Kirguistán, una revuelta compleja

Kirguistán, Kirguizistán o Kirguisia, de esas formas puede denominarse al remoto país centroasiático. ¿Qué ha sucedido allí? Tras un par de días de violentas manifestaciones, el presidente Kurmanbek Bakiyev abandonó el poder y se refugió en el sur del país, entre los suyos. A partir de ahí se inició un proceso de negociación y el resultado fue que el 15 de abril el depuesto mandatario dejó el país como resultado de las efectivas gestiones de intermediación internacional de los representantes de la OSCE, Kazajistán, Rusia y Estados Unidos. Los medios de comunicación han dado la noticia por cerrada. Pero, ¿es así?
Kirguistán ha vivido, en días pasados, el suceso más sangriento de su historia como moderno país independiente. De momento, tardaremos en saber quién fue el actor principal de lo sucedido. Desde luego, y en líneas generales, la población estaba bastante harta de un autócrata de marcadas tendencias nepotistas –y eso es hablar de enchufar mucha gente en una sociedad clánica– y de un coste de la vida disparado desde hacía pocos meses.

Más allá de eso, también se ha desarrollado un pulso entre las principales fuerzas políticas y sociales del país, que no son los partidos políticos sino la compleja estructura de clanes. El autócrata Bakiyev había intentado apoyarse en los axaakales, es decir, en los consejos de ancianos, llegando a instituir una democracia consultiva. Por lo tanto, en los últimos años el régimen surgido de la revolución de los tulipanes, en el 2005, derivó hacia el fortalecimiento de la política de clanes. Fueron estos los que presionaron a Bakiyev para que tuviera en cuenta a los axaakales, pero solo aceptó forzado por la situación, con intención de manejarlos. Y, sin embargo, al final tuvieron un papel determinante en su caída. Porque en Kirguistán lo habitual es que las grandes líneas de la política se establezcan por consenso entre los clanes del norte y del sur. Precisamente, los ancianos jugaron un activo papel en el cierre de la base norteamericana de Manas, y más adelante incluso insistieron en que también fuera clausurado el centro de tránsito para cargas no militares construido por Washington en el mismo lugar. Al parecer, ello tenía que ver con el descubrimiento de que en esa base se entrenaban o coordinaban miembros de una importante organización separatista suní que había atentado en Irán. Así, los axaakales intentaban atajar la onda desestabilizadora que está generando en Asia central el conflicto de Afganistán-Pakistán y la presión occidental contra Irán.
Bakiyev reaccionó ante estas presiones, y ello tuvo su influencia en el cierre de la base militar de Manas, que tenía un papel primordial en el abastecimiento de las tropas estadounidenses en Afganistán. Además, el presidente kirguís intentó contentar a los clanes del sur –él mismo provenía de allí– prometiendo importantes mejoras en las infraestructuras, e incluso trasladar allí el Ministerio de Defensa.
Sin embargo, el tiro le salió por la culata, dado que, al parecer, Bakiyev trasladó a la democracia consultiva las prácticas corruptas y los favoritismos. Eso terminó generando la desconfianza de los clanes menos favorecidos. En consecuencia, la oposición logró articular su propio sistema contraconsultivo, el Kurultay (o asamblea de ancianos) Popular. Por lo tanto, la degradación del sistema de clanes, asociada a una desastrosa política económica y social, llevó a la situación explosiva de principios de abril.

Dado que Bakiyev había llegado al poder en una revolución promovida desde Occidente, ¿no cabe pensar también en alguna forma de protagonismo ruso en su caída? En efecto, nada indica que los clanes, como actores políticos, no puedan ser influidos desde el exterior. A ese respecto debe recordarse que Moscú está muy interesado en que el Gobierno de turno en Kirguistán le arriende una importante base en Osh, en pleno valle del Fergana. Desde allí, los rusos se asegurarían el abastecimiento hacia la vecina república de Tayikistán, donde están arreciando los ataques de una insurgencia islamista, que los rusos ayudan a combatir con la poderosa División 201 de infantería motorizada, estacionada en las cercanías de Dusambé, la capital. Sin embargo, no hay pruebas de que Bakiyev estuviera en contra de eso, más bien al contrario.
En cualquier caso, parece que el drama kirguís no ha concluido. Los choques que se produjeron en la capital fueron duros; y varios edificios oficiales quedaron destruidos. La autoridad del nuevo Gobierno es débil, y parece que no logra imponerse en el sur del país, de donde procedía el depuesto presidente. Los disturbios siguen en Biskek, adonde han llegado miles de personas de todo el país, con sus propias exigencias. Multitudes coreando eslóganes nacionalistas han asaltado propiedades de la minoría turca y rusa. La sombra de la guerra civil aún planea sobre Kirguistán, mientras en Tayikistán la situación es delicada. A casi nueve años de la intervención americana en Afganistán, este conflicto se ha convertido en una úlcera que amenaza la estabilidad de toda Asia central.

*Profesor de Historia Contemporánea de la UAB y coordinador de Eurasian Hub