en industrialización requerían mano de obra, y las zonas que quedaron al margen expulsaban población. El desarrollo asimétrico es el mecanismo que explica la inmensa mayoría de migraciones, que son fundamentalmente económicas. Y aquella no fue una excepción.

Es el mismo mecanismo, por ejemplo, que llevó a muchos italianos del sur hacia las zonas industriales del norte. El mismo mecanismo que llevó a muchos castellanos y andaluces a Madrid durante aquellos años, o también el mismo mecanismo que décadas antes había llevado a miles de murcianos, aragoneses y valencianos a Cataluña. Y lo mismo que, décadas después, ha hecho llegar personas de todo el mundo a nuestro país.

El franquismo, ciertamente, intentó acabar con la lengua catalana. Los instrumentos que empleó fueron, fundamentalmente, los de la represión lingüística, la prohibición de prácticamente cualquier uso público de la lengua y el intento de asimilación mediante la escuela y otras instituciones civiles y religiosas. Ahora bien, la migración masiva respondió fundamentalmente a causas económicas, y no de política lingüística. No es necesario recurrir a este tipo de revisionismo histórico para subrayar la dimensión y profundidad de la represión histórica a la lengua catalana por parte del régimen franquista. Buscando, quizás se puede encontrar algún testigo franquista (o posfranquista) que se congratula del efecto castellanizador de aquellas corrientes migratorias. Pero no es riguroso ni razonable inferir que aquello fue una operación de ingeniería social a gran escala orientada a la desaparición de la lengua catalana.

Pero la de las migraciones como instrumento de ingeniería social no es sólo una idea falsa desde el punto de vista histórico. Es, también, una idea perjudicial para la cohesión de la sociedad catalana y contraproducente para el futuro de la lengua. Alimentar esta creencia tiene como consecuencia inmediata la construcción de contrarrelatos de victimización promovidos por el nacionalismo español. Es muy fácil inferir un menosprecio y estigmatización hacia los protagonistas de aquellas migraciones y sus hijos, que representan una parte fundamental de nuestra sociedad.

Recurrir a estos discursos añade más leña al fuego de la confrontación identitaria dentro de la sociedad catalana. Y, de hecho, esta confrontación es el principal instrumento que ha utilizado el españolismo en los últimos años para tratar de frenar el independentismo: polarizar la sociedad catalana, amplificar cualquier anécdota para construir el relato de la fractura. Desde el soberanismo catalán se huyó, acertadamente, de esta dinámica y se contrapuso un proyecto cívico, republicano e inclusivo. En cambio, si ahora se quiere reforzar la dinámica de polarización identitaria seguro que encontrará aliados en los medios españolistas, que no tardarán en hacerse eco de ello y amplificar sus posiciones. No hace falta ser muy astuto para anticipar la recepción que tendrá esto en la prensa españolista. Valdría la pena, tal vez, preguntarse por qué.

Si nos preocupa el futuro de la lengua, tal vez valga la pena plantearse qué sentido tiene insistir en esta idea. ¿Qué efectos busca este discurso? ¿Reforzará la estima y el compromiso con la lengua, o más bien alimentará el rechazo de la gente que no tiene el catalán como lengua materna?

(3) Joshua A. Fishman. «Reversing Language Shift: Theoretical and Empirical Foundations of Assistance to Threatened Languages». Multilingual Matters, 1 ene 1991 – 431 páginas

(4) https://www.leuropeu.cat/brigitte-vassallo-i-el-colonialisme-intern/

 

 

 

Brigitte Vassallo y el colonialismo interno

Dolors Clotet

3 de mayo de 2021

 

El pasado viernes, día de Sant Jordi, patrón de Cataluña, ‘El Crític’ publicó un artículo de Brigitte Vassallo en el que, con argumentos dudosos, la autora intentaba desmentir el intento de genocidio cultural y lingüístico del franquismo en Cataluña, que pretende hacer creer -a pesar de las pruebas y los razonamientos que aportaremos a continuación- que el franquismo en ningún momento se sirvió de la demografía para imponer el castellano.

Antes de nada, hay que dejar claro que, sin querer banalizar el término fascismo, ahora tan banalizado, si hay una práctica que se le puede acercar, Vassallo debería saber que es la de ocultar deliberadamente hechos históricos o simplificarlos interesadamente y, sobre todo, la de obviar en el análisis las claves que explican la desigualdad entre pueblos, convirtiendo el pueblo culturalmente oprimido en opresor. En otras palabras: es, en el mejor de los casos, una clara muestra de sesgo ideológico intentar hacernos creer que la inmigración castellanohablante durante el franquismo tenía una posición similar a la de la inmigración actual venida de Marruecos o Europa del este, por ejemplo, porque elude que, a pesar de la posición de clase, esta inmigración, en la medida que formaba parte de la etnia privilegiada del Estado, tenía una posición cultural y lingüística dominante. Ningún análisis será válido si no se explicita este ‘privilegio estructural’, sobre el que se ha fundamentado el Estado Español.

De hecho, acaso sin quererlo, Vassallo ya nos menciona implícitamente este privilegio cuando nos dice que, según ella, en Cataluña no se puede hablar del dolor de quienes ven morir la propia lengua en la propia tierra a manos de la lengua que se les impuso -aunque ni se nos deja llamarla así-. En segundo lugar, que el hecho de que los hablantes de gallego o urdu y sus descendientes pierdan la lengua es algo sociolingüísticamente natural, que ayuda a mantener la diversidad lingüística mundial -también la pierden en Andalucía en favor del castellano (como en Cataluña) o la perdería una servidora y su linaje si fuéramos a vivir a Japón-. Por el contrario, lo que no es natural y es fruto de un privilegio es que los castellanohablantes la hayan podido mantener. Porque quien va a un lugar y no necesita aprender ni hacer suya la lengua a donde va, es porque tiene un privilegio -consciente o no, es irrelevante- fundamentado en una imposición: la de hacer que los de aquella tierra sepan, obligados, su lengua.

Es cínico e hipócrita, pues, que Vassallo diga que el catalán se presenta como un «deber» y no como derecho o que proteste por el peso que tiene la lengua en el hecho de ser considerado catalán sin mencionar la imposición absoluta del castellano [1] -que curiosamente no tiene problemas de recursos ni de falta de seducción- a todos los catalanes, pobres o ricos, hablen suahili o catalán, que no se perdona nunca porque no se concibe no saberlo. También es cínico e hipócrita que se queje de que el neoliberalismo ponga la culpa en los individuos y no en las estructuras de poder pero, en cambio, no analice todas las estructuras de poder que hacen inútil el catalán en Cataluña y en las que la izquierda española tiene mucho que ver y que culpe de ello a los catalanohablantes.

El reconocimiento del franquismo del efecto de la población castellanoparlante

Vassallo, como hace la izquierda española, aspira a hacernos creer que Franco se mantuvo treinta y seis años en el poder y murió en la cama ignorando completamente -a diferencia del nazismo, del comunismo o del mismo capitalismo- la demografía y el uso político de la arquitectura y la planificación urbanística. Así pues, se nos dice que Franco y sus acólitos, al contrario del dirigente del PP catalán Alejandro Fernández, que en 2019 escribía que «[f] rente a la pretensión separatista […] cualquier Gobierno de España deberia incentivar de manera muy sería la movilidad interna para que Cataluña vuelva a ser el destino preferido de todos los españoles» [2], O que, entre otros, Abascal, explicitando lo que ya hizo Aznar, dijera que se debían de «establecer cuotas de origen privilegiando a las nacionalidades que comparten idioma e importantes lazos de amistad y cultura con España» [3], no eran conscientes del uso de la demografía para minorizar un grupo étnico [4], en este caso, el catalán.

Dejemos, sin embargo, las especulaciones y veamos lo que nos decía el Boletín de Orientación Bibliográfica del Ministerio de Información y Turismo de enero de 1968, hablando del libro ‘Spanien Heute’ de Garian. A juicio de las autoridades franquistas, el autor no había tenido suficientemente en cuenta «[d] el papel que desempeña, demográfica y lingüísticamente, la aportación humana de los emigrantes» [5]. Para ser más concretos, nos dicen que «los ‘castellanos’» que llegaban a Cataluña provocaban «una castellanización por debajo, progresiva y constante, acompasada al ritmo expansivo de la industria e impulsada por los diferentes índices de natalidad». Dicho de otro modo, que el poder franquista era totalmente consciente de los efectos de colonización lingüística y cultural de la inmigración. De hecho, incluso, era consciente de las diferentes tasas de natalidad, muy altas en los «castellanos» y muy bajas -históricamente bajas- en los catalanes.

Si nos fijamos en cómo se llevó a cabo el ‘desarrollismo’ y analizamos la forma en que se integró, mejor dicho, segregó aquella inmigración -recordemos, inmigración mayoritariamente castellanoparlante a la que no le hacía falta aprender catalán porque, por un lado, a los catalanes ya se les había impuesto su lengua, el castellano, y en la que se les exigía hablarles «por educación», y, por otro, porque el catalán estaba prohibido y desterrado de cualquier ámbito público, reducido a lengua inútil socialmente, de poca monta y entre autóctonos-, todavía se nos hará más evidente. Como es un tema largo y éste no es el artículo indicado para profundizar en el mismo, sólo haremos una pequeña reflexión [6]. Es muy osado hacernos creer que se construyó de la nada un lugar para acoger parte de aquella inmigración en forma -qué casualidad, qué coincidencia- de España y con los nombres de las calles -que todo el mundo sabe no tienen connotaciones políticas- en perfecta consonancia sin ningún tipo de intención política. Si lo que se hizo en Badia del Vallès se hubiera hecho en la India con la forma del Reino Unido o en Argelia en forma de Francia, la intención colonial sería tan patente que ni habría que explicitarla.

La izquierda española, y el artículo de Brigitte Vassallo no está exento del mismo, utiliza recurrentemente un conjunto de dos falacias -la del hombre de paja: tergiversar los argumentos del oponente y fingir refutarlos y el ‘ad hominem’: ataque personal al que argumenta para ‘demostrar’ la falsedad del argumento- para aniquilar cualquier intento de hablar abiertamente sobre colonización interna. Es así como cualquiera que se atreve a insinuar la utilización del régimen de una parte de la población para sus propósitos pasa a ser alguien inmoral sólo por haber podido imaginar algo así -como si no viviéramos en un Estado que ha utilizado las víctimas de ETA en beneficio propio- y, además, tergiversando la argumentado -y es básicamente lo que hace Vassallo en todo el artículo-, alguien malvado que insulta y culpabiliza aquella inmigración, que les llama «verdugos», a pesar de que el hecho de decir que fueron utilizados o, como nos decía el Manifiesto Koiné, que eran «instrumento involuntario de colonización lingüística» [7], diga todo lo contrario.

Lo que no es involuntario, sin embargo, son las falacias que pretenden hablar del catalán en Cataluña como un «deber» y una opresión de clase -argumento ‘emparentado con la acusación que utiliza la derecha española que considera el catalán a Cataluña una «imposición»- mientras ignora la única y verdadera imposición: la del castellano en Cataluña. Imposición ‘de iure’ -La ‘Constitución’ y las múltiples leyes que se derivan de la misma- y ‘de facto’- es, socialmente, la única que se considera un deber incuestionable saber-. No es tampoco involuntario el uso político que partidos como el PSC – ahora por todas partes, pero antes en lugares del Baix Llobregat y L’Hospitalet-, Ciudadanos y los Comunes han hecho de los orígenes y lengua de parte la población, profundizando y alimentando muchos de los prejuicios catalanófobos que una parte de aquellos inmigrantes arrastraba, para atacar el catalán o la más mínima normalización lingüística. Ni es involuntario, al fin, el cinismo que implica considerar que explicar una realidad histórica, la imposición del castellano, y otra sociolingüística, la minorización del catalán por el castellano como resultado del bilingüismo social en el que vivimos, es un «ataque» o una «ofensa» a los castellanoparlantes. Porque la verdad puede gustar o disgustar, pero no puede nunca ofender.

La burguesía catalana colaboracionista o la simplificación interesada

Otro de los argumentos que da la autora es la de considerar que el apoyo de la burguesía catalana -diremos más cuidadosamente, de parte de la burguesía catalana- a Franco invalida el hecho de que el régimen utilice la demografía para sus fines. Es, de hecho, otra falacia, simplemente una cosa no implica necesariamente la otra: Franco podía beneficiarse de una burguesía colaboradora a la vez que aprovechaba y favorecía las corrientes migratorias para remachar la imposición del castellano sin que una cosa afectara ni contradijera la otra. La única que pretende invisibilizar una realidad es, en este caso, la propia Brigitte Vassallo.

Tampoco invalida, como la izquierda española y Vassallo misma pretenden, el factor nacional como fundamental para entender la «Guerra Civil» ni el genocidio cultural que perpetró el franquismo [8]. También en las colonias hubo colaboración de los indígenas -en la misma «conquista de América», como ha estudiado entre otros Ross Hassig -o entre los judíos- un caso paradigmático es el del empresario Mordechai Chaim Rumkowski- y, en ningún caso, estas colaboraciones niegan ni el colonialismo ni el antisemitismo. De hecho, es lo que se conoce como dominación hegemónica (aliada de la dominación territorial) o dominación indirecta, y se basa precisamente en captar como colaboradoras a las élites locales a cambio de beneficios o conservación de privilegios. Nada nuevo bajo el sol.

La guerra, contrariamente a lo que dice Vassallo y eso sí que es vergonzoso, no fue sólo una guerra de clases, y es que el factor nacional fue igual de importante para explicarla. ¿Cómo se podía explicar si no, entre otras muchas cosas, que el día que se ocupó Barcelona se escuchara por la radio la voz de Giménez Caballero gritando «¡Viva Cataluña española!» y pronunciara, a continuación, un discurso en el que Cataluña era la mujer y la España castellana el macho ibérico [9] que la ama con pasión desenfrenada y «la mata porque era mía» [10]?

En una guerra donde se mezclaban el factor de clase y el nacional y también el religioso, y donde, dependiendo de la posición, eres traidor y hombre muerto en cualquiera de los dos bandos, es evidente que la elección -cuando no eran las circunstancias y la entorno los que elegían por uno mismo- se hizo bastante a menudo por sentimientos tan comprensibles -aunque puedan ser éticamente cuestionables- como sobrevivir a cualquier precio, aparte de otros, como la avaricia o la falta de escrúpulos. Defectos de los cuales, por cierto, ningún pueblo está exento. Y, sin embargo, pretender que toda la burguesía catalana fue colaboracionista o hablar a lo bruto es traicionar la verdad, la de miles de exiliados y de represaliados. El maniqueísmo de Vassallo, sin embargo, puede hacer que hable de Pla como habla de él, y que no le interese preguntarse por figuras como Carrasco i Formiguera o Cambó, La ‘Caixa’ o ‘Foment del Treball’, y que sus intereses sean hacia y para Madrid. Hablando de Cambó, por cierto, Garrigassait nos explica a ‘Els Fundadors, removiendo cartas y documentos de la época, cómo, asustado por lo que la FAI hacía a compañeros suyos y confiando en que Franco fuera otro Primo de Rivera -que no durara mucho y se pudiera ir trabajando por el catalán-, decidió apoyarlo, aunque se arrepentió después. Una posición que puede desagradar, pero que lo que hace que reafirmar la importancia del factor nacional.

¿Puede un territorio industrializar ser una colonia? o ¿por qué a la metrópoli le interesa una colonia para explotar?

El último de los argumentos, en este artículo poco desarrollado, pero recurrentes, es el de que Cataluña no puede ser una colonia ni sus habitantes tratados como tal porque es «rica» y ellos también. Más allá de tener que recordar a aplicados marxistas que la supuesta riqueza e industrialización del país no significa que sus habitantes sean ricos, ni que se beneficien, hay que recordar que, de hecho, un interés de colonizar es hacerse con la riqueza de aquel territorio.

No sabemos si, como dice Vassallo, «la mejor manera de acabar con un pueblo no es promoviendo «la llegada de mano de obra barata que trabaje en sus industrias» sino hacerlo emigrar, lo que es cierto, sin embargo, es que llenarla de emigrantes provenientes de la metrópoli ha sido también una manera de colonizar que encontramos en la mayoría de colonias donde, hay que recordar, como en el caso de Argelia, a menudo quien iba eran los parias, inconscientes y rechazados de la metrópolis, en este caso Francia (caso aparte, por cierto, es el de Australia), sin que ello niegue tampoco el colonialismo. Lo que sí sabemos, con total certeza, es que en ningún caso el Franquismo, como osa escribir Vassallo -tampoco ninguno de los partidos que, más tarde, se han disputado su voto- quiso que «hijos [de aquellos inmigrantes] ya no se vincularan con la tierra de origen, sino con la tierra de llegada», sino que, de hecho, pretendió todo lo contrario, segregándolos y recordándoles permanentemente sus orígenes, apellidos y lengua. Todo sea dicho, como también lo pretende ahora la izquierda española -desde Iglesias en 2015 pidiendo el voto a los nietos de quienes tenían abuelos andaluces o padres extremeños a Vassallo misma con sus formulaciones teóricas sobre el «xarneguismo», pasando por el rap los Comunes que pedía no insultar a los abuelos (a unos determinados abuelos, claro)-.

Mientras España aún se configuraba como Estado moderno, Cataluña se industrializó. Este hecho, a diferencia de lo que ocurrió con el catalán en las Islas o en el País Valenciano, el gallego en Galicia o el occitano y el catalán en Occitania y Cataluña Norte, hizo que la identificación catalán-campesino-atraso no prosperara tanto como se hubiera querido, ni el castellano funcionara completamente, tal como el francés en Francia, como la lengua necesaria del progreso -una parte de la burguesía lo adoptó, pero no toda-. Esto mismo, sin embargo, también ha sido utilizado a la contra de los catalanes. Por un lado, porque discursivamente se ha querido, utilizando la lucha de clases como excusa para acabar con una minoría nacional, hacer pasar a todos los catalanes por burgueses y tener así un motivo aceptable para odiarlos -como se odiaba el judío por rico avaro y no por judío-, a la vez que se les pretendía echar fuera de cualquier instancia de poder que pudiera hacer que se liberaran de la sumisión. Por otro, porque ha ayudado a encubrir el empobrecimiento y el saqueo constante del que Cataluña -y también el resto de los Países Catalanes dentro de España: el País Valenciano y las Islas- ha sido víctima. Un modelo basado en la precarización y el turismo que las élites del Principado, a menudo mirando a Madrid, han ayudado a alimentar por el beneficio propio, fuertemente dependiente de una inmigración constante y renovada e incapaz de retener ni dar futuro a la juventud del país. Todo ello, aderezado por un expolio fiscal perpetuo y un modelo centralizador que, poco a poco, va dando su fruto.

Vassallo acaba el artículo diciendo que escribe para sanarse. Ahora bien, si tiene un mínimo de respeto por los demás -y si tiene algún argumento más que profetizar víctima de algún linchamiento para cubrirse las espaldas-, no hablará, para blanquear su españolismo, en boca de los inmigrantes de otros zonas de Cataluña que tuvieron que emigrar a ciudad y que siempre han sido silenciados por quienes consideran que sólo una inmigración «levantó» el país -que no debía valer nada, antes- ni muchos menos hablará por todos aquellos catalanohablantes que vivieron en aquellas zonas donde más inmigración llegó y tuvieron que sufrir la imposición del castellano doblemente y con crueldad: porque todo su entorno cambió y ya nadie los entendía, salvo en casa y algún vecino, si no hablaban en la lengua que se les había impuesto. Un dolor, recordemos, que Vassallo no conoce y que, parece, no le interesa mucho.

[1] La secuencia es la siguiente: España impone el castellano a todos los pueblos que no lo tienen como lengua propia, cuando estos pueblos se quejan y quieren recuperar el estatus de su lengua, lo que implica denunciar esta imposición, de repente querer una sola lengua es malo y esencialista. La imposición previa debía ser todo lo contrario.

[2] El tuit se puede ver aquí: https://twitter.com/alejandroTGN/status/1128402811736211457?s=20

[3] https://www.lavanguardia.com/politica/20190329/461317050343/vox-santiago- Abascal-inmigracion.html

[4] Siguiendo lo que nos dice la antropología y la sociología, o la misma definición que nos da el Oxford Dictionary, hay que recordar que un grupo étnico es es un grupo de personas que se identifican entre ellas sobre la base de atributos compartidos que las distinguen de otros grupos como un conjunto común de tradiciones, ascendencia, lengua, historia, sociedad, cultura, nación o religión, entre otros.

[5] Albert Balcells, Historia del nacionalismo catalán de los orígenes en nuestro tiempo, Barcelona, Generalitat de Catalunya, 1992, p. 185.

[6] Podríamos hablar también de Bellvitge, que también tiene una carga política enorme por detrás que habría que analizar.

[7] Se puede consultar aquí: http://llenguairepublica.cat/manifest/text-manifest/

[8] En este artículo de Vilaweb: https://www.vilaweb.cat/noticies/benvinguts-guerra-tres-anys/, Andreu Barnils resume muy brevemente cómo podemos hablar claramente de, aparte de una guerra de clase, una guerra contra los catalanes, como nos narra el historiador británico Paul Preston.

[9] Hoy sería un ejemplo perfecto de violencia de género.

[10] Los textos se reproduce en ‘Els Fundandors’ de Raül Garrigasait, Editorial: libros, 2020 p. 194.